Celebramos este domingo el llamado domingo gaudete, el domingo de la alegría.
Vivir la vida cristiana con verdadera alegría siempre ha sido importante, pero hoy lo es de una manera especial, porque nuestro mundo y nuestra sociedad son un mundo y una sociedad tristes, a pesar de que con el ruido y el bullicio se quiera disimular.
Hoy nos encontramos con un mundo en el que muchas personas se sienten angustiadas por tantas cosas.
El paro produce angustia y tristeza en el corazón y en la vida de tantas personas que carecen de un trabajo que dignifique sus vidas y les proporcione los recursos necesarios para vivir dignamente toda la familia.
La corrupción, el trapicheo y la mentira que aparecen como un fenómeno generalizado en los estamentos con poder, han ido creando un ambiente de desconfianza, de rabia y repulsa, que no producen precisamente alegría, sino tristeza y rabia de que sea así.
La proliferación de las rupturas matrimoniales y familiares llenan de amargura el corazón de tantas personas, de tantos matrimonios que las sufren en sus propias carnes, produciendo soledad, desesperanza en incluso odio hacia la otra persona.
Hijos que sufren y que son los auténticos paganos de la falta de entendimiento de sus padres y de las heridas de las familias.
Situaciones y situaciones que están al día hoy y que han ido creando un mundo y un ambiente llenos de tristeza, de egoísmo, de soledad, de discordia y de insatisfacción entre los seres humanos.
Lo único que puede vencer esa insatisfacción del hombre actual es precisamente el testimonio, tanto personal como comunitario, de alegría y esperanza oxigenantes, fundado en la fe en Cristo, liberador, vivo y presente entre los hombres que sufren por cualquier motivo.
Es el testimonio de alegría de los creyentes el que debe suscitar en los demás estas preguntas y este interrogante: ¿qué secreta esperanza alegra la vida de estas personas o de este grupo de creyentes?
Es la pregunta que surge espontanea cuando uno se acerca a un convento de monjas de clausura y lo primero que le sorprende es la alegría que tienen y lo primero que se pregunta es: ¿qué tienen estas personas que sin tener nada de lo que el mundo ansía para ser feliz, estas personas sin tener nada de eso, sin embargo, se les ve mucho más felices y mucho más alegres?
La fe lleva a la alegría y brota del encuentro con Jesucristo y, a la vez, nos impulsa a comunicarla a los demás y, al comunicarla a los demás, esta alegría se renueva en nosotros
La respuesta a todos estos interrogantes es que es la fe en Cristo, el origen y la motivación de dicha alegría. Seguir a Cristo produce alegría, da sentido a todo cuanto nos sucede en la vida y es la respuesta a los interrogantes más profundos del hombre. Nos hace vivir incluso los momentos de dolor y de necesidad con esperanza y con verdadera alegría.
San Pablo, en la segunda lectura de este domingo, invita a los cristianos de Filipos a estar siempre alegres. Es una invitación que tenemos que recoger cada uno de nosotros como cristianos: debemos estar y ser testigos de la alegría que sentimos nosotros siendo seguidores de Cristo, porque el seguimiento del Señor llena de alegría, de paz y de sentido la vida del hombre.
Dice el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en su primer párrafo: «La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con el Señor. Quienes se dejan salvar por Él, son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Cristo siempre nace y renace la alegría» (EG 1).
El cristiano debe vivir su vida de fe con verdadera alegría, porque esta surge de la conciencia que el seguidor de Jesús tiene del amor y del perdón de Dios.
Fe y tristeza son dos polos opuestos que no pueden darse en el cristiano. El cristiano debe ser una persona alegre, porque por encima de sus fallos siente en él el amor y el perdón de Dios.
Lo único que puede vencer esa insatisfacción del hombre actual es precisamente el testimonio, tanto personal como comunitario, de alegría y esperanza oxigenantes, fundado en la fe en Cristo
La fe lleva a la alegría y brota del encuentro con Jesucristo y, a la vez, nos impulsa a comunicarla a los demás y, al comunicarla a los demás, esta alegría se renueva en nosotros, es la alegría de la evangelización, de la entrega a los demás y de la comunicación de la buena noticia de Jesús.
El Señor está cerca. Quiere en esta Navidad nacer de verdad en el corazón y en la vida de cada uno de nosotros, preparemos nuestra casa, nuestro corazón y todo nuestro ser. Hagámosle un hueco, un sitio en nuestro corazón y en nuestra vida, para que Él entre en nosotros, nos transforme y nos alegre demostrándonos lo mucho que nos quiere.
+ Gerardo
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