La estampa de estos dos discípulos de vuelta a su pueblo Emaús no puede ser más expresiva. Ellos habían recibido la llamada del Señor, lo habían seguido mientras vivía, tenían la esperanza de que él iba a ser el libertador de Israel y van de vuelta camino de su casa, porque lo han matado y todas sus esperanzas han sido destruidas. «Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió».
Esta es la conversación que traían entre los dos de camino. Vuelven a casa con la maleta cargada de desilusión y desesperanza.
Cristo resucitado sale a nuestro encuentro para que sintamos su compañía, su protección y su gracia.
Iban así y Jesús se les aparece de pronto, aunque ellos no lo reconocen y, cuando les ve tan desanimados, tan desilusionados, no tiene más remedio que reprenderles y decirles: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! [...] Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras».
Llegan a casa, y ellos lo invitan a quedarse con ellos y, sentado a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición, una bendición que ellos conocían, y entonces se les abren los ojos y lo reconocen, pero Él desapareció.
Inmediatamente, se vuelven a Jerusalén a comunicárselo a los demás apostoles para decirles que ha resucitado, y les cuentan lo que les ha sucedido por el camino.
Cuántas veces en nuestra vida desconocemos el proceder de Dios y cómo actúa, cómo nos quiere, cómo tenemos que comportarnos nosotros cuando nuestra vida no transcurre según nuestros planes.
Esto puede estar sucediéndonos en nuestra vida de cada día en estos momentos. Cuando el coronavirus nos ha estresado, nos ha llenado de dolor y temor, necesitamos más que nunca sentir al Señor cercano a nosotros, para que nos ayude a comprender y a vivir esta nueva realidad que ha surgido en nuestra vida.
La presencia de Jesús en nosotros nos va a ayudar a vivir este momento con otra actitud: una actitud de confianza, de no sentirnos solos, de quitarnos incluso los miedos, porque el Señor camina con nosotros y nos protege.
A aquellos discípulos se les abrieron los ojos de la fe y le reconocieron en la «fracción del pan». Nosotros necesitamos abrir bien los ojos de nuestro corazón, de nuestra fe, para reconocer a Cristo que camina a nuestro lado en tantos como son capaces de entregar su vida para que nosotros superemos esta pandemia: médicos, enfermeros, sanitarios que se exponen a contraer el virus, precisamente para protegernos a nosotros; y tantas y tantas personas como dan lo mejor de sí mismos para que esta pandemia acabe.
Tal vez después de tanto tiempo de lucha, de estar encerrados en casa, de que la vida no sea normal en nosotros, haya podido surgir en nosotros el desánimo y nos encontremos como aquellos discípulos con la maleta llena de desilusión. Tenemos que reaccionar, porque Cristo resucitado sale a nuestro encuentro para que sintamos su compañía, su protección y su gracia.
Danos fuerza y esperanza para seguir luchando contra un enemigo tan diminuto, pero que causa tanto daño.
Todo esto solo se puede percibir y vivir desde la fe en un Dios que sí es todopoderoso, nosotros no, y por lo mismo solo nos queda confiar en él y rezarle mucho y con mucha fe para repetirle con el corazón: Señor que esto acabe, que venzamos a este enemigo que ha surgido inesperado y podamos tener de nuevo en nosotros la alegría y la sonrisa, que podamos abrazar a nuestros seres queridos, podamos seguir con nuestra vida normal. Danos fuerza y esperanza para seguir luchando contra un enemigo tan diminuto, pero que causa tanto daño.
+ Gerardo Melgar
Obispo de Ciudad Real
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