Jesús da por cumplida la misión que el Padre le había encomendado y asciende al cielo.
Los discípulos se han quedado mirándolo marcharse y se han quedado paralizados. Necesitan que alguien les recuerde la misión que Cristo les había dado, por eso un ángel se acerca a ellos y les dice: Galileos: ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?
Y es que Jesús les había mandado: «Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Su misión es urgente. No vale dejar pasar el tiempo. No es tiempo de añoranzas ni de quedarse dormido en los laureles. Hay un mundo entero al que anunciar el evangelio.
Por eso, hemos de pensar en el Cristo que ascendió a los cielos pero, al mismo tiempo, no olvidarnos, sino poner manos a la obra en la tarea que se nos ha encomendado.
Como dice el refranero castellano: A Dios rogando y con el mazo dando. Hemos de mirar al cielo pero, al mismo tiempo, hemos de estar en la tierra, viviendo el evangelio y anunciándolo a los demás.
Podemos correr dos peligros:
1. El espiritualismo. Quedarnos ensimismados con el cielo olvidándonos de la tierra.
2. El materialismo. Vivir lo de la tierra, olvidándonos del cielo.
Nuestro peligro hoy no es quedarnos ensimismados mirando al cielo.
Nuestro peligro hoy es dejarnos guiar por un activismo exacerbado y un materialismo atroz, dejar que el barro de la tierra se pegue a nuestros pies y que nos olvidemos del cielo; valorar sobre todo lo contante y lo sonante, sentirnos interesados por todo lo material y despreciar lo espiritual.
Nos hemos olvidado de los valores importantes como la honradez, la verdad, la sencillez, la mirada limpia, el amor, la misericordia, el perdón, la fe, Dios, la Iglesia, la otra vida; para centrar nuestro esfuerzo e interés en la consecución del poder, la violencia, el placer, el tener, etc.
La ascensión no es huida del mundo. Es llamada a vivir en la tierra de acuerdo con el mensaje del cielo, para ser testigos en la tierra de los valores del cielo
Todo ello nos demuestra que tenemos demasiado fija nuestra mirada en la tierra, en lo terreno, en el aquí; nuestra mirada centrada en el suelo y muy poco en el cielo, en Dios, en la vida después de esta, etc.
La ascensión del Señor a los cielos es una llamada a mirar al cielo, a elevar nuestra mirada, nuestro pensamiento y nuestro corazón al cielo.
Es llamada a valorar los valores del Reino. Mirar al cielo para mirar de otra manera a la tierra y, desde ella, descubrir la pauta desde donde transformar la tierra.
La ascensión no es huida del mundo. Es llamada a vivir en la tierra de acuerdo con el mensaje del cielo, para ser testigos en la tierra de los valores de cielo.
La ascensión marca el comienzo del tiempo de la Iglesia para cumplir la misión que Cristo nos dio de ser sus testigos y anunciar su mensaje salvador a todos los hombres.
Tenemos demasiado fija nuestra mirada en la tierra
Para ello, hemos de estar convencidos de que Cristo sigue presente en nuestra vida y en nuestra tarea, que no nos ha dejado huérfanos, sino que Él estará siempre con nosotros; que Él nos ha confiado el mundo para que lo transformemos. La misión es urgente y debemos realizarla. No podemos distraernos ni entretenernos en otras cosas que a veces nos deslumbren de este mundo, la misión es urgente, y cada día más, para que el mensaje salvador de Cristo pueda llegar a todos y el mundo lo conozca, lo ame y crea en él.
Que el Señor, que ha ascendido al cielo, pero sigue presente entre nosotros y con nosotros, nos ayude a comprometernos en la transformación de las realidades humanas según sus valores, para que cuando vuelva podamos presentarnos ante Él como fieles servidores suyos que han cumplido su misión, la misión que Él dejó en nuestras manos, y nos lleve a heredar la vida eterna.
+ Gerardo
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