Con este lema celebramos este año, el Dia del Seminario.
La festividad de san José nos recuerda el hogar de Nazaret, la realidad del primer seminario en el que vivió el sumo y eterno sacerdote, Jesucristo, a la vez que la situación y las necesidades de nuestros seminarios en la actualidad.
Es verdad que tenemos falta de vocaciones sacerdotales, tan importantes siempre para que las comunidades cristianas avancen en su fe y se conviertan en comunidades evangelizadas y evangelizadoras.
Si nos preguntáramos por las causas más importantes de esta situación vocacional de la Iglesia hoy, la respuesta sería muy compleja porque muy compleja es la situación que vive el cristiano hoy. Eso no quita que podamos explicar la situación de la disminución e incluso carencia de las vocaciones sacerdotales por una causa que puede ser la raíz de todas las demás: faltan vocaciones sacerdotales porque nos faltan comunidades cristianas auténticas, que entusiasmen, enamoren y provoquen un verdadero amor a Jesucristo y una entrega a los demás por el Evangelio.
Los sacerdotes, por su consagración, están configurados con Cristo y son llamados a imitar al buen pastor
Los pastores salen de las comunidades, no vienen llovidos del cielo, sino que además de la llamada de Dios, las comunidades, desde la vivencia madura de su fe, suscitan vocaciones entregadas al anuncio del mensaje de Jesús y a la animación y maduración de la fe de los hermanos. La carencia de vocaciones sacerdotales y religiosas es un signo claro de la falta de fecundidad de las comunidades cristianas.
Es desde esa fe desde donde los pastores sienten la llamada de Dios a la entrega total de sus personas, sin reservas, dedicándose de lleno y con exclusividad al servicio de los hermanos, para suscitar, formar y alimentar la fe de los mismos.
El pastor, para realizar la misión como Cristo espera de él, tiene que estar enamorado de la persona y del mensaje de Jesús. Lo mismo que a Pedro Cristo le dijo «apacienta mis ovejas» cuando él le manifiesta su amor; el pastor solo cuando está enamorado de la persona y del mensaje de Cristo puede ser verdaderamente un buen pastor que dedique toda su vida en exclusividad a cuidar y apacentar las ovejas que el Señor le confía, para que logren encontrarse con Él y seguirlo.
Pidamos que en la Iglesia siga habiendo discípulos enamorados de Cristo
Los sacerdotes, por su consagración, está configurados con Cristo y son llamados a imitar al buen pastor que los ha consagrado y los ha llamado para imitar y revivir su misma caridad pastoral. Así lo decía san Juan Pablo II en la Pastores dabo vobis, en el número 22: «En virtud de la consagración los presbíteros están configurados con Cristo, buen pastor, y son llamados a imitarle y revivir su misma misión pastoral».
Los pastores son enviados, como decía san Juan Pablo II «para llevar el mensaje salvador al corazón del mundo». Hacia este objetivo se dirige la oración que Cristo enseñó a los discípulos cuando les dijo: Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies.
Los sacerdotes son enviados como misioneros porque toda la Iglesia es misionera. Ya desde el seminario los sacerdotes deben formarse como discípulos misioneros, enamorados del maestro, como pastores con «olor a oveja» que viven en medio del rebaño para servirlo y llevarle la misericordia de Dios.
Ambas realidades de ser pastores y ser misioneros están tan unidas que no se entienden la una sin la otra y en este tiempo tal vez más que nunca porque hoy el sacerdote debe apacentar a su pueblo, pero con la actitud siempre de ser misionero y portador del mensaje salvador de Cristo a todos los hombres, estén en la situación que estén, especialmente llegando a las periferias de la vida.
Pidamos que en la Iglesia siga habiendo discípulos enamorados de Cristo, porque si no hay discípulos enamorados, no puede haber sacerdotes ni pastores entregados, ni jóvenes que sientan cada día la llamada de Dios a pastorear al pueblo viviendo su consagración, y siendo en todo momento portadores del evangelio por todo el mundo.
+ Gerardo
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