Aunque nuestra celebración de la Semana Santa de este año es bastante extraña, pues no podemos celebrarla todos juntos, como comunidad, en nuestra parroquia, debido al condicionamiento del coronavirus, no lo es la celebración personal que siempre podemos celebrarla desde la intimidad personal y desde nuestras casas. Por eso quiero animaros a celebrar este domingo desde la fe, en vuestro corazón y en vuestras propias familias.
El Domingo de Ramos tiene una doble significación de fe: A. La aclamación de Cristo como Rey, como «el que viene en el nombre del Señor». Este es el sentido que tiene la procesión de los ramos que hubiéramos hecho todos si no fuera por las indicaciones y las obligaciones que debemos respetar, debido a las medidas del estado de alarma en el que estamos viviendo en nuestro país . Proclamamos a Cristo como «bendito el que viene en el nombre del Señor». B. La victoria y el reinado de Cristo es una victoria y un reinado desde la cruz y a través de su muerte, como escucharemos en la lectura de la Pasión. Él es el Mesías, el Señor, que cumple las promesas anunciadas en el Antiguo Testamento, y con dicho cumplimiento instaura la nueva alianza sellada con su propia sangre.
Este es el doble sentido y significado de la celebración de este Domingo de Ramos con el que inauguramos la semana grande de los cristianos, en la que celebramos los misterios de la muerte y resurrección del Señor que iluminan los distintos momentos que se dan en nuestra vida humana.
Todos en nuestra vida humana tenemos momentos de gloria, de entrada gloriosa en la Jerusalén de nuestra vida, momentos de alegría y de plenitud, de amistad sincera y realización personal, momentos en los que experimentamos palpable el amor de Dios, el amor y la cercanía y el cariño de los demás, de los nuestros. Son momentos de gloria en nuestra vida y para nosotros.
Pero, como Cristo, inmerso en su pasión, nosotros también experimentamos en nuestra vida el dolor y la tristeza, momentos de dolor, de fracaso; que nos hacen tomar conciencia de perdedores y vulnerables, como el momento que estamos viviendo ahora con el coronavirus. Este momento que llena nuestra vida de miedo y alarma nos hace ser conscientes de que no tenemos que olvidar nunca nuestra condición de seres limitados, de seres vulnerables, de seres que teníamos planes personales y sociales, como que nada ni nadie pudiera cambiarlos, pero ya vemos que sí, que un virus como el coronavirus está demostrando lo contrario.
Es muy importante que, con la mirada puesta en Cristo, seamos conscientes de que nuestra felicidad pasa necesariamente también por la cruz, pero no por cualquier cruz, sino por aquella que se vive por Cristo, con Cristo y en Cristo. Él es el que nos da esperanza, una esperanza que tenemos porque nos alienta Cristo y la comunión de los santos.
Es necesario saber descubrir en nuestra vida todos esos momentos de gloria y de entrada en nuestra Jerusalén personal, para caminar por las sendas del Señor con un corazón ensanchado, pero al mismo tiempo, hemos de disponer nuestra alma y nuestro corazón para vivir la cruz y desde la cruz, la cruz de cada día y las penas cotidianas unidos a las de Cristo, para vivirlas con esperanza y desde la esperanza como Él, con Él y desde Él.
Con la mirada puesta en Cristo, seamos conscientes de que nuestra felicidad pasa necesariamente también por la cruz
Cristo entra glorioso en Jerusalén, capital religiosa y política, pero no lo hace con el orgullo de los caudillos vencedores para ser ovacionado por las multitudes. Cristo, por el contrario, viene a servir al pueblo, por eso entra montado en uno de los más humildes de los animales, en un borriquillo, animal sin ningún sentido triunfal y símbolo de humildad. Jesús es el Siervo de Dios que viene a entregar su vida por amor y a manifestar con su muerte el gran amor que Dios tiene al hombre.
El Domingo de Ramos, con estos dos momentos con tanto significado, es preanuncio de lo que vamos a vivir en la liturgia del Triduo Pascual: la entrega por amor sin límites de Cristo a nosotros y por nosotros, una entrega que culminará en la explosión de alegría por el triunfo de Cristo resucitado sobre la muerte y el pecado.
Todos tenemos momentos de gloria, de entrada gloriosa en la Jerusalén de nuestra vida, momentos de alegría y de plenitud, de amistad sincera y realización personal
Comencemos esta Semana Santa de 2020 y preparemos nuestros corazones para vivir el gran significado de todos los acontecimientos que conmemoraremos en ella.
Vivamos lo mejor que podamos el verdadero sentido de las celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual, en estas circunstancias tan especiales en las que nos encontramos en esta Semana Santa con el coronavirus. Vivámosla con un corazón agradecido al Señor, que se entrega por nuestra salvación, que muere por nosotros, que cargó sobre sí con nuestros pecados y muere para destruirlos y ganarnos así definitivamente la vida y la resurrección.
Que con él, también nosotros, demos muerte en nuestra vida al pecado y comencemos ya desde ahora a participar de la nueva vida de su resurrección como hijos de Dios.
+ Gerardo
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