Todos tenemos a alguien que vivió junto a nosotros mientras vivía su vida terrena: familiares, amigos, vecinos, conocidos, personas que nos quisieron y a los que nosotros quisimos, y que ya han terminado su andadura por este mundo terreno y han sido llamados por el Señor a poseer la vida y la felicidad eterna.
Nosotros los conocíamos bien mientras vivieron a nuestro lado y sabemos que eran buenas personas, pero también pobres y débiles como nosotros. Por eso, no sabemos si ya han llegado a poseer la entrada en el Reino de Dios definitivamente y gozan de la compañía eterna del Señor y sus santos; o aún están en estado de purificación de sus almas y en espera de su entrada definitiva al lugar que el Señor les tenía preparado desde toda la eternidad.
La Iglesia, consciente de esta realidad, celebra con especial devoción este mes de noviembre, como mes de los difuntos, mes que nos recuerda que debemos de rezar, ofrecer sacrificios y sufragios por nuestros seres queridos para que el Señor, una vez purificados de sus pecados, pueda darles el premio de la vida eterna y puedan gozar de su felicidad para siempre viendo a Dios cara a cara, con el innumerable coro de los ángeles y de los santos.
Nuestros contemporáneos tienen, sin duda, un recuerdo cariñoso, cómo no, de sus seres queridos que fallecieron, de sus familiares, amigos y conocidos que ya no están compartiendo nuestra vida terrena. Por eso, en este mes los cementerios, se llenan de gente que recuerda con ese cariño a sus seres queridos y les lleva unas flores y limpia su tumba como expresión de ese cariño humano hacia ellos.
Debemos rezar, ofrecer sacrificios y sufragios por nuestros seres queridos para que el Señor, una vez purificados de sus pecados, pueda darles el premio de la vida eterna
Lo que no se les ocurre pensar, precisamente porque tal vez su fe es bastante débil, es si es eso lo que necesitan en estos momentos y en ese estado los familiares y amigos ya fallecidos, porque si lo pensáramos desde la fe, seguro que también les llevaríamos un ramo de flores en determinadas fechas, pero también se nos ocurriría que lo que más necesitan en su estado es nuestra oración y el ofrecimiento de sufragios por ellos.
Los que han muerto están ya en una situación en la cual no pueden merecer por sí mismos el perdón de sus pecados, pero nosotros sí podemos merecer por ellos y ofrecer al Señor nuestra oración por el perdón de sus pecados, nuestros sacrificios, las eucaristías en las que participamos y en las que siempre pedimos por los que han muerto a la vida terrena y que durmieron con la esperanza de la vida eterna y tal vez puedan estar necesitando de que nosotros ofrezcamos oraciones, sacrificios y ofrendas por ellos y por el perdón de sus pecados.
Yo recuerdo con gran cariño cuando rezábamos el rosario en familia y, después de las letanías, se encomendaban al Señor las intenciones más importantes de la misma y, entre ellas, siempre aparecía el rezo de un padrenuestro por los difuntos de la familia para que el Señor perdone sus pecados y les lleve a gozar de la bienaventuranza eterna.
La Iglesia celebra con gran devoción este mes de noviembre como mes de los difuntos
El recuerdo de lo que hacía nuestra familia y por lo que rezábamos todos juntos mientras vivían con nosotros es lo que nos motiva, a los que aun permanecemos en este mundo, a pedir por el eterno descanso de los que un día rezaron por los muertos y hoy necesitan de nuestra oración. Rezamos también para que el Señor les dé el descanso y la felicidad eterna.
Esta es la auténtica celebración y el auténtico sentido que tiene el mes de noviembre como mes de los difuntos: que junto al cariño que les seguimos teniendo y que expresamos a través de nuestra visita al cementerio para llevarles unas flores, aprovechemos también para rezar por ellos, ofrecer misas y sacrificios para que el Señor perdone los pecados que ellos pudieran haber cometido mientras vivían y puedan gozar de la felicidad eterna junto a Dios que les tiene preparado el sitio.
+ Gerardo
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