Hoy que las encuestas y las opiniones sobre un determinado tema o personaje tienen tanta importancia, tal vez alguien piense que Jesús, cuando pregunta a los discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo?; le interesa saber lo que opina sobre él la sociedad de su tiempo y ya está.
La pregunta de Cristo sobre la opinión de la gente sobre él, no es el objetivo principal de la misma, ni termina con ella, porque a Jesús lo que le interesa no es la opinión de la gente que le conoce, sino que sus discípulos recapaciten y sean conscientes de lo que significa Él para ellos. Por eso, después de las respuestas que los discípulos dan a su primera pregunta, hay una segunda en la que les cuestiona directamente: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,16). De su respuesta va a saber si sus discípulos han captado que Él es alguien que es más que un personaje famoso, si el Padre les ha revelado realmente que es el Hijo de Dios.
Por eso, ante la respuesta de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16); Jesús le va a hacer caer en la cuenta de su respuesta y le va a llamar «dichoso», porque eso no se lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en los cielos. Aprovechando esta revelación del Padre, Jesús le va a declarar a Pedro la piedra sobre la que Él va a edificar su Iglesia, y le va a dar poderes de atar y desatar en la tierra, de tal manera que lo que ate o desate en la tierra, quedará atado o desatado en el cielo.
Confesar a Jesús como Hijo de Dios vivo no es algo teórico,
es algo que compromete
Confesar a Jesús como Hijo de Dios vivo no es algo teórico, es algo que compromete, que lleva a cumplir una misión aquí en la tierra, que compromete a vivir según el estilo de vida que vivió Jesús y que Él mostró a sus seguidores. Confesar a Jesús como Hijo de Dios supone saber ponerlo a Él en el primer lugar al que amar y servir, como lo más importante de la vida.
La pregunta de Jesús a sus discípulos se nos dirige a todos y cada uno de
nosotros hoy, porque la palabra de Dios es viva siempre
La pregunta de Jesús a sus discípulos se nos dirige a todos y cada uno de nosotros hoy, porque la palabra de Dios es viva siempre, por eso todos y cada uno de los que confesamos a Jesús como Hijo de Dios hemos de transformar nuestra vida desde sus valores y criterios. No vale confesarlo con la boca y contradecir con la vida lo que afirmamos con las palabras.
La misión de la Iglesia entera consiste precisamente en esto: en anunciar a Cristo como salvador, y como redentor, como Hijo de Dios que ha enviado el Padre a este mundo para anunciar su reino, en orden a que los seres humanos lleguemos a conocerlo, nos encontremos con Él, lo confesemos como Hijo de Dios, como nuestro Dios y Señor, y le entreguemos todo nuestro amor, transfor-mando nuestra vida y convirtiéndonos a lo que el Señor nos pide.
Esto es lo que significa la confesión de Jesús como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16): que el Padre me ha revelado su verdadera identidad y, una vez que lo reconozco y lo confieso como Hijo de Dios, debo vivir amándolo con todas mis fuerzas, creyendo en Él y viviendo mi vida desde lo que la fe en Jesús me está pidiendo, transformando mi vida y dando testimonio de mi fe en el Hijo de Dios, que me lleva a vivir de una forma totalmente distinta del que no cree en Él o no lo ha encontrado, no lo conoce y, por lo mismo, tampoco lo sigue ni cree en Él.
Por eso, cada uno de nosotros que nos decimos cristianos, es decir, se-guidores de Cristo, tenemos que hacernos una y mil veces esta pregunta: ¿quién es Jesús para mí? Para que, si descubrimos que tantas veces, nuestra respuesta es teórica, convirtamos nuestra vida y, con esa conversión de nuestro estilo de vivir, más que con nuestras palabras, estemos demostrándonos a nosotros y a los demás que realmente creemos en que Jesús es el Hijo de Dios.
+ Gerardo Melgar
Obispo prior de Ciudad Real
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