Cristo, en la sociedad actual es el gran silenciado, ignorado y desconocido, incluso en una gran mayoría de personas que un día recibieron el bautismo y se consideran cristianos porque lo recibieron, pero su vida transcurre en la ignorancia y el desconocimiento de Cristo. Se han dejado esclavizar por una sociedad que promueve valores distintos e incluso contrarios a los que la fe en el Señor nos pide a los que hemos recibido el bautismo.
Nuestro mundo está lleno de personas que no sienten necesidad ni interés por Dios en su vida, que se creen omnipotentes porque tienen dinero y con dinero creen que pueden conseguirlo todo aunque, en el fondo, se encuentren con un vacío grande en su vida porque no son felices.
Nuestra sociedad actual es una sociedad materialista que corre en exclusiva tras lo material, el placer y el poder, como verdaderos dioses con los que quieren llenar su vida y les ofrecen todo el culto personal como lo más importante de su vida. Aunque, incluso, si logran conseguir sus objetivos de tener, poder y gozar, dentro de sí siguen buscando a alguien que llene su vida y sus aspiraciones más profundas.
En una ocasión me encontré con un cantante que ahora se dedicaba a hablar de Jesús a los jóvenes, y comenzaba el encuentro con ellos de esta forma: «Yo he sido joven, como vosotros y el sueño de mi vida lo componían tres aspiraciones más importantes: tener un coche último modelo, tener mucho dinero y disfrutar de mucha fama. Os puedo decir que todo eso lo logré, pero no era feliz. Y, ¿sabéis cuando soy realmente feliz? Ahora que he encontrado a Jesús y dedico mi vida a darlo a conocer, porque ahora es Él quien llena mi vida.
Hoy, nosotros, como el ciego Bartimeo, tenemos que sentir necesidad de Jesús para que nos cure de tantas enfermedades
El Evangelio de este domingo nos muestra a un ciego, al ciego Bartimeo, hijo de Timeo, que pedía limosna al borde del camino a los que pasaban. Él ha oído hablar de Jesús, que da la vista a los ciegos y hace oír a los sordos y se compadece de los pobres y necesitados. Bartimeo sueña con que un día se pueda encontrar con Jesús y que le dé la vista. Un día oye un gran gentío que viene y pregunta qué es lo que pasa. Alguien le dice que es Jesús Nazareno, que viene por el camino, y él inmediatamente se pone a gritar: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi». Algunos de los que acompañan a Jesús lo mandan callar porque esta molestando al maestro, pero él sigue llamándolo a gritos: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Hasta que Jesús lo manda llamar y le pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?» Y el ciego le contesta, lleno de alegría: «Señor, que vea».
Aquel ciego siente necesidad de que Jesús lo cure de su ceguera, por eso, cuando lo llama, él corre a encontrarse con él. Tiene dificultades por parte del ambiente y de los que lo mandan callar, pero él sigue gritando todo lo que puede para que Jesús lo cure, y así se produce el milagro, y el ciego lo sigue muy contento y satisfecho.
Nosotros, en nuestra sociedad actual, sentimos y tenemos experiencia de que, tras lo que luchamos y seguimos, no nos da la felicidad, que al final nos sentimos vacíos y buscamos algo distinto que nos llene de verdad, y ese algo distinto nos lo da el Señor.
Hoy, nosotros, como el ciego Bartimeo, tenemos que sentir necesidad de Jesús para que nos cure de tantas enfermedades psicológicas, morales y espirituales, y que llene nuestra vida, nuestros anhelos y necesidades más profundas; y responda a nuestras preguntas más transcendentales porque entonces será cuando nos sentiremos llenos y realizados. Porque, como decía san Agustín, «nos hiciste para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti».
Todos conocemos a personas que, sin tener nada propio, habiendo renunciado a todo lo que aporta este mundo y tras lo que corre esta sociedad, han entregado su vida a servir a Dios y a los demás, y son felices y se les ve felices. Ahí está la clave de la realización personal plena y de la felicidad, a pesar del sacrificio que supone.
Hemos de encontrarnos con Jesús para conocerlo, amarlo y seguirlo como discípulos suyos, y convertir nuestra vida en una vida en la que lo dejemos entrar a Él para que nos dé lo que llena nuestro corazón. Y, cuando lo hemos conocido y lo seguimos, necesariamente tenemos que comunicar nuestra experiencia a los demás, porque esta experiencia tiene tal fuerza en nosotros que no podemos callarnos ni dejar de testificar nuestra fe en Él y su proyecto.
Esto lo podemos hacer en todos los estados de vida y todos los días y en horas de cada día. Cuando buscamos a Jesús y lo encontramos, al mismo tiempo, no podemos menos que seguirlo y, si lo seguimos desde nuestro encuentro con Él, lo comunicaremos, ayudando con nuestro testimonio a los demás a encontrar a quien ha dado sentido a nuestra vida plenamente.
+ Gerardo
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