Dios está continuamente llamando a las puertas de nuestro corazón para que le abramos, para que lo dejemos entrar en nosotros, porque quiere que participemos de la salvación que nos ofrece con la muerte y la resurrección de su Hijo.
Nuestra respuesta es muchas veces negativa. Cuando él nos habla del cielo, nosotros estamos inmersos en la tierra y no podemos pensar el en cielo. Cuando el Señor nos llama a vivir desde la fe, nosotros estamos inmersos y dominados por la mundanidad reinante que no nos deja valorar la importancia de la fe ni transformar nuestra vida de acuerdo con las exigencias del mensaje de salvación que nos ofrece Jesús.
Siempre nos «pilla con el pie cambiado» cuando el Señor nos llama a que demos la importancia que debe tener en nuestra vida su persona y su mensaje, porque estamos dominados por otros criterios que nada tienen que ver con aquello a lo que el Señor nos invita.
Es más, cuando el Señor nos llama a través de la vida y el testimonio de otras personas que sí han atendido a la llamada de Dios y viven de acuerdo con su llamada, hacemos como aquellos de la parábola con los que mensajeros, los juzgamos, los maltratamos y los despreciamos por vivir de esa manera.
Dios está continuamente llamando a las puertas de nuestro corazón para que le abramos, para que lo dejemos entrar en nosotros
La insistencia en la invitación a vivir nuestra fe y desde nuestra fe en el Señor es la clara manifestación de la paciencia de Dios con nosotros, con los que hemos recibido el bautismo, con los que nos consideramos hijos de Dios. Pero no podemos hacernos los sordos por más tiempo, porque el Señor va a seguir llamándonos pero, si seguimos distraídos corriendo tras otros valores del materialismo, la sensualidad y el egoísmo, si seguimos sin valorar la necesidad de Dios en nuestra vida, el Señor se va a cansar, como nos dice la parábola, y va a invitar a otros extraños y, nosotros, los hijos, nos vamos a quedar sin recibir más veces la invitación. El comedor se va a llenar de buenos y malos y nosotros nos vamos a quedar fuera.
Dios llama a todos a entrar en el salón del Reino, pero en el banquete solo serán admitidos los que lleven traje de fiesta. En el banquete de bodas de Dios con su pueblo caben todos, pero no todo vale. Se queda fuera todo el que no quiere entrar porque no acepta las condiciones del Reino.
El evangelio de este domingo nos llama a que miremos a ver si nosotros estamos con el traje de fiesta en el banquete; es decir, si nosotros en nuestra vida hemos recibido el mensaje de Jesús y vivimos de acuerdo con sus exigencias porque, si no, podemos quedarnos fuera. El traje que debemos llevar es el de los hijos de Dios que viven las exigencias que el Padre Dios les pone.
Pidamos al Señor que nos ayude a atender sus llamadas, las que nos hace directamente con su palabra y las que recibimos de los demás por su testimonio
Examinemos nuestra vida de cada día y comprobemos si realmente Dios es Dios para nosotros, si vivimos con su ayuda el estilo de vida que Dios quiere que vivamos amándolo a él sobre todas las cosas y amando a los demás como él nos ama.
Ser cristiano es llevar el traje propio, la vida que nos distingue, el estilo que Cristo nos dejó. Si no llevamos ese traje ni vivimos la vida desde lo que Dios nos pide, ni nuestro estilo de vida es el de Cristo, no estamos respondiendo a lo que se pide a los invitados a las bodas del Reino, porque nuestra vida no se corresponde con lo que Dios nos pide para poder participar en el banquete de bodas.
Pidamos al Señor que nos ayude a atender sus llamadas, las que nos hace directamente con su palabra y las que recibimos de los demás por su testimonio, para que vivamos en la vida de cada día desde lo que el Señor nos pide. Así tendremos el traje que se pide para participar en el banquete de bodas.
+ Gerardo
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