Los creyentes necesitamos siempre mirar a los modelos, personas que vivieron de manera extraordinaria determinados aspectos de nuestra vida cristiana para fijarnos en ellos y poder imitarlos en su vivencia de la vida cristiana, porque son verdaderos y auténticos modelos de la misma.
María es siempre un modelo de toda vida cristiana y, por lo mismo, es modelo perfecto de alguien que vivió este tiempo de Adviento, de la espera del Salvador en toda su plenitud y en quien hemos de fijar nuestros ojos y nuestro corazón para descubrir cómo hemos de vivirlo nosotros.
En María descubrimos el mejor modelo en el que podemos fijarnos a la hora de vivir nosotros este tiempo de espera y de esperanza, porque nadie lo vivió como ella.
Estas fueron las actitudes con las que ella vivió este tiempo de espera del Salvador:
María esperó a Jesús como espera toda madre al hijo deseado que lleva en sus entrañas, con mucho amor. Solo las madres que han esperado al hijo deseado pueden entender perfectamente lo que significa este tiempo de espera del nacimiento del hijo y el gran amor con el que lo esperan. Pero María espera de una manera extraordinaria, porque el hijo que ella llevaba en sus entrañas era el Salvador del mundo y de los hombres.
Ella lo espera con gran amor, pero ese gran amor al hijo que nacerá le viene de la fe en Él. Ella sabe que su hijo es el Salvador que Dios envía al mundo para traernos la salvación.
Lo espera con humildad, porque aunque ella es la madre del Salvador y de ella nacerá, sin embargo sabe que todo es obra de Dios y que ha sido Dios quien ha hecho esa gran maravilla en ella.
Vivamos este tiempo de espera como ella lo vivió
Lo espera con alegría y gozo. Por eso, cuando su prima Isabel la felicita, ella prorrumpe en el canto del Magníficat diciendo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1, 46-48). Lo que produce su alegría no es que ella haya sido capaz de lograrlo, sino que Dios lo ha hecho. Ella se considera la esclava del Señor y Dios ha hecho obras grandes en ella.
Espera al Salvador poniéndose al servicio de las necesidades de los demás. Sabe que su prima Isabel esta embarazada y va a dar a luz y la necesita, y ella se lanza por las montañas hasta llegar a la casa de su prima y ponerse a su servicio.
Así tenemos que vivir nosotros este tiempo de Adviento. Nosotros sabemos que Cristo ya ha nacido, pero celebramos que quiera nacer en el corazón de cada uno de nosotros. Quiere que conozcamos el amor que Dios nos tiene a través de su entrega como Hijo por amor hasta la muerte en cruz. Su nacer en el corazón de cada uno y de todos nosotros debe ser para nosotros el motivo más grande de alegría, porque a pesar de nuestros pecados, Dios a través de su Hijo nos ofrece la salvación y el perdón de nuestros pecados. Y porque amor con amor se paga, tenemos que recibirlo con amor, aunque sea mucho menor que el amor que él nos tiene. Con mucha humildad y, a la vez, con mucha gratitud, porque nuestra salvación no ha sido fruto de nuestros méritos con los que la hayamos merecido, es fruto del gran amor misericordioso de Dios.
Espera al Salvador poniéndose al servicio de las necesidades de los demás
Nuestro agradecimiento a Dios por la salvación que nos ofrece nos compromete a vivir desde lo que Dios nos pida en cada momento, como hizo María.
Estaremos viviendo el Adviento auténticamente si Dios es realmente importante en nuestra vida y en nosotros, si contamos con Él siempre y su mensaje es la norma más importante de nuestro vivir aquí en la tierra.
Vivamos este tiempo de espera y esperanza como ella lo vivió y, cuando venga de nuevo al final de los tiempos, nos dé el premio prometido a los que son fieles.
+ Gerardo
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