Queridos amigos:
Quisiera dedicar la carta de este domingo y la del siguiente a comentar la Programación Diocesana para el curso que hemos comenzado 2016–2017.
La Programación Pastoral Diocesana la hemos centrado en tres pilares que creemos fundamentales:
1. Ir logrando una evangelización realmente misionera en todas las acciones y proyectos pastorales que nos tracemos en los cursos siguientes.
2. La Evangelización de la familia, como elemento fundamental para la evangelización del mundo actual.
3. La promoción de las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio, si queremos seguir teniendo quien anime, acompañe y nos ayude a vivir nuestra fe, desde el ministerio sacerdotal y la vida consagrada.
Hoy quiero comentar el primero de estos pilares, que es una especie de objetivo trasversal, en cuanto que afecta a toda la acción evangelizadora, el esfuerzo por poner en marcha una acción pastoral que sea evangelizadora y misionera.
Con este objetivo se trata de ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a interesarse por Jesucristo, encontrarse con Él, dejarle que entre en nuestra vida y nos transforme, en orden a conseguir la salvación.
Hoy no cabe otra forma de evangelizar que con este estilo misionero que nos lleve a salir, a buscar, a ofertar la persona de Cristo y su mensaje salvador a todos, estén en la situación que estén, respecto al Señor y a la fe en Él.
La situaciones, respecto a la forma de situarse de las personas respecto a Dios y la fe, pueden ser muy variadas hoy:
Personas que se han tomado en serio su fe y tratan de vivirla lo mejor que pueden en medio de un mundo en el que Dios no está presente, no porque no lo esté Él, sino porque nos hemos empeñado en no reconocerle.
Personas que han hecho un seguimiento de Cristo a su medida queriendo compatibilizar dicho seguimiento con el seguimiento de las llamadas y de los valores del mundo.
Los que en un tiempo creyeron, pero el materialismo dominante les ha ido minando su fe, y hoy solo creen en que lo más importante es tener, haciendo de ese tener más y más, su único Dios al que sirven.
Los que nunca creyeron porque nadie les habló de Dios y de la fe en Él. Viven como si Dios no existiera, pero no por mala voluntad, sino porque nadie les ha dado a conocer al verdadero Dios y Señor.
Los que van en contra y ridiculizan a los creyentes, porque consideran la fe en el Señor una majadería, fruto de un comecocos que los curas les han metido en la cabeza y que es necesario luchar contra ello, para que se sientan libres de verdad.
Todos ellos están necesitando una acción evangelizadora y misionera, que les ayude a descubrir la persona de Jesús y su mensaje, que se les haga ese primer anuncio de Jesucristo, como la persona en la que podemos encontrar sentido a nuestra vida y respuesta a los grandes interrogantes del hombre.
Todos ellos reclaman de los evangelizadores —de todos los bautizados, porque por el hecho de serlo somos responsables de la evangelización de nuestro mundo— que no seamos evangelizadores sedentarios, que no nos quedemos tranquilos esperando sentados a que vengan a pedirnos que les ayudemos a reavivar o a hacer nacer en ellos la fe, porque no van a venir. Es necesario que salgamos a buscarles, y ofrecerles, una y mil veces, a Cristo y su mensaje, con valentía, sin complejos, porque ofrecemos lo mejor para ellos.
Esto es lo que queremos decir cuando hablamos de evangelización misionera, y a ella debemos de sentirnos llamados todos. La evangelización misionera no es solo responsabilidad del obispo y de los sacerdotes, es una responsabilidad que nos compete a todos y cada uno de los bautizados por el hecho se estar bautizados. Cumplamos, pues con nuestra responsabilidad y salgamos a ofrecer a Cristo y su mensaje a quien más lo necesite, desde nuestra palabra y sobre todo desde nuestro testimonio.
+ Gerardo
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