Poniendo nuestra mirada atrás en nuestra niñez y en nuestros años más jóvenes, seguro que todos recordamos con gran cariño la fiesta del pueblo en honor a la Virgen o la romería al santuario mariano que, en un ambiente de hermandad auténtica, celebrábamos para honrar a la madre, la Virgen María bajo distintas advocaciones.
Sí es verdad que el aprecio y la valoración de la fe ha decaído también —por desgracia— entre nuestras gentes, porque el laicismo revestido de las más diversas máscaras: el materialismo atroz, el hedonismo a costa de lo que sea, el falso discurso de que sin Dios se es más libre, etc.; se ha ido infiltrando en nuestras más profundas raíces cristianas. Sin embargo, la devoción a la Virgen, su presencia en nuestros pueblos, en los santuarios marianos; sigue siendo una realidad viva y una devoción perenne ante la cual somos plenamente capaces de reaccionar y de vivir llenos de emoción y devoción.
Son muchas las fiestas que se celebran con verdadera devoción en nuestras parroquias a lo largo del año. El sábado celebramos a la Virgen con el título o la advocación de la Virgen de los Dolores.
Todas estas advocaciones y fiestas a las que tenemos un cariño especial, y celebramos con una devoción extraordinaria, tienen algo en común y muy importante: nos ponen en contacto con María la madre del Señor y madre nuestra, y nos hacen una llamada a reavivar, renovar y fortalecer nuestra fe, porque en ella encontramos siempre un verdadero modelo de creyente.
La Virgen de los Dolores nos muestra a María como la mujer fuerte, la mujer que estuvo en todo momento siguiendo a Jesús en su pasión, la mujer que Cristo nos entrega en la cruz para que sea nuestra madre y nos aliente y arrope en las dificultades que podamos tener nosotros en la vida.
En el Evangelio de esta fiesta escuchamos cómo Jesús entrega a su madre al discípulo que estaba con ella a Juan: «Ahí tienes a tu hijo», y al discípulo le llama a que la reciba como madre: «Ahí tienes a tu madre».
Ella es nuestra madre, la que nos da ejemplo de fe, de entereza a pesar del dolor que sentía viendo morir a su hijo Jesús, que era todo inocencia y muere como el peor de los malhechores en la cruz.
Ella es modelo de cristiana para todos nosotros que nos enseña que cuando el dolor acuda a nuestra vida, hemos de vivirlo con este mismo talante de fe, de esperanza, sabiendo que Dios está con nosotros y nos da la fuerza necesaria para vivirlo con esperanza.
Hoy, muchas personas que en otro tiempo creyeron y la fe fue importante para ellos, hoy la han dejado casi morir y necesitan volver a suscitarla, a darle vida, a resucitarla y que tenga el peso, el vigor y la fuerza que debe tener para que siga siendo una fe verdaderamente viva.
María, con su ejemplo y, como madre de todos, entregada por Cristo en la cruz a la persona de san Juan, les pide que su fe sea algo más que un recuerdo hacia ella, que sea realmente algo vivo todos los días del año y de todos los años, un estilo de vida que traten de encarnar y vivir en la suya. Y, para ello, les pide que le miren, que vuelva su mirada a la madre, porque en ella van a encontrar el verdadero modelo de vida creyente
Aprendamos de ella a vivir los momentos de dolor y sufrimiento acompañados de la mano de Dios, que nos acompaña siempre, que no nos deja solos en los momentos de dolor y dificultad.
+ Gerardo
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