Terminamos el tiempo de Cuaresma, que ha sido un tiempo de reflexión, de oración, de gracia y conversión; y comenzamos la Semana Santa, un «tiempo especial de gracia y de conversión».
La Semana Santa sigue a los cuarenta días de la Cuaresma. En esta semana celebramos los misterios más importantes de la redención de los hombres, que Cristo vive como respuesta siempre fiel a los planes de Dios para salvar a la humanidad, a través de su pasión, muerte y resurrección.
Si para los cristianos la Cuaresma es un tiempo muy importante que tratamos de vivir con una intensidad religiosa especial, esta Semana Santa que comenzamos la vivencia de la fe más intensa, se multiplica por muchos enteros en la celebración de los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
La Semana Santa es siempre, y debe ser así, para cada uno de los seguidores y creyentes en Cristo, un tiempo de interpelación y cuestionamiento a la luz de la entrega hasta el final de Cristo por todos nosotros y por nuestra salvación.
La entrega de Cristo es la respuesta a un doble amor vivido a tope y hasta el final por Él.
Respuesta de amor a la fidelidad a la misión recibida del Padre, que en su designio infinito de amor a los hombres, envía a su Hijo al mundo para hacerse uno más de nosotros, en todo semejante a nosotros menos en el pecado, para que con su muerte rescate del pecado y de la muerte a la humanidad y le obtenga la salvación, y todos participemos de su resurrección.
Respuesta de amor a los hombres, que llega hasta el extremo de entregar su vida, sometiéndose a la muerte, y una muerte de cruz (Flp 2, 7), para que los hombres lleguemos a ser verdaderos hijos de Dios, que carga con los pecados de la humanidad entera para ganarnos a todos la salvación, que nos muestra que su relación con nosotros es, ante todo y sobre todo, una relación de amor, porque «nadie tiene mayor amor que quien da su vida por los amigos»(Jn 15, 14).
Ante tanto amor hecho entrega e inmolación por nosotros y por todos los hombres como se hace palpable y celebramos en las celebraciones de la Semana Santa, debemos quedarnos contemplando al «amor» con mayúsculas, que sin merecernos nada nosotros nos ha dado todo y se ha entregado hasta la muerte por nosotros.
Este amor por nosotros debe dejarnos extasiados ante la contemplación de una entrega tan grande solo por el amor que nos tiene.
Que el amor de Cristo por nosotros nos ilumine y nos transforme
Y, además de quedarnos admirados y extasiados por tanto amor de Cristo a cada uno de nosotros y a la humanidad entera, el sentimiento que surge en nuestro corazón, el sentimiento que experimenta el ser humano en lo más profundo de su corazón, es un sentimiento de gratitud, porque, sin nosotros merecerlo, Él pasó por el drama terrible de su pasión, el desprecio, la burla, la ofensa y la entrega de su vida hasta la última gota de su sangre por nosotros.
Cada vez que contemplamos a Cristo muerto en la cruz, tendría que surgir de nuestro corazón una oración así: «Gracias, Señor, por tanto amor, por tu entrega por nosotros».
Cuando nos postramos de rodillas ante Cristo presente en los monumentos de las iglesias en el Jueves Santo y ante Cristo crucificado el Viernes Santo, cuando oímos y meditamos el relato de la pasión y muerte del Señor, hemos de decirle con el corazón: «Gracias Señor por tanto amor».
Participemos en las distintas celebraciones en nuestras iglesias y en las manifestaciones exteriores en nuestras procesiones
La Semana Santa, para el cristiano, no puede ser un tiempo que se aprovecha para irse de vacaciones a la playa y olvidarse de lo que celebramos los creyentes estos días.
Es un tiempo de vivencia profunda de la fe, de meditación de todos los acontecimientos más importantes de nuestra salvación.
Unámonos en estos días a la vivencia de todo el pueblo creyente, participemos en las distintas celebraciones en nuestras iglesias y en las manifestaciones exteriores en nuestras procesiones.
Que el amor de Cristo por nosotros nos ilumine y nos transforme, para que la salvación que Él nos ha ganado con su muerte y su resurrección sepamos vivirla en nuestra vida de cada día, muriendo al pecado y viviendo como verdaderos resucitados.
+ Gerardo
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