Un minúsculo virus ha hecho patente nuestra vulnerabilidad

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    Nos habíamos creído dioses con nuestro progreso y nuestros medios técnicos, tecnológicos e informáticos. Nuestro poder económico y nuestros medios materiales disponibles nos habían hecho autosuficientes y prepotentes y nos habíamos creado la conciencia de que lo podíamos todo, de que no necesitábamos de Dios ni de los demás seres humanos, y que nada ni nadie iba a poder con nosotros ni hacernos vulnerables.
    Dios había pasado para muchos a la trastienda de la vida, tanto para su vida personal, como familiar, como profesional. Nuestra autosuficiencia nos llevaba a prescindir de Dios y de la fe en Él como algo inútil. Creíamos que a Dios le podíamos suplir con otras cosas: con dinero, con poder, con gozar, y que eso llenaría nuestra vida y, por eso, luchábamos por tener más de todo eso, mientras Dios y los hermanos contaban bien poco para muchos.

    Un pequeño virus nos ha hecho volver a la realidad y a la consciencia de que de dioses nada, que solo Dios es Dios

    Un pequeño virus nos ha hecho volver a la realidad y a la consciencia de que de dioses nada, que solo Dios es Dios y que todopoderoso solo lo es Él, que nosotros somos poca cosa, vulnerables hasta lo más profundo de nuestro ser. Por eso, este pequeño virus que se ha convertido en pandemia, sembrando la muerte en miles de personas, contagiando a más miles y creando en todo el mundo una situación de miedo, de desconcierto, de falta de esperanza, nos ha hecho ver que nuestros proyectos personales no tienen consistencia y han quedado truncados. Este pequeño virus ha dado al traste con nuestras ilusiones de proyectos que se han truncado, ha dado al traste con ilusiones y ha creado en el mundo entero una situación de angustia, de miedo y desamparo.

    Y cuando parece que todas las puertas se nos cierran y todo se carga de un gris oscuro, la puerta de Dios permanece abierta y desde ella se vislumbra una luz clara que ilumina nuestra vida. Él se hace presente en nuestra vida y nos anima a la esperanza y a la confianza, porque Él sigue a nuestro lado, camina junto a cada persona, junto a cada familia y, desde su amor y su misericordia, nos está diciendo a cada uno: «No tengáis miedo, soy yo».

    Y cuando las fuerzas nos flaquean, cuando nuestras ilusiones y nuestros proyectos se ven truncados, cuando el dolor llena nuestra vida; porque en las familias en las que ha habido algún fallecido, ni siquiera se han podido despedir de los seres más queridos; cuando la aflicción llena nuestra vida, es entonces cuando somos conscientes de lo mucho que necesitamos reavivar nuestra fe en el Señor. Porque solo Él y nuestra fe viva en Él nos dan paz y sosiego, porque Él cumple sus promesas y se hace presente en nuestra vida infundiéndonos esa paz con la que Él saludaba como resucitado. Él es quien nos dice a todos y cada uno, a ti y a mí: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» (Mt 14, 31)

    El Señor va en nuestra misma barca y no nos va a dejar que naufraguemos. Él tiene poder para calmar el viento y para normalizar la situación anormal que ha creado esta pandemia. Tenemos que creer en su poder, confiar en Él y pedirle con insistencia que tenga piedad y misericordia de nosotros.

    Es la hora de la fe, de la confianza y de la esperanza en el Señor, porque Él se acerca a nosotros para escucharnos y nos pregunta qué es lo que nos preocupa


    Es la hora de la fe, de la confianza y de la esperanza en el Señor, porque Él se acerca a nosotros para escucharnos y nos pregunta qué es lo que nos preocupa, lo que nos sucede, para que le contemos lo mismo que hizo con aquellos dos discípulos que iban de vuelta a su tierra, desanimados y con el sentimiento de fracaso en su interior y Él se acerca a ellos y les pregunta de qué venían hablando mientras iban de camino, ellos se lo cuentan y Él les explica todo lo sucedido y les hace ver que son torpes para creer, pues todo lo que le había sucedido estaba ya dicho por los profetas (Cf. Lc 24, 13 - 35).

    Es la hora de tomar conciencia de que Dios sale al encuentro de cada uno de nosotros y, como al ciego Bartimeo, nos pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Y, nosotros, como el ciego, podamos decirle: «Señor que vea» (Cf. Mc 10, 46 - 52). Que vea que tú sigues a nuestro lado, que no nos has abandonado, que sigues mostrándote a través de la acción solidaria y fraterna de tantas personas que ayudan a los demás, que tú te haces presente en nuestra vida, para que nosotros te hagamos presente en la nuestra y en la vida de los demás y, especialmente, en la de nuestras familias.

    Es la hora de decirle al Señor, como hicieron sus discípulos cuando él les hablaba de la fe: «Señor, auméntanos la fe» (Lc 17, 5 - 10), ayúdanos a confiar en tu misericordia y no en nuestras propias fuerzas, que son bien pocas. Ayúdanos a descubrirte presente en nosotros, en medio de nuestro dolor, en medio de la enfermedad y a saber y creer que solo nuestra confianza y esperanza en ti nos hará fuerte.
    Señor, que cuando todo esto pase nunca te arrinconemos en la trastienda de nuestra vida, que tú estés siempre en el centro y seas realmente muy importante para nosotros, para que ilumines nuestras oscuridades, fortalezcas nuestras flaquezas y nosotros vivamos como verdaderos discípulos tuyos, que valientemente dan testimonio de ti con su vida en la vida de familia, en el trabajo, en la vida social y en todos los momentos.              + Gerardo Melgar Viciosa
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