Con el anuncio de la buena noticia, que habla de amor de Dios, de encarnación del Hijo de Dios por amor del Padre a la humanidad, de la imagen de Dios, que es una imagen paternal de perdón y de amor a los hombres, ¿quién no va a estar de acuerdo?
Pero Jesús, al mismo tiempo que hace este anuncio, hace siempre una llamada a la conversión y aplica la buena noticia de la salvación a los comportamientos concretos de las personas concretas, y entonces ya no resulta tan fácil.
Jesús conoce las actitudes de los que le escuchan y sabe que no aceptan su mensaje porque le consideran poca cosa, porque saben que es el hijo de María, el hijo de José el carpintero, y comienzan a decirse entre ellos, ¿qué nos va a decir este a nosotros que somos los entendidos de la ley, si sabemos de dónde viene?
Ante esta actitud de sus paisanos, Jesús les va a decir claramente: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Ante este mensaje de Jesús que denunciaba su dureza de corazón, aquellos judíos se rebelan contra él y quieren despeñarlo, pero Jesús se abrió paso entre ellos.
Nuestro deber es cumplir la misión que Cristo nos ha confiado
Esta persecución, se la predijo Cristo a sus discípulos y los envió a anunciar la buena noticia de la salvación, pero al mismo tiempo les advirtió: «Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero ¡cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros».
Jesús vivió en su propia carne lo que él sabía que iba a suceder a cuantos se comprometieran con Él en la misión de anunciar el evangelio, en la misión de evangelizar el mundo: serían perseguidos de mil maneras. Por eso, era necesario que supieran que, si a Él lo habían perseguido, también a los que trataran de imitar su vida y cumplir su misión, les iba a suceder lo mismo.
Jesús vivió en su propia carne lo que él sabía que iba a suceder a cuantos se comprometieran con él
A nosotros, como cristianos y cuanto más sinceramente lo seamos, nos va a suceder también eso. Los demás, los que viven al margen del mensaje del que somos portadores y el estilo de vida que encarnamos, nos van a juzgar, nos van a perseguir, porque nuestra sola presencia les está hablando de un Dios que ellos, los que no admiten esta buena nueva como ideal de su vida, ni quieren saber nada o muy poco de ella, no admiten. Van a defenderse, atacándonos y persiguiendo a los que sí nos interesa y tratamos de vivir de acuerdo con este noticia.
Esto quiere decir que tenemos que partir de que eso nos va a suceder. Contando con ello, nuestro deber es cumplir la misión que Cristo nos ha confiado y, aunque nos suponga persecución, hemos de ser fieles a la misión que se nos ha confiado, la de ser portadores del mensaje de salvación a los demás, incluso a aquellos que sabemos que viven desde otro presupuesto y desde otros valores que chocan con el mensaje del que nosotros somos portadores. También a ellos, y principalmente a ellos, debemos llevarles el mensaje de salvación y el amor que Dios les tiene y la llamada que les hace para transformar su vida y ser de verdad discípulos suyos.
+ Gerardo
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