Queridos diocesanos: cada domingo, cuando nos reunimos para celebrar la eucaristía los que creemos en Jesús, lo hacemos con un aire de fiesta. Es el día del Señor, el día dedicado a honrar a Dios porque es el día dedicado a Él.
En este domingo de la pascua del Señor, este carácter festivo se multiplica por muchos enteros porque en él celebramos el triunfo definitivo sobre la muerte de nuestro Señor, celebramos su resurrección.
Este fue el gran anuncio, la gran noticia, que estuvimos escuchando durante toda la liturgia de la Vigilia Pascual esta noche: Cristo ha resucitado, por eso, durante toda la vigilia había una invitación constante a exultar de gozo los coros de los ángeles y todas las criaturas del cielo y de la tierra por la victoria definitiva de nuestro Dios.
Esta es también la gran noticia que escucharemos hoy en la palabra de Dios de la eucaristía:
En el evangelio, María Magdalena y los discípulos iban al sepulcro donde habían enterrado a Cristo y estaban seguros de encontrarlo allí muerto, pero la sorpresa fue grande. Cristo no estaba allí.
En los Hechos de los Apóstoles escucharemos cómo Pedro contaba a todo el mundo lo que había sucedido en el país de los judíos: cómo a Jesús lo habían condenado, lo habían matado, pero cómo a los tres días había resucitado y ellos eran testigos de ello, porque el mismo Jesús había estado comiendo con ellos después de la resurrección.
San Pablo, en la segunda lectura, nos urge a vivir como resucitados, como alguien que ha muerto a la vida de pecado y a resucitado a una vida nueva.
La resurrección de Cristo es el triunfo sobre la muerte y el pecado para siempre: Cristo vive y ya no muere más y nosotros hemos vencido y resucitado con Él.
No seguimos a un muerto, ni a un fracasado, ni nosotros estamos ya muertos ni somos unos fracasados
Por eso no podemos quedarnos en el Viernes Santo. Muchos cristianos han vivido con verdadera intensidad de fe los acontecimientos de la condena y muerte del Señor y hemos participado en las procesiones y en los distintos actos, pero su fervor y participación terminó con el Viernes Santo.
Cristo murió, pero ha resucitado. No seguimos a un muerto, ni a un fracasado, ni nosotros estamos ya muertos ni somos unos fracasados. Seguimos a Cristo vivo, resucitado y vencedor de la muerte.
La resurrección de Cristo pide de nosotros, como sus seguidores, que vivamos la misma con unas actitudes bien concretas y definidas:
A. Que vivamos el acontecimiento de su resurrección como el acontecimiento que inunda, toda nuestra vida, de alegría, que da sentido a todo nuestro seguimiento como discípulos suyos, que también nosotros hemos triunfado porque participamos de su victoria sobre la muerte y el pecado, pues en su resurrección hemos resucitado todos.
B. Que a partir de su resurrección y porque con Él hemos resucitado también nosotros, que vivamos nuestra vida como verdaderos resucitados a una vida nueva: una vida, no de pecado, sino de gracia; no de tinieblas, sino de luz.
El Señor nos ha encargado a todos y cada uno de sus seguidores que seamos sus testigos, hoy, para los hombres y mujeres de nuestro mundo
C. Que, lo mismo que los discípulos cuando entendieron y comprobaron lo que le había sucedido a Jesús, que había resucitado, se lanzaron a proclamarlo a pleno pulmón, sin miedos de nada ni a nadie, y se convierten en testigos intrépidos y atrevidos de Cristo y de su resurrección, diciendo: «Nosotros somos testigos de que Jesús Nazareno, a quien mataron colgándolo de un madero; ha resucitado y nosotros somos testigos de ello porque hemos comido y bebido con Él después de la resurrección».
El Señor nos ha encargado a todos y cada uno de sus seguidores que seamos sus testigos, hoy, para los hombres y mujeres de nuestro mundo y de nuestro tiempo. En un mundo sin Dios, en un mundo sin esperanza, en un mundo de muerte, en un mundo de tristeza.
Felices Pascuas:
- Deseo que realmente resucitemos a una vida nueva.
- Testigos ante el mundo de la resurrección de Cristo.
+ Gerardo
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