Ser estrella que guía a los que no creen

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    La fiesta de la Epifanía, popularmente llamada de los Reyes Magos, es una de las fiestas más importantes dentro del tiempo litúrgico de la Navidad, porque entronca plenamente con la misión que Cristo trae al mundo de ofrecer a todos los hombres la salvación de Dios.

    Cristo se ha hecho presente en el mundo para ofrecer a todos los seres humanos la salvación que Dios nos regala.

    Cristo comienza por manifestar esa salvación al pueblo judío, al pueblo elegido, al que Dios había ido preparando durante siglos, para que recibieran al salvador.

    Cristo, el salvador, se hace presente para salvar no solo al pueblo elegido, sino a todos los hombres de todas las naciones, razas y pueblos. La misión que le ha encomendado el padre es una misión universal, que incluye a todos los hombres de todas las razas, de todos los pueblos y de todos los tiempos.

    Por eso, hoy celebramos esa universalidad de la salvación de la que Él es portador, celebramos la manifestación de la salvación de Dios a los pueblos gentiles, a los paganos, a aquellos que no le conocen, para que, conociéndolo, puedan recibirlo y recibir plenamente su salvación.

    Cristo y su salvación se manifiestan hoy a los pueblos gentiles y lo hacen a través de una estrella, que aquellos sabios saben interpretar, descubriendo que algo grande les anuncia. Por eso la siguen hasta donde la estrella se posa y descubren a Cristo, salvación de Dios, presente en nuestro mundo.

    Hoy, después de más de veinte siglos el mundo sigue dividido en dos tipos de personas: los que conocen a Cristo como salvación de Dios, que tratan de seguirlo y ser sus discípulos y pertenecer a su pueblo que es la Iglesia y aquellos otros que no lo conocen y no le aman ni le siguen, porque no les ha llegado la noticia de la salvación que se les ofrece.

    Entre estos segundos se encuentran hoy todo un conjunto de tipos de personas muy variados y variopintos:
    Los que nunca han oído hablar de Jesús porque nadie se lo ha contado. Estos han nacido, crecido y vivido en una sociedad y en una familia que nunca les habló de Cristo y su salvación.  

    Están los otros que sí que han oído hablar algo de Jesús, pero están desengañados de sus seguidores, porque no ven en nosotros coherencia y, confesándonos seguidores y discípulos suyos, nuestra vida no se corresponde con la que Jesús es y vino a comunicar.

    La vivencia de nuestra fe debe ser la estrella que muestre el camino

    Están los otros que fueron creyentes en unos momentos muy concretos de su vida, pero que el mundo y la mundanidad han presionado de tal manera en su vida que se han dejado dominar por sus propuestas y se han olvidado del auténtico salvador del mundo y el suyo.

    Están también los otros que han hecho de su fe en el Señor como salvador algo totalmente teórico, que no les compromete a nada, algo que no molesta ni interroga a nadie.

    Todos estos y otros muchos tipos de increyentes actuales están pidiendo a gritos la estrella que les muestre al verdadero salvador del mundo al que amar y seguir vitalmente.

    Los sabios de oriente contemplaron la estrella y la siguieron. Nuestros contemporáneos están necesitando de otras estrellas que les muestren el camino de la salvación.

    Somos nosotros, cada uno de los que nos decimos cristianos quienes hoy somos llamados por el Señor, para ser estrella, que les muestre cual es el camino que han de seguir para encontrarse con el salvador del mundo.
    Nuestra fe, como decía el papa Benedicto XVI «no es solo un regalo que Dios nos hace para que nos aprovechemos de ella personalmente, sino para que también la comuniquemos a los demás» (Benedicto XVI en la proclamación del Año de la fe).

    Hoy somos llamados por el Señor para ser estrella

    La vivencia de nuestra fe debe ser la estrella que muestre el camino para encontrarse con la verdadera salvación. Se nos pide compromiso, coherencia, testimonio de nuestra fe para que los demás se sientan cuestionados para seguir el camino que lleva a descubrir al salvador y poder  seguirle.

    Sintámonos todos y cada uno de los creyentes en Cristo estrella luciente con nuestra palabra y, sobre todo, con nuestra vida, que ilumina el camino que lleva al Salvador, para que ellos también le sigan y el Señor los salve.

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