Cristo, en el Evangelio de San Juan de este IV domingo de Cuaresma nos explica lo que va a suponer para Él el cumplimiento de la misión que el Padre le ha encomendado.
Nos anuncia que lo mismo que Moisés elevó la serpiente en desierto y todo el que la miraba quedaba curado de la mordedura de las serpientes venenosas, así Él también tiene que ser elevado en la cruz, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.
El Padre envió a su Hijo con la misión de ofrecer la salvación a todo el que crea en Él. Esta misión que el Hijo recibe del Padre es fruto y consecuencia del gran amor que Dios tiene al mundo y a los seres humanos, «porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 15).
La fe en Jesús es la garantía de nuestra salvación. Cristo muere en la cruz por la salvación de todos los hombres, y lo único que pide de nosotros es que creamos en Él.
Si creemos en Cristo, no pereceremos, sino que tendremos la vida eterna. La salvación es un don, un regalo que Dios nos hace, fruto y consecuencia del gran amor que nos tiene. Solo pide una condición que creamos en su Hijo como enviado suyo y vivamos nuestra vida desde los valores y las exigencias que su seguimiento lleva consigo.
Cristo es el rescate por nuestros pecados, su sangre derramada por nosotros es la que nos ha merecido el perdón de nuestros pecados y la justificación ante Dios, «porque el Padre no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3, 18).
La historia de Dios con el hombre es siempre una verdadera historia de amor, por más que tengamos en la vida sufrimientos, dolores y enfermedades. Dios, ante todo y sobre todo, es ese Padre bueno y misericordioso, que tanto nos ama que envía a su propio Hijo para que, haciéndose hombre y muriendo en la cruz, nosotros obtengamos la salvación y la vida eterna.
Para que obtengamos la salvación, la vida eterna que Cristo nos ha ganado con la entrega de su vida por nosotros, lo único que Dios nos pide es que creamos en su Hijo, porque quien cree en él se deja iluminar por la luz que es él, y vive de acuerdo con lo que supone la fe en él.
La fe en Jesús es la garantía de nuestra salvación
La persona de Cristo y su mensaje no puede quedar indiferente a nadie: Su persona y su mensaje son luz, que ilumina la vida de los hombres y, o se e acepta y se cree en él, y entonces su mensaje y su persona ilumina la vida del creyente, o por el contrario, el ser humano, ante esta luz que es el mismo Cristo y su mensaje de salvación, lo rechaza, no lo acepta, porque prefiere seguir viviendo siguiendo su vida de pecado, su vida sin Dios ni fe, en definitiva, su vida al margen de la persona y del mensaje de Jesús.
La actitud del ser humano frente a la persona y el mensaje de Cristo, de acogida o de rechazo, es lo que ya le está juzgando. Es lo que le está haciendo merecedor de la salvación eterna si lo acepta y convierte su vida de acuerdo con lo que Dios le pide, o por el contrario, si prefiere la tiniebla, porque la luz de Cristo le molesta y prefiere seguir en su vida de pecado, son sus mismas obras las que lo acusan.
La respuesta positiva a la persona y al mensaje de Jesús desde la fe, es la respuesta auténtica a tanto amor como Dios nos ha demostrado y nos demuestra que nos tiene.
Acojamos a Jesús y su mensaje y apropiémonos de la salvación eterna que nos ofrece si creemos en él
Si la historia de Dios con nosotros, enviando a su Hijo al mundo, es siempre una historia de amor, nuestra respuesta no puede ser otra que una respuesta a ese mismo amor.
Amor que demostramos aceptando en nuestra vida al Señor que se ha entregado por nosotros y que nos pide que lo aceptemos a Él y encarnemos en nuestra vida, el estilo de vida que él ha venido a mostrarnos para que podamos ser sus seguidores y nos hagamos merecedores del premio de la vida eterna, que él nos ganó con su sangre.
Acojamos a Jesús y su mensaje y apropiémonos de la salvación eterna que nos ofrece si creemos en él.
+ Gerardo
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