Han pasado 10 meses desde que comenzáramos en septiembre un nuevo curso. Con el sucederse de los días y las horas, del trabajo, el estudio y los exámenes, los buenos ratos y los menos buenos, hemos llegado al comienzo del, bien merecido, tiempo de vacaciones.
Toda persona responsable, al final de una etapa, suele echar la mirada hacia atrás, para poder descubrir cómo ha sido el trabajo, el rendimiento, los frutos obtenidos, lo que no le ha salido como esperaba y aquello de lo que sí está contento o insatisfecho.
Si esa revisión la hacemos, con toda la normalidad como personas, como estudiantes y trabajadores, hemos de hacerla también de nuestra vida y de nuestra vivencia y compromiso cristiano. Nunca para desanimarnos si descubrimos algo que no nos gusta cómo ha sido, y sí para aprender de ello y mejorar.
En la fe, en el crecimiento como creyentes, no tenemos unas notas o resultados académicos que nos obliguen necesariamente a hacer una reflexión; tampoco tenemos unos resultados de cuentas con los que podamos percibir nuestros resultados positivos o negativos.
En la fe se hace necesaria esta mirada atrás para poder comprobar si hemos crecido en ella; si al final de un nuevo curso nos vemos creyentes más maduros; si hemos aprovechado todas las oportunidades que se nos han dado de formarnos como creyentes; si vamos avanzando en nuestro compromiso cristiano en medio de una sociedad laicista y sin Dios; si en nuestra familia Dios tiene cada vez más el puesto que le debe corresponder; si queremos un poco más a la Iglesia; si nos sentimos responsables de la misión de toda la iglesia y, por lo mismo, de cada uno de los que la formamos; de ser portadores y heraldos del mensaje y de los valores de Jesús a todos los hombres.
Cuando hemos terminado un nuevo curso deberíamos escribir en nuestra libreta o agenda personal los caminos por los que vemos que hemos de seguir avanzando, los medios que deberíamos seguir poniendo para conseguirlo, y trazarnos el itinerario a seguir desde ahora.
La fe es una cuestión que se nos escapa fácilmente, si uno no se propone una y mil veces cómo lograr ir dando pasos hacia adelante. El mismo avance en la vivencia de la fe nos hace caer en la cuenta de lo que nos falta por nuestra parte, y lo que necesitamos para ir consiguiéndolo y haciendo vida en nosotros.
El tiempo de vacaciones es un tiempo muy propicio para pensar; para hacer balance de tantos aspectos de nuestra vida; para revisar cómo nos van las cosas en todos los sentidos; para dedicar un poco de ese tiempo del que disponemos plenamente al no tener el agobio del trabajo diario y además hacerlo con serenidad, nunca para desanimarnos, sino para darnos cuenta de lo que está sucediendo en nuestra vida para mejorarlo en el próximo curso y poner en orden nuestras cosas; para no dejarnos llevar del primer impulso, o de la comodidad primera a la que nos llaman las voces de sirena del mundo, y poder vivir con un poco más de autenticidad la identidad y exigencia de nuestra fe.
El Señor ha dejado en nuestras manos un mundo para que lo trabajemos y que, cada día, se parezca más al sueño de Dios sobre él, para que se aproxime más al proyecto del Creador sobre él mismo. Esta es tarea de todos: sacerdotes, religiosos y laicos. De nosotros depende. Seamos responsables y seamos testigos de Dios en el mundo, en nuestra familia, en nuestro trabajo y en nuestras relaciones, para poder avanzar como creyentes y cristianos maduros, viviendo y contagiando nuestras vivencia y testimonio de fe a los demás, de tal manera, que cada uno como cristiano, con su especial forma de vivir, esté llevando el mensaje salvador al corazón del mundo.
+ Gerardo
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