Queridos diocesanos de la Diócesis de Ciudad Real:
Ayer comenzábamos un año nuevo y, como es tradicional, nos deseábamos que fuera muy feliz. Yo quiero desearos de corazón a todos los diocesanos un muy feliz año nuevo.
Un año nuevo es siempre una nueva etapa en la vida de toda persona, que hemos de aprovechar como personas y como cristianos para vivirlo sabiendo lo que queremos conseguir en el mismo.
Este año, en el que el Papa, desde el mes de junio de 2021 hasta el mes de junio del 2022 ha declarado el Año de la familia Amoris Laetitia en toda la Iglesia, nosotros nos hemos trazado como reto para nuestra diócesis avanzar en el acompañamiento a la familia en todas las etapas por las que atraviesa. En este objetivo está principalmente centrada la programación diocesana.
Sería muy importante que, al comienzo de este nuevo año, cada familia se preguntara en qué debe avanzar para ser de verdad una familia y una familia cristiana, y que, desde las necesidades que cada uno descubra, se trace un plan de actuación, potenciando todo aquello que creen que tienen como carencia y siguiendo en el camino de la perfección en aquellos otros aspectos que ya han comenzado a vivir.
Hay muchos aspectos que trabajar en cada familia para que cada uno de sus miembros pueda crecer armónicamente en todos los aspectos de la vida y poder valorar la misma como el espacio, donde todos y cada uno de sus miembros, se sienten a gusto, acogidos, acompañados y queridos.
En la familia cada uno es querido y valorado por lo que es, no por lo que la sociedad valora de las personas en el momento actual. Cuando uno se siente acogido y valorado por lo que es, aporta a la familia su peculiaridad y todo lo que está en su mano para que todos en ella se aprovechen de lo que cada uno es y cada uno aporta y se sienta bien en el seno de la misma.
Es muy importante que seamos conscientes de que todos tenemos algo que aportar en la familia para que sea esa realidad y ese espacio en el que todos sus miembros se sientan a gusto y bien. Por eso, todos, al comenzar este año especial, tenemos que ser conscientes de lo que aportamos y de lo que deberíamos aportar en bien de todos y tratar de hacerlo realidad en todo momento.
A veces, los hijos se olvidan de que ellos, como hijos, tienen que aportar su peculiaridad en la familia, y exigen a los padres que sean los que se esfuercen y aporten. Es verdad que los padres tienen una misión importantísima a la hora de crear este ambiente de familia, pero no quiere decir que sean solo ellos los llamados a aportarlo, sino que todos y cada uno de los que integramos cada una de nuestras familias debe aportar su granito de arena.
Es muy importante que seamos conscientes de que todos tenemos algo que aportar en la familia para que sea esa realidad y ese espacio en el que todos sus miembros se sientan a gusto y bien
La mayoría de nuestras familias han sido constituidas desde el sacramento del matrimonio, lo que hace suponer que nuestras familias son familias cristianas que deben expresar y vivir su fe como familia también y demostrar que uno de los grandes empeños que tienen es lograr este clima de fe en el seno de la misma.
La realidad, tal vez, nos dice lo contrario: que Dios es el gran ausente en nuestras familias, no porque no esté presente, que lo está, sino porque nosotros, tal vez, no reconocemos su presencia, no contamos con él a la hora de tomar determinadas decisiones importantes, ni para que nos ayude en momentos de dificultad.
Cuando algo nos importa realmente en nuestra vida, hablamos de ello en la familia. ¿Cuántas veces hablamos en familia de la fe? ¿Cuántas veces Dios y la vivencia cristiana es objeto de nuestras conversaciones familiares? ¿Existen momentos en la familia en la que rezamos juntos por una necesidad que tenemos para que el Señor nos ayude? ¿Nos sentimos animados por los demás para alimentar nuestra fe en la práctica de los sacramentos como medios importantes para alimentar nuestra fe?
En la familia cada uno es querido y valorado por lo que es, no por lo que la sociedad valora de la persona en el momento actual
Así podríamos seguir haciendo preguntas y preguntas sobre la identidad cristiana de nuestras familias y, tal vez, nuestra respuesta en este aspecto sea que realmente necesitamos reavivar en nuestra familia la vivencia cristiana, la fe como algo en lo que apoyarnos en todos los momentos de la vida porque es la que da sentido a todos cuanto vivimos.
Un año por delante para mejorar nuestro estilo de familia haciendo de ella un lugar y un espacio en el que se habla, se reza, y cada uno se siente realmente dichoso de vivir y de formar parte de una familia cristiana, tal vez, sea uno de los objetivos que mas claramente tengamos que proponernos todas las familias, que nos decimos cristianas, porque comenzaron con el sacramento de matrimonio, pero que en realidad, y en la vida de cada día se demuestra que de cristianas tienen poco, porque Dios y la fe en él, no aparece como algo que nos preocupe, ni que vivamos. Aprovechemos este año para dar un giro cristiano a nuestras familias y desde ellas seamos capaces de valorar la grandeza del matrimonio y de la familia cristiana.
+ Gerardo
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