El tiempo de Adviento nos traza a través de todos los domingos que constituyen el mismo un itinerario a recorrer, en espera del Salvador.
Durante los tres domingos que llevamos de este tiempo de Adviento hemos recibido diversas llamadas desde la palabra de Dios, que hemos proclamado en cada uno de ellos, como distintos pasos en ese itinerario a recorrer durante todo el tiempo de Adviento.
El primer domingo nos hacía una llamada a estar despiertos y vigilantes para descubrir lo que sucede en nuestro entorno, en nosotros mismos, y ver lo que tenemos que cambiar para, desde ese conocimiento, al comienzo del tiempo de Adviento, hacer nuestro plan para vivirlo mejor.
El segundo domingo nos llamaba a preparar positivamente el camino al Señor que llega. Para ello, nos ponía como modelo de lo que hay que preparar lo que piden los profetas a su pueblo y lo que hizo y pedía Juan el Bautista ante la inminencia de la venida del salvador.
En este tercer domingo nos invita, desde la figura de Juan el Bautista, a confesar nuestra auténtica identidad, con verdad y valentía. A la pregunta de los judíos que le envían emisarios a preguntarle directamente quien es, él confiesa claramente su identidad: no es ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta que ellos esperaban. Es solo la voz que clama en el desierto: «Preparad el camino al Señor».
Nuestro mundo laicista e increyente también nos pregunta a nosotros los cristianos: «¿Tú quien eres?» Y nosotros tantas veces no nos atrevemos a confesar lo que somos. Vivimos nuestra identidad cristiana como en la sombra, nos da vergüenza manifestar abiertamente que nosotros somos creyentes, discípulos y seguidores de Jesús, porque hoy no está bien visto, porque tenemos miedo a que se mofen de nosotros y lo ocultamos por vergüenza, vivimos nuestra fe llenos de complejos.
Desde el ejemplo de Juan debemos sentirnos impulsados a confesar abiertamente nuestra fe, nuestra condición de seguidores de Jesús, sin complejos, caiga quien caiga y nos oiga quien nos oiga.
Nuestra vida, nuestra forma peculiar de vivir, debe ser un testimonio claro que exprese nuestra identidad de discípulos y seguidores de Cristo, porque vivimos nuestra vida desde el estilo y los valores de Jesús.
Este tercer domingo de adviento es el domingo llamado «de la alegría». En la segunda lectura, san Pablo, en la carta a los Tesalonicenses nos invita a «estar siempre alegres, no dejando de orar y manteniéndonos en continua acción de gracias, porque esto es lo que Dios quiere de nosotros como cristianos (Tes 5, 16).
La alegría es una actitud y una virtud propia del cristiano. Dice el refrán castellano que «un santo triste es un triste santo». El cristiano debe vivir su fe y su identidad cristiana con alegría, porque la vivencia de la fe produce necesariamente alegría y gozo, porque el Señor no solo está cerca, sino que está dentro del creyente que trata de vivir su fe en Él.
Por eso el papa Benedicto XVI, cuando proclamó el Año de la Fe, decía claramente que reavivando nuestra fe tendremos la oportunidad de experimentar la alegría de la fe y el gozo de ser creyente y de transmitir ese gozo y esa alegría a los demás, para que también ellos puedan experimentarla.
Vivimos en un mundo lleno de tristeza, pobreza, heridas y laceraciones, aunque muchos traten de ocultar su tristeza y heridas detrás del bullicio y del ruido del mundo.
Nosotros debemos sorprender e impactar por nuestra alegría, no la que surge del bullicio y el ruido de la sociedad, sino por la alegría interior de quien siente que tiene a Dios en su vida.
+ Gerardo
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