
Todos los años, al comienzo de curso, hemos celebrado el
Día del envío: envío de catequistas, los profesores de religión, de los animadores del acompañamiento a la familia, de los jóvenes, novios, matrimonios y todos, enviados a evangelizar un mundo descristianizado.
El Señor nos envía a todos, lo mismo que un día envió a los setenta y dos discípulos para que llevaran su mensaje a un mundo pagano, con privaciones y sacrificios por parte de los enviados.
En este mes de octubre, debemos sentirnos enviados todos los que, de una forma u otra, en una actividad u otra, participamos en la acción evangelizadora de la Iglesia que peregrina en la Diócesis de Ciudad Real: catequistas, profesores de religión, agentes de pastoral familiar, juvenil, vocacional, voluntarios de Cáritas, de la pastoral penitenciaria, de enfermos y ancianos.
Es bueno ser conscientes de este envío que cada año nos hace el Señor, porque nuestro mundo cada vez se va descristianizando más, la fe de nuestros pueblos, de nuestras familias y de nosotros mismos. Cada día se va debilitando y dejando paso a los llamamientos que la mundanidad nos presenta.
Es toda la diócesis, con el obispo como cabeza, la que se compromete a recibir el encargo y el envío, de parte de Cristo, a la evangelización del mundo, de este mundo nuestro, de esta sociedad en la que vivimos, de estas familias a las que pertenecemos.
Es Cristo mismo el que nos envía, y es Él quien nos urge a cada uno de nosotros a ponernos en camino, a salir de nuestra comodidad y poner todo lo que esté de nuestra parte para que el anuncio de su vida y su mensaje salvador llegue a todos nuestros diocesanos, a todos nuestros vecinos, a todos nuestros familiares. Para que lo conozcan y, conociendo, lo amen y, amándolo, puedan sentirse satisfechos de sí mismos y puedan un día recibir la salvación.
Es toda la diócesis, con el obispo como cabeza, la que se compromete a recibir el encargo y el envío de parte de Cristo
Es muy importante, queridos diocesanos, que todos y cada uno de nosotros, personalmente, descubramos en este envío al mismo Jesús que se dirige a cada uno de nosotros, que como a los apóstoles nos manda a cada cual con su nombre y su apellido, y nos dice: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21). «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19).
Como bautizados estamos llamados, nuestra misión no termina en tratar de vivir personalmente los compromisos bautismales, sino que eso que vivimos o tratamos de vivir, hemos de comunicárselo a los demás. Tenemos que ser portadores del salvador al corazón del mundo, como decía san Juan Pablo II, para que tantas personas como hoy encontramos a nuestro lado y lejos de nosotros, que son indiferentes a Dios y a la fe, que no creen y viven como si Dios no existiera, con nuestra palabra y, sobre todo, con nuestro testimonio de vida, se sientan interpeladas y llamadas a aceptar al Señor en sus vidas, a vivir desde la fe, y puedan obtener un día la salvación.
El Señor nos envía a todos, lo mismo que un día envió a los setenta y dos discípulos para que llevaran su mensaje a un mundo pagano
Ningún cristiano puede ser indiferente al envío y al encargo del Señor de anunciar a los demás el mensaje de Cristo, porque en ello está la misión de la Iglesia entera, que existe para evangelizar.
Este curso recibimos un envió especial a evangelizar la familia, la nuestra y, con la nuestra, la de los demás. El testimonio de cada uno en su propia familia y de la familia entera para otras será la respuesta que se nos pide a todos para responder positivamente al encargo del Señor.
Tomemos en serio la misión a la que se nos envía y pongamos todo cuanto esté de nuestra parte para lograr cumplirla.
+ Gerardo
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