Comenzamos el nuevo año litúrgico y con él el tiempo litúrgico del Adviento.
El Adviento es un tiempo de espera y de esperanza de «alguien» que llega, del salvador que trae la salvación.
El pueblo escogido había sufrido toda una serie de calamidades en el desierto, habían sido esclavos en Egipto y estaban esperando con ansia un salvador que les liberaría de todos sus sufrimientos y esclavitudes.
Con el recuerdo vivo en el Pueblo de Dios de toda esta realidad dolorosa por la que había pasado, los profetas anuncian al pueblo de Israel la llegada del Mesías, el salvador que los liberará de todas sus esclavitudes.
Junto a este anuncio de la llegada del salvador, los profetas denuncian determinados comportamientos de parte del pueblo, que son incompatibles con la llegada del Mesías: la idolatría, la acepción de personas, las injusticias, etc. Porque el salvador es el Mesías anunciado desde tiempo, que viene a mostrar el verdadero del único Dios y pide el abandono de toda idolatría, de odios y rencores y de las injusticias porque Él viene como el Mesías, es santo y pide la santidad de sus fieles.
Para prepararse para la llegada del salvador, que es ya inminente, es urgente que el pueblo se convierta de todas sus infidelidades e idolatrías, por eso, junto al anuncio y la denuncia, los profetas llaman a la conversión, a preparar el camino al Señor, enderezar todo lo que esté torcido, elevar lo que esté bajo y rebajar lo que sea prominente.
A nosotros hoy también se nos anuncia la presencia de Dios, su mensaje y sus valores en medio de nuestro mundo, porque el salvador ya se encarnó, ya llegó y acampó entre nosotros.
A nosotros, la Iglesia que recibió la misión del mismo salvador de anunciarlo a todos los pueblos de todos los tiempos, nos anuncia su presencia en nuestra vida, en nuestro mundo y en cada uno de nosotros.
Preparemos el camino al Señor, que quiere tener un «huequecito» en la vida de todos
Nos anuncia que, si queremos hacernos participes y poseedores de la salvación que Él nos ha traído con su nacimiento, muerte y resurrección, necesitamos aceptarlo a Él en nuestra vida, como nuestro único y verdadero Dios, a quien rendimos honor y gloria con nuestra vida siguiendo el camino que él nos marcó y viviendo nuestra vida desde la exigencia de nuestra fe.
El anuncio de la buena noticia de la presencia de Dios y su mensaje en medio de nosotros, el amor que nos tiene y el interés que demuestra por todos y cada uno de nosotros, denuncian que en nuestra vida hay determinadas actitudes que vivimos que son incompatibles con esa aceptación de la buena noticia de la salvación que está en medio de nosotros y su seguimiento.
Por eso hoy, como dice el papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, es necesario que nosotros vivamos las exigencias de una nueva evangelización que piden una conversión del corazón, una conversión personal y comunitaria, que pide abandonar esos «diosecillos» que hay en nuestra vida, para aceptar al verdadero Dios que da sentido a toda la vida humana y a toda la sociedad actual.
Para prepararse para la llegada del salvador, que es ya inminente, es urgente que el pueblo se convierta de todas sus infidelidades e idolatrías
Como Juan el Bautista a los hombres de su tiempo, la iglesia quiere hacer resonar en los oídos y en el corazón del hombre actual la presencia del Dios del amor a nuestro lado. En medio de un mundo lleno de laceraciones, heridas y tristezas, Él quiere encarnarse en la vida de cuantos se sienten heridos, tristes y alejados de Él, y lo quiere hacer por medio de la vida y el testimonio de sus seguidores, de los creyentes, a los que invita a que, con su palabra y con su testimonio de vida, comuniquen a los que no creen, a los que están lejos de Dios, a los indiferentes, a los que no lo conocen e incluso a los que están en contra, la experiencia gozosa de ser creyentes, la alegría que produce la fe.
Preparemos el camino al Señor, que quiere tener un «huequecito» en la vida de todos y cada uno de nosotros, en nuestras familias, y en nuestra sociedad para ofrecernos a todos la curación de nuestras heridas y laceraciones y la posibilidad de experimentar la felicidad que proporciona saber que Él nos ama y se interesa por nosotros.
+ Gerardo
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