Este domingo 3 de Diciembre, comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento. El Adviento es el tiempo de la espera de la acción divina, la espera del gesto de Dios que viene hacia nosotros y que reclama nuestra acogida de fe y amor.
Nuestra espera del Adviento no es la espera de los hombres y mujeres del pueblo elegido del Antiguo Testamento, que no habían recibido aún al Salvador. Nosotros ya hemos conocido su venida hace dos mil veintitrés años en Belén. Esta venida histórica del Señor Jesús en la humildad de nuestra carne, deja en nosotros el anhelo de una venida más plena.
El Adviento evoca una triple venida del Señor:
1. La venida histórica del Hijo de Dios en nuestra carne, naciendo de la Virgen María.
2. La venida que se da en nuestra existencia personal, iniciada por el bautismo y continuada en los sacramentos, especialmente en la eucaristía, donde está real y sustancialmente presente; en los sucesos de cada día, en los acontecimientos de la historia, la cual pide nuestra acogida desde la fe y nuestra cooperación activa desde nuestra libertad.
3. Y la venida definitiva o escatológica, al final de los tiempos, cuando el Señor Jesús instaure definitivamente el Reino de Dios.
Estas tres venidas celebramos en el Adviento gradualmente:
En los primeros días del Adviento, la palabra de Dios centra su atención en la venida definitiva al final de los tiempos, con la llamada a la vigilancia para estar bien dispuestos, para que cuando Él llegue nos encuentre en vela. Es una llamada continua a la vigilancia para estar preparados cuando Él nos llame.
El Adviento no es sólo la espera de un acontecimiento, es, sobre todo, la espera de una persona
Luego, la palabra de Dios nos lleva a la contemplación de la venida cotidiana, con los profetas, que nos invitan especialmente con Juan el Bautista a que acojamos al Señor que quiere nacer cada día en todos y cada uno de nosotros y nos está llamando a que vivamos nuestra vida desde la fe y con todas sus exigencias.
Y, a partir del día 17 de diciembre, la liturgia nos invita de lleno a preparar la gran solemnidad de la Navidad y a conmemorar el nacimiento del Señor Jesús en Belén, su primera venida.
El Adviento no es sólo la espera de un acontecimiento, es, sobre todo, la espera de una persona. Es la espera de un Dios que irrumpe en la historia de la humanidad por amor, para ofrecernos la salvación por Jesucristo, que se hace uno de nosotros para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios y que nos da la oportunidad de poseer un día plenamente la plena, definitiva y eterna salvación si permanecemos en vela, si nos mantenemos fieles viviendo en el amor mientras esperamos su vuelta definitiva.
El Adviento es un tiempo propicio y muy importante para renovar nuestra fe, para vivir nuestro compromiso de transformar nuestra vida y nuestro mundo según el plan de Dios
El Adviento, así entendido y vivido es, por tanto, una espera activa, fecunda, de respuesta de amor por nuestra parte, al amor de Dios, de compromiso en la tarea de renovar el mundo con la ayuda de Dios, logrando hacer de él un cielo nuevo y una tierra nueva en la que habita, la verdad, la justicia, el amor y la paz, en espera de la salvación plena y definitiva, cuando Cristo entregue al Padre su reino eterno y universal (cfr. 2 Cor 5,2; 2P.3,13)
El Adviento es, pues, un tiempo propicio y muy importante para renovar nuestra fe, para vivir nuestro compromiso de transformar nuestra vida y nuestro mundo según el plan de Dios, de mantenernos en vigilancia activa, porque este Dios que se acerca a nosotros, que se hace uno de nosotros, volverá lleno de gloria y majestad y ha de encontrarnos firmes en la fe, trabajando por la extensión de su reino y sembrando en el corazón del mundo y de todos los hombres el amor que él vino a implantar en la tierra.
+ Gerardo
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