
En este II domingo de Pascua el evangelio nos presenta a Jesús apareciéndose a los discípulos, pero no están todos, falta Tomás, y cuando los demás discípulos le dicen que han visto al Señor él no lo cree y les da esta contestación: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
Este razonamiento de Tomás en el evangelio que acabamos de escuchar nos resulta muy cercano. Podríamos decir que es el razonamiento de la inmensa mayoría de los hombres de nuestro tiempo.
A Tomás le resulta demasiado bonito para creerlo, por eso la respuesta es claramente de falta de fe...si no toco su cuerpo, si no meto en sus llagas... no creo.
Algo que con demasiada frecuencia oímos y vemos en el hombre actual, que cuando alguien le habla de creer, de fe, de Dios, él responde con frases como estas:
• Eso es una comedura de coco.
• Yo en lo que creo es en lo que se puede tocar y contar.
• Otra vida...no he visto a nadie que haya vuelto.
• Dios, la fe... allá cada uno pero a mí no preocupa eso, me preocupan otras cosas.
Incluso nosotros, que nos confesamos cristianos, es decir, seguidores de Cristo; cuando oímos un determinado pasaje del evangelio, en más de una ocasión, y más al percibir sus exigencias, nos hemos quedado pensando que si nosotros hubiéramos visto, vivido, oído y experimentado a ese Jesús del evangelio no tendríamos dificultad alguna para creer y vivirlo. Pero creerlo sin poderlo comprobar…
Tanto Tomás como el hombre actual, como nosotros, quisiéramos tocar, ver, experimentar, poder comprobar con nuestros sentidos.
Tanto la actitud de Tomás como la nuestra es una actitud equivocada, no se trata de tocar a Jesús, sino de que Él toque nuestro corazón.
Cuando Tomás deja que Jesús toque su corazón, deja que Jesús entre dentro de él, su actitud cambia radicalmente, se transforma y le confiesa como su Señor y como su Dios.
Para poder confesar a Jesús como Dios y Señor es necesario acercarse a Jesús y su mensaje:
• Con corazón abierto.
• Con docilidad a su palabra.
• Estar dispuesto a que Cristo entre en nuestra vida.
• Estar con los oídos y el corazón bien dispuestos para escucharle.
Cuando cualquier persona ha escuchado con sencillez al Señor, con docilidad, ha dejado que cale en su interior, le confiesa como Dios y señor.
Confesar a Cristo como Dios y Señor supone:
• Aceptar el estilo de vida que Él propone.
• Convertir nuestra vida según sus exigencias.
• Vivir y ser testigos ante los demás de este Jesús que es Dios y Señor nuestro.
Reconozcamos a Jesús como nuestro Dios y Señor y vivamos nuestra vida con las actitudes que exige dicho reconocimiento del Señor.
+ Gerardo
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