Hacia un renovado Pentecostés

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    Celebramos hoy la solem­nidad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo a los apóstoles, a la Iglesia naciente. Es el día de la Acción Católica y del apos­tolado seglar, y lo hacemos con este lema: Hacia un renovado Pentecostés.

    La contemplación y la alaban­za de la Iglesia se centra hoy en la presencia del Espíritu y su entrega por parte de Cristo Resucitado a los suyos, para hacerles partícipes de su misma vida y de su misma misión, y para constituir con ellos el nuevo Pueblo de Dios.

    Hoy también nosotros escucha­mos de boca del Señor aquellas palabras de Cristo a los apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo, como el Padre me ha enviado, así os envío yo».

    Hoy también nosotros escucha­mos de boca del Señor aquellas palabras de Cristo a los apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo, como el Padre me ha enviado, así os envío yo». Esta es una palabra que va di­rigida a cada uno de nosotros, por­que la misión que Cristo dejó a los apóstoles es la misma que tenemos que hacer realidad hoy nosotros en nuestra sociedad, como bautizados y como Iglesia que somos.

    Del 14 al 16 de febrero de este año 2020 celebrábamos, como Igle­sia en España, el Congreso de Lai­cos. Lo hicimos tomando conciencia de que somos un pueblo de Dios en salida, para llevar el mensaje salva­dor del mundo al corazón del mun­do actual en el momento presente de la historia, como una verdadera nueva manifestación, como un re­novado Pentecostés para nosotros, que recibíamos de Cristo el mismo encargo, la misma misión y el mis­mo Espíritu que los apóstoles para que podamos hacerla realidad en el mundo de hoy.

    El Señor nos confía su misma misión: vivir como verdaderos se­guidores suyos y, con nuestro tes­timonio, ser llamada, interrogante y animadores de los demás para el encuentro con Jesucristo.

    Para cumplir esta misión de ser sus testigos, sus discípulos misione­ros, nos da su Espíritu Santo. Es el mismo Espíritu que derramó sobre los apóstoles el que nos da a noso­tros, para podamos cumplir con la misión que nos confía de ser discí­pulos misioneros.

    Es el Espíritu que, en formas de fuego, se posó sobre los discípulos y les transformo interiormente convir­tiéndolos en intrépidos y atrevidos predicadores de Jesús y su mensaje. Es el mismo Espíritu que ha estado y sigue estando presente en la Igle­sia, a través de todos los siglos. Es el mismo espíritu que recibimos en el bautismo y, de un modo singular, en el sacramento de la confirmación, para que nos convirtamos en verda­deros testigos, mensajeros y após­toles de Cristo en medio de nuestro mundo.

    El Espíritu envía a los cristianos al mundo para que seamos testigos de Cristo, anunciemos la buena nue­va de la salvación de Dios e instaure­mos el Rei­no de Dios, en medio de su historia y a través de los acontecimientos que la van haciendo.

    Hemos de estar abiertos y hemos de ser dóciles a sus inspira­ciones, a lo que este Espíritu suscite en nuestros corazones

    Por eso, hemos de estar abiertos y hemos de ser dóciles a sus inspira­ciones, a lo que este Espíritu suscite en nuestros corazones en el momen­to actual.

    Hemos de pedir todos los días: «Ven, Espíritu Santo, llena los co­razones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor», para que seamos capaces de vivir nuestra vida desde Cristo, siendo auténticos seguidores suyos y portadores de su mensaje a través de nuestra pala­bra y de nuestra vida, al corazón de nuestro mundo.

    Pidámosle al Señor que nos dé su Espíritu y que, con su ayuda, sea­mos capaces de renovar la faz de la tierra, que cambiemos este mundo nuestro según el plan de Dios.

    Que María, que siempre estuvo atenta a lo que el Espíritu le pedía y siguió obedientemente sus llamadas e inspiraciones, nos ayude a todos nosotros, en medio de este mundo que nos ha tocado vivir, que tantas veces prescinde de Dios, a ser ver­daderos discípulos, testigos de Cris­to y misioneros de su mensaje de salvación.  

    + Gerardo Melgar
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