La palabra del Evangelio de este domingo nos sitúa ante el acontecimiento de Cristo transfigurado delante de sus discípulos.
Jesús y sus discípulos se dirigen a Jerusalén y, en un momento concreto, Él quiere comunicarles lo que realmente significa ese «subir a Jerusalén» y, por eso, reuniéndolos aparte, les dice: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará» (Mt 20, 18-20)
Jesús siempre les había compartido con toda claridad lo que le esperaba al Hijo del hombre: sufrir y ser condenado a muerte y que al tercer día resucitaría, pero ellos no habían entendido. Les había dicho siempre que su seguimiento suponía tomar la cruz y seguirlo.
Aquel anuncio de Jesús a sus discípulos cayó como un jarro de agua helada en ellos. Les pareció muy duro el anuncio que les hacía Jesús y se quedaron muy deprimidos y desanimados.
Con este panorama de los discípulos asustados y desanimados, Jesús toma a tres de ellos, Pedro, Santiago y Juan, y quiere inyectarles el ánimo que necesitaban en estos momentos para asumir el anuncio que él les había hecho.
Jesús, entonces, se les muestra victorioso, acompañado de Moisés y de Elías, que representan el cumplimiento de la Ley y los profetas, y les muestra la gloria que les espera si son capaces de seguirlo y asumir y vivir todo lo que les había anunciado.
Aquellos discípulos se encontraron encantados de contemplar a Cristo en todo su esplendor.
Además, apareció una vez más la voz del Padre, que confirmaba lo que Cristo les había dicho: «Este es mi hijo el amado»; y los anima a seguir escuchándolo: «Escuchadlo» (Mc 9,7).
Es este, sin duda, un momento de entusiasmo y una inyección de ánimo para seguir tras Jesús hasta el final. Las pruebas y el examen vendrán más adelante, lo cual demuestra que no les fue fácil, ni mucho menos, seguir al maestro hasta el final de la vida. Por eso, Jesús les muestra lo que le espera si son capaces de permanecer fieles hasta el final.
Tenemos que tener presente la gloria que nos espera
Esto que les sucedió a los discípulos sucede a los seguidores de Jesús de todos los tiempos. Todos tenemos que partir de que el seguimiento de Cristo no es fácil, que vamos a tener momentos de entusiasmo y momentos de dudas; momentos de transfiguración y momentos de cruz, pero sabemos que debemos estar siempre bien atentos a la escucha de su voz y su palabra, porque siempre nos comunica su buena noticia y en ella encontraremos el sentido auténtico para vivir cada momento.
La vida cristiana tiene momentos en los que sentimos más cerca la presencia del Señor: cuando las cosas nos salen bien, vemos que vamos avanzando en el seguimiento de Jesús, nos sentimos bien de seguir al maestro. Pero, junto a estos momentos, encontramos otros en los que parece como que el Señor está ausente, como que no se enterase de lo que estamos pasando: momentos de dificultades especiales, de enfermedad, un momento como el que estamos viviendo de esta pandemia del coronavirus, que tanto está haciendo sufrir a tantas personas y familias. Todos esos momentos debemos saber iluminarlos con esos otros de transfiguración, no olvidando que, si somos capaces de mantenernos fieles, podremos disfrutar de su gloria para siempre.
Es más, cuando aparezcan las dificultades en nuestra vida, tenemos que recordar las palabras de Cristo, como dice el Padre a aquellos discípulos: «Escuchadle». Porque Él, el Señor, va a ser siempre buena noticia que da sentido incluso a todos esos momentos duros y difíciles que podamos tener.
Y cuando le escuchamos lo podemos oír decirnos: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
Debemos mantener viva nuestra esperanza y nuestra fe
En todo momento, debemos mantener viva nuestra esperanza y nuestra fe, sabiendo que aunque parezca que Dios está dormido y la barca de nuestra vida la zarandean las circunstancias de la vida, Él está ahí acompañándonos, animándonos y compartiendo nuestra vida desde su amor que nunca nos falta, y dándonos fuerza para que encontremos sentido a esos momentos menos buenos que podamos vivir.
Tenemos que tener muy presente la gloria, la transfiguración que nos espera también a nosotros y de ahí sacar las fuerzas que necesitamos para seguir escuchando a Jesús y vivir lo que Él nos pide, aunque haya momentos de dificultad, dureza y cruz, porque no estamos solos, sino que Él está con nosotros ayudándonos, y dándonos ánimo con su ejemplo hasta el final.
+ Gerardo
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