Queridos diocesanos:
En el evangelio de este domingo se nos habla de la fe en el Señor, de la confianza que debemos tener en Él y cómo debemos fiarnos siempre de Él y de su palabra.
En el evangelio que hemos escuchado, Jesús se aparece a los discípulos y ellos se asustan porque creen que es un fantasma. Pedro, ante las palabras de Jesús «soy yo, no tengáis miedo», se mueve entre la confianza y la duda, entre fiarse de sus palabras y la desconfianza, por eso quiere una prueba: «Si eres tú mándame ir andando hacia ti andando sobre las aguas», a lo que Jesús le contesta: «Ven». Pedro comienza a caminar sobre el agua, pero como el viento soplaba con gran fuerza, el miedo se va apoderando de él y grita: «Sálvame, Señor» y Jesús tiene que reprocharle su poca fe, el no fiarse de Él que le ha dicho «ven» y no va a permitir que le suceda nada.
Pedro nos resulta siempre cercano a nuestro modo de proceder, porque en nuestra vida cristiana se dan continuos titubeos ante lo que Dios nos pide, queremos pruebas y tenemos que reconocer que tantas veces también nosotros sentimos miedo de lo que Dios nos pide, que nos fiamos mucho más de nuestras propias fuerzas, de nuestros medios que de Dios.
En la vida cristiana nos encontramos con multitud de llamadas a fiarnos del Señor y también con nuestra experiencia de miedo:
• Ante la necesidad de superar un defecto, queremos superarlo y lo intentamos, pero desconfiamos de que podamos conseguirlo porque somos nosotros solos los que nos lo proponemos, nosotros solos los que luchamos y nosotros solos los que fracasamos. Nos hemos fiado, no de la ayuda del Señor, que cuenta con nuestro esfuerzo, pero que con su gracia nos capacita para lograrlo; sino solo en nuestras fuerzas y en nosotros mismos.
• Ante la llamada de Dios a vivir nuestra fe en medio de una sociedad como la nuestra, descreída y laicista, nos puede parecer imposible lograrlo, pero por la misma razón, porque contamos solo con nuestras fuerzas y muy poco con que no estamos solos, que Dios nos da su fuerza y su gracia.
• Ante la llamada y el envío que el Señor nos hace a ser sus testigos en nuestros ambientes, desistimos porque sentimos miedo a no lograrlo y además que se nos señale con el dedo.
• Ante tantas y tantas situaciones en las que el miedo nos paraliza, porque en el fondo no nos fiamos del Señor.
En la Historia de la Salvación ha habido muchas personas que se han fiado plenamente de la llamada del Señor y le han seguido con todas las consecuencias: Abraham, María, los discípulos de Cristo, todos los santos, tantas y tantas personas que se han fiado del Señor.
Hoy, esta Palabra de Dios y el ejemplo de tantas personas que se han fiado de Dios convencidos de que Dios no defrauda nunca, nos hace una doble llamada.
En primer lugar, a que descubramos de qué o de quién nos fiamos nosotros en la vida, porque podemos descubrir que, siendo y llamándonos cristianos, nos fiamos mucho más de nuestras propias fuerzas que de la gracia de Dios, que nos fiamos mucho más de nuestro dinero y de nuestros medios que de Dios, que a Dios solo le metemos cuando ya todo lo demás nos ha fallado por si acaso Él aún puede decir y hacer algo.
Por otra parte, el Señor nos hace una llamada a fiarnos de Él como quien no defrauda nunca. Para ello tenemos que dejar que el Señor entre en nuestra vida y le demos la oportunidad de demostrarnos que podemos fiarnos de Él, porque es tan grande su amor a nosotros, que ni del mejor amigo, ni de la persona que más nos quiere podemos fiarnos más y mejor que del Señor.
Hagamos durante el día de hoy aquella jaculatoria dedicada al Corazón de Jesús: «Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío».
+ Gerardo
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