En todo tiempo y lugar ha habido palabreros, personas que hablan y hablan, pero su vida luego no se corresponde con lo que dicen ni predican.
Hoy, esto lo entendemos a la perfección. Solo tenemos que mirar actuar a tantas personas en nuestra sociedad a los que los oímos hablar, a tantos grandes de nuestra sociedad: políticos que predican unas cosas y viven otras, que no cumplen lo que prometen y que siguen hablando de valores que, ni los tienen ni les importan; que buscan tener buena imagen, aunque su vida no se corresponda en absoluto con lo que dicen y hacen, quedando continuamente como mentirosos, que nos son dignos de confiar en ellos.
En tiempos de Jesús tampoco faltaban este tipo de personas. Los escribas y fariseos, cuya vida no se corresponde con lo que dicen. Por eso, de ellos dirá Jesús a sus discípulos: «Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen» (Mt 23, 3), solo son fachada, sepulcros blanqueados, que por dentro no tienen nada más que podredumbre, pero por fuera aparecen blancos, acicalados y hermosos (Cfr. Mt 23, 27-32). Ellos cargan fardos pesados sobre los demás, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo.
Porque este estilo de situarse y de actuar, ha abundado y sigue abundando en todas las sociedades. Es por lo que, ante la presencia de Jesús, que hace lo que dice, que su vida se corresponde con sus palabras y las confirma, es por lo que los que le oyen se quedan sorprendidos y sobrecogidos porque Él sí que habla con autoridad.
Precisamente, la autoridad de sus palabras es que son la verdad, porque Él es la verdad misma y pide que todos seamos testigos de la verdad. Cuando Juan el Bautista, que está en la cárcel, envía a sus emisarios a preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? (Mt 11, 3), Jesús les va a contestar acudiendo a su vida, a lo que hace: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo» (Mt 11, 4). No sólo oyendo, sino sobre todo «viendo» lo que él hace porque sus obras son testigos de lo que Él es y predica.
También nosotros somos enviados como sus seguidores a ser testigos de la verdad con mayúsculas que es Él y por eso tenemos que actuar como Él.
En todo tiempo y lugar ha habido palabreros, personas que hablan y hablan, pero su vida luego no se corresponde con lo que dicen ni predican
Jesús es el Señor, el Hijo de Dios, y cuando comienza la predicación del reino muestra su poder, con sus milagros que corroboran lo que dice de si mismo: «Yo soy la resurrección» (Jn 11, 25), y aparece resucitando muertos. Cuando se proclama «Luz del mundo y quien me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» aparece dando la vista a los ciegos etc.
En este texto de san Marcos, en este cuarto domingo del tiempo ordinario, Jesús aparece mostrando su poder incluso sobre los espíritus inmundos. Cuando entra en la sinagoga y proclama la lectura, allí hay un hombre que tiene un espíritu inmundo y lo libra de él. Todos quedan admirados y se preguntan: «Todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen» (Mc 1, 27).
A los oyentes les sorprende, cómo no, que expulse los espíritus inmundos y le obedezcan, pero, sobre todo, les sorprende la autoridad con la que enseña y actúa.
Jesús así manifiesta a todos su identidad: es el Hijo de Dios y todos perciben la autoridad con la que actúa.
Si miramos nuestra vida y nuestro mundo, podríamos decir que nos sobran autoridades y falta autoridad, porque para que alguien actúe con convencimiento para los demás, con una autoridad que los demás admiren, es necesario que su vida sea consecuente y coherente, que sus palabras se correspondan con su vida y viceversa.
A los oyentes les sorprende, cómo no, que expulse los espíritus inmundos y le obedezcan, pero, sobre todo, lessorprende la autoridad con la que enseña y actúa
Nosotros, como bautizados, tenemos como una misión doble: por una parte, hemos vivir el estilo de vida de Jesús y, por otra, hemos de ser testigos de ese estilo de vivir ante los demás.
Para que tengamos autoridad y podamos convencer de lo que transmitimos, necesariamente nuestra vida debe tener coherencia entre lo que decimos y los que hacemos, que nuestras palabras expliquen nuestro testimonio y que nuestro testimonio avale las palabras, lo que decimos que somos.
Por este camino es por el que el Señor nos pide a todos sus seguidores que orientemos nuestro seguimiento, de tal manera que no tengamos que dar muchas explicaciones de nuestra identidad, que la estemos constantemente demostrando a través de nuestra vida.
Que el Señor nos ayude a vivir en coherencia con nuestra identidad cristiana para que nuestra vida convenza a los demás de que somos realmente lo que decimos que somos: cristianos, seguidores de Jesús.
+ Gerardo
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