Cuando aquel fariseo le preguntó a Jesús cuál era el mandamiento más importante de la ley de Dios, la respuesta de cristo es bien clara y contundente:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser. Este es el primero y el más importante. Pero hay un segundo mandamiento que es parecido a este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En estos dos mandamientos se resumen toda la Ley de Moisés y la enseñanza de los profetas (Mt 22, 38-40).
Este doble mandamiento resume, no solo la Ley y los Profetas, sino que define nuestra identidad cristiana.
Hoy necesitamos recordar lo que significa amar a Dios con todo el corazón. Quiere decir que Dios tiene que ocupar el centro de nuestra vida, que no puede ser algo accesorio en nuestra vida, sino lo fundamental, que no podemos tener en nuestra vida otros diosecillos que sean a los que debemos nuestro culto, y al Dios auténtico y verdadero le arrinconemos y no le concedamos un puesto realmente central en nosotros.
Hoy, por desgracia, el hombre se ha inventado otros dioses a los que rinde su culto y dedica su tiempo y sus energías: el Dios de lo material, del poder, del gozar.
Tantas personas que hoy solo se mueven por tener más: más dinero, más comodidad, más poder político, social, más placer, etc.; y, sin embargo, les preocupa demasiado poco el verdadero Dios, en quien encontrarían sentido a su vida y a todo lo que hacen. El Dios de Jesús no se cotiza en nuestro mundo. Se cotizan mucho más otros tipos de dioses, y para servirlos el hambre actual emplea todas sus energías y esfuerzos, olvidándose del verdadero Dios, que es el único que puede ayudarle y darle sentido a su vida plena.
El evangelio de este domingo debe ser una llamada para todos nosotros, como cristianos, a descubrir la importancia que estamos dando a Dios en nuestra vida y a convertirnos, no siguiendo las llamadas del mundo que nos orientan por la consecución y el servicio a otros diosecillos que no dan la salvación, sino que proporcionan solo un placer efímero que pasa y que después deja más vacíos; sino dejando que Dios ocupe en nuestra persona y en nuestra vida el puesto que le debe corresponder.
Y Jesús además le dice: «Hay otro semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo». Este es el mandamiento de Jesús, que será el estilo propio de los seguidores suyos, en lo que los demás notarán que somos sus discípulos, si nos amamos unos a otros.
Amar significa estar pendientes de los demás para ver en qué les podemos ayudar, saber perdonar cuando hagan algo que no nos gusta, ser misericordiosos con ellos, etc.
Hoy estamos viviendo en una sociedad egoísta que nos llama a que solo nos preocupemos de nosotros mismos, olvidándonos de los demás. Lo importante hoy es crecer nosotros, tener más nosotros, pasarlo bien nosotros y los demás, que «cada uno se saque sus castañas del fuego».
No podemos decir que amamos a Dios si no amamos a los demás. El amor a los demás es una consecuencia que brota del amor a Dios y, por lo mismo, solo desde ese amor a Dios es por lo que nuestro amor no es una pura filantropía, sino un amor autentico, que se vive en los momentos buenos y en los menos buenos, cuando los demás nos caen bien y cuando nos caen no tan bien o nos caen mal.
Vivamos este amor a los demás como una verdadera exigencia del amor a Dios y de Dios, porque solo podemos amar a los demás de verdad si Dios es importante para nosotros y nos sentimos amados y llamados a amar como Él nos ama.
+ Gerardo
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