Queridos diocesanos: el miércoles pasado celebrábamos el Miércoles de Ceniza. Una celebración importante para el creyente con la que comenzábamos este tiempo especial de gracia que es la Cuaresma: cuarenta días de preparación y de camino hacia la magna celebración de la Pascua del Señor.
Cuando el Miércoles de Ceniza el sacerdote imponía la ceniza sobre nuestras cabezas, nos decía una frase realmente muy significativa de cara al tiempo que comenzábamos con dicha celebración: «Conviértete y cree en el Evangelio». Esa es la tarea que se nos encomienda que nos esforcemos en conseguir en estos cuarenta días de preparación para la Pascua del Señor.
Si se nos pide que nos convirtamos, tenemos que saber de qué, qué es lo que hay de malo en nosotros que necesite cambiarse y de lo que nosotros necesitemos convertirnos. Nadie puede cambiar si no es consciente de aquello que debe cambiar en su vida.
Para conocer estas actitudes negativas que se dan en nosotros, hemos de pararnos, hacer un stop en nuestra vida para encontrarnos con el Señor, para poder conocer cuáles son sus planes sobre cada uno de nosotros y encontrarnos con nosotros mismos para saber en qué medida estamos haciendo realidad en nuestra vida estos planes.
La Cuaresma es un tiempo especial de gracia en el que el Señor sigue llamando de manera igualmente especial a las puertas de nuestro corazón. Nos invita a pararnos y contemplar con claridad cuáles son los nuestros intereses y los valores del Evangelio, cuáles son las tentaciones a las que nos sentimos llevados por el maligno y cuáles son las llamadas del Señor, para saber cómo hemos de orientar la brújula de nuestra vida, para llegar a lo que Dios quiere de nosotros
Para todo esto es necesario que seamos capaces de hacer en nuestra vida desierto, que nos quedemos a solas con Dios y nuestra vida, que nos olvidemos de las prisas que normalmente forman parte de nosotros, que silenciemos los ruidos que nos vienen del mundo y de la sociedad en la que estamos para escuchar en el silencio del corazón la voz de la palabra del Señor, una palabra que nos marca el camino, que enfrenta nuestra vida con su mensaje salvador y nos hace sentir nuestra pobreza y ruindad pero, al mismo tiempo, nos ofrece la oportunidad de rectificar todo aquello que encontramos negativo en nuestra vida, todo cuanto tenemos y nos hace vivir separados de Dios y de los demás, para ajustarlo al camino del Evangelio, desde el convencimiento de que Dios es un Padre infinitamente misericordioso que espera con los brazos abiertos nuestra vuelta a la casa paterna.
La Palabra de Dios de este primer domingo de Cuaresma nos ofrece en Jesús un modelo a seguir a la hora de adentrarnos en el desierto y enfrentarnos con las tentaciones a las que continuamente nos vemos sometidos, para lograr, como él, salir victoriosos.
Jesús se nos presenta proclamando el Evangelio de Dios y diciendo: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio».
Jesús hace a los habitantes de Galilea esta llamada a cambiar su corazón y su estilo de vida. Una llamada que nosotros hemos escuchado tantas veces en nuestro corazón y le hemos dado largas; pero ya no vale dejarlo para mañana, porque se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios no solo está cerca, sino que está ya en medio de nosotros.
Seguro que hay determinadas actitudes en nosotros que tenemos que cambiar
La presencia de Cristo en el mundo ha inaugurado ese reino definitivamente y nos ha ofrecido las bases de pertenencia al mismo: hemos de vivir el estilo de vida de Jesús, hemos de ser sus discípulos, que plantean, interpelan, orientan y viven su vida desde lo que Él nos pone como peculiar y distintivo. Hemos de ser misioneros de su persona y su mensaje, no guardando para nosotros solos el tesoro de la fe, sino siendo testigos, comunicándoselo a los demás, demostrándoles con nuestra vida que merece la pena vivir la fe y desde la fe porque, solo desde la fe en él, podemos encontrar sentido a todas nuestras inquietudes y todos nuestros problemas e interrogantes mas importantes.
«Convertíos». Esta es la llamada constante que vamos a recibir en este tiempo de Cuaresma como preparación al gran acontecimiento de la Pascua del Señor.
Seguro que hay determinadas actitudes en nosotros que tenemos que cambiar, determinados comportamientos que piden una auténtica conversión y, sobre todo, un cambio en nuestro corazón, que debemos orientarlo hacia Dios definitivamente, dejar que él reine en nosotros y en nuestra vida, que nos renueve y renueve nuestro corazón, de tal manera que no lo pongamos en cosas y criaturas efímeras y pasajeras, sino en él, que es nuestra salvación definitiva.
Esta es la gran tarea que nos reclama este tiempo litúrgico de la Cuaresma si queremos vivirla con verdadero sentido: dar muerte a cuanto no está conforme en nuestra vida con lo que el Señor nos pide, para poder resucitar con él a una vida nueva, la vida de los redimidos por él y de los pertenecientes a su reino.
+ Gerardo
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