Hoy me dirijo especialmente a vosotros los padres, para que seáis capaces de respetar, apoyar y promover el encuentro de Jesús con vuestros hijos y les ayudéis a entregarse al Señor y a lo que el Señor les pida.
Los padres siempre queréis lo mejor para vuestros hijos, eso es una realidad innegable. Trabajáis, os ilusionáis, os esforzáis y sois capaces de hacer lo que sea para que vuestros hijos sean realmente felices.
Para hacerlos felices pensáis en multitud de sueños y cosas reales, en vacaciones estupendas, en carreras con salida, en la cultura del bienestar de la que puedan disfrutar plenamente, en tantas y tantas cosas. Mezcla de sueños y realidad, que solo con pensarlo os hace sentir como padres realmente contentos y satisfechos, por lo felices que van a poder ser vuestros hijos.
Algo que casi seguro no ha entrado en vuestras perspectivas ni cálculos de felicidad para vuestros hijos es que la fe, el descubrimiento de Jesucristo por parte de ellos, va a ser el dato más importante de su vida. Por el que esos hijos van a encontrar la estabilidad emocional, la alegría más sana, la vida con verdadero sentido, la paz del corazón, la plenitud de vida dejando la vaciedad del ambiente social y juvenil en el que tantas veces se mueven y que os preocupa.
Ha sido la realidad de vuestro propio hijo o hija, la que os ha llevado a admitirlo, contemplando el comportamiento, la manera de situarse de vuestro hijo desde el encuentro con aquel cura o aquel cristiano y el comienzo de su asistencia a aquellas reuniones de formación cristiana. Desde aquel momento en que decidió hacerse sacerdote o religiosa. Vuestro hijo estaba muy cambiado, se le veía mucho más contento, hablaba de su fe con pleno convencimiento, había encontrado verdadero sentido a la vida y era realmente feliz, tratando de responder a lo que Jesucristo le pedía en su vida y para su vida.
Aquel día en que hablabais con él de esto no pudisteis resistiros a preguntarle: ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar tanto y que es lo que te ha ayudado a encontrar esa felicidad que vemos que tienes ahora?
Y su respuesta fue totalmente espontánea y sincera: había sido la fe y el encuentro con Jesucristo. Aquello, en un primer momento, no lograsteis entenderlo, porque vosotros de fe, más bien lo justo o casi nada, aunque poco a poco fuisteis comprendiéndolo.
Y lo más curioso es que estabais convencidos de que nadie le «había comido el coco», no, le veías convencido y consecuente, cada vez mejor hijo, que cada vez os quería más a vosotros como padres, os respetaba más, os obedecía mejor, ayudaba en casa y era eso: vuestro orgullo como padres.
Otro día seguisteis aquella conversación sobre su cambio y su felicidad. Vuestro hijo os explicó que había descubierto a Jesús como una persona fascinante, que Él le ha devuelto la ilusión de vivir, que le estaba dando auténtico sentido a su vida, que le hacía ver y valorar las cosas y a las personas de otra forma.
Y con la misma paz con la que os explicó cómo Dios había sido quien había cambiado su vida, os hizo entender que no solo debíais respetarlo, sino que debíais apoyarlo.
Desde entonces, vosotros comenzasteis a valorar la fe de vuestro hijo, gracias a la cual era feliz y empezasteis a valorar a Dios como el autor de la felicidad de vuestro hijo y a valorar lo que hasta ahora no habíais valorado porque veíais que eso, su fe, ese encuentro con Jesús lo estaba haciendo feliz realmente.
Animad a vuestros hijos e hijas por este camino. Dios sale a su encuentro y a veces no se sabe ni como ni a través de qué ni de quién, pero tiene mucho interés por vosotros y por vuestros hijos.
+ Gerardo
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