La Palabra de Dios siempre ilumina la vida de los creyentes para saber cómo han de situarse frente a todo cuanto nos sucede en la vida.
En el evangelio de este domingo el Señor nos anima quitar nuestros miedos, que son muchos. En este tiempo de pandemia del coronavirus, observamos a tantas personas llenas de miedo y, tal vez, también nosotros estamos llenos de miedos que nos encogen el corazón.
• Miedo al contagio.
• Miedo a contagiar a otros: familiares, amigos, por ser personas de riesgo.
• Miedo al ingreso en el hospital, de donde no todos salen sanos.
• Miedo a una muerte en soledad, sin el cariño de los más queridos.
Además de estos miedos provocados por la situación actual que estamos viviendo, están los otros miedos que nos afectan continuamente:
• Miedo a vivir y ser testigos de nuestra fe, porque no queremos que nos señalen con el dedo.
• Miedo a perder la cordura, ante un mundo de prisas y de problemas.
• Miedo a perder el trabajo, o a que el negocio que hemos puesto en marcha no nos resulte positivo.
• Miedo a la enfermedad y la muerte.
• Y un largo etcétera de miedos que no nos dejan vivir la vida con paz y alegría.
Frente a tanto cúmulo de miedos, encontramos esta palabra de Dios que nos dice claramente: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma».
Hemos sido enviados todos a ser testigos valientes de Jesús y su mensaje ante las personas, y en el momento que nos ha tocado vivir a nosotros.
La razón para no tener miedo está precisamente en la existencia de la Providencia de Dios, que vela por nosotros. Ni lo más mínimo que nos suceda pueda sucedernos sin su consentimiento.
Jesús nos pone la comparación entre nosotros y los gorriones para concluir con esa afirmación rotunda, que nuestros cabellos están contados y nosotros valemos mucho más que los gorriones.
Esta providencia solo podemos entenderla desde la fe en un Dios que es Padre y nosotros somos sus hijos y por lo mismo quiere lo mejor para nosotros sus hijos. Es verdad que no siempre lo mejor para nosotros coincide con lo que es lo mejor para Dios. Por eso, cuanto mayor sea nuestra fe y nuestra confianza en Él, mejor entenderemos su providencia y mayor confianza tendremos en él.
Esta misma fe es la que nos llevará a confesar a Cristo ante los hombres, ante el mundo, porque hemos sido enviados todos a ser testigos valientes de Jesús y su mensaje ante las personas, y en el momento que nos ha tocado vivir a nosotros.
Es la fe la que nos tiene que llevar a fiarnos de Dios, a confiar en Él y en sus palabras. Nos ha dicho: no os dejaré solos, yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Que esta presencia del Señor en nuestra vida nos ahuyente todos nuestros miedos y nos lleve a fiarnos y confiar en su providencia y en su amor de Padre, que nunca nos abandona
Que esta presencia del Señor en nuestra vida nos ahuyente todos nuestros miedos y nos lleve a fiarnos y confiar en su providencia y en su amor de Padre, que nunca nos abandona, sino que nos promete la plena felicidad eterna. Esta promesa no está reñida con que en nuestra existencia haya momentos de dolor y sufrimiento y de cruz, porque todos los que han seguido de cerca al Señor han tenido también momentos de sufrimiento y dolor. El mismo Jesús nos lo dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9, 23).
Es desde esta actitud desde donde podemos entender el llamamiento de Jesús a que perdamos todo miedo a los hombres y temamos más bien a quien nos puede matar el alma.
Hemos de actualizar y reavivar nuestra fe de tal manera que entendamos el verdadero razonamiento de Dios y vivir de acuerdo con el mismo.
+ Gerardo Melgar
Obispo prior de Ciudad Real
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