Estamos en el mes de septiembre y, por lo mismo, el mes en el que comenzamos un curso nuevo pastoral, centrado en un tema muy concreto en el que tenemos que comprometernos todos: el acompañamiento de la familia en todas sus etapas por las que atraviesa a lo largo de la vida.
Tal vez otros cursos hemos estado más indiferentes con el tema de la familia y no nos hemos dado por aludidos en el tema de la familia. Es un tema que nos afecta a todos y es a todos a quienes este curso se nos hace una llamada a interesarnos y comprometernos en dicho acompañamiento, de tal manera que así pueda cumplir la gran misión que la familia tiene, tanto a nivel humano como a nivel cristiano y creyente.
El acompañamiento a la familia en todas sus etapas y momentos por los que pasa a través de la vida es algo que debe interesar, y mucho, a los sacerdotes. Los sacerdotes deben ser los animadores de quienes acompañan a los miembros de la familia en sus distintos momentos, para que cada uno de estos miembros, en las distintas etapas, crezca y madure como persona y como cristiano.
La implicación del sacerdote, tanto en lo que se refiere a la madurez humana como cristiana de los miembros de cada familia es necesaria, pero no es suficiente. El sacerdote no puede llegar a todo ni a todos. Para lograr esa doble maduración es necesaria la implicación de cada familia, cada uno de sus miembros debe plantearse cómo puede colaborar y lo que puede hacer para ayudar a los demás miembros a lograrla.
La implicación del sacerdote, tanto en lo que se refiere a la madurez humana como cristiana de los miembros de cada familia es necesaria, pero no es suficiente
Especial implicación deben tener el matrimonio, como matrimonio y como padres, en ese acompañamiento a todos y cada uno de los miembros de la propia familia.
Desde la programación diocesana, ofrecemos un itinerario de formación y capacitación de los agentes de este acompañamiento a la familia, itinerario que llevará a la capacitación personal para la evangelización de la familia: la propia y la de los demás.
Tarea del sacerdote será buscar familias, matrimonios sobre todo, que estén dispuestos a prepararse para ser agentes de acompañamiento en alguna de las muchas etapas en las que hay que acompañar a toda la familia. Es el sacerdote quien debe buscar, ofrecer y comunicar a esos matrimonios, futuros agentes de evangelización, para que se formen y puedan ser buenos agentes de evangelización de la misma.
La pastoral familiar que proponemos, para hacerla realidad desde la diócesis, las parroquias y unidades pastorales, es la que se aparece en el espíritu que aparece en el Año de la Familia Amoris laetitia. Se convierte por una parte en la evangelización de jóvenes, novios, matrimonios jóvenes y maduros y, por otra, este acompañamiento general pide la implicación de todos en la evangelización de la familia: sacerdotes, como animadores de la pastoral familiar, o lo que es lo mismo, como formadores de los formadores.
Hemos de animarnos y, sobre todo, hemos de estar dispuestos a ofrecer nuestro tiempo, nuestro saber, y nuestro compromiso al servicio de la pastoral familiar
Lógicamente, esta preparación para acompañar a toda la familia en todas las etapas, no es cuestión solo de un curso, se trata más bien de un «proceso», de un «proyecto» a cuya puesta en marcha nos impulsa la celebración este curso del Año de la Familia Amoris Laetitia, pero que será un proceso que hemos de hacer realidad a lo largo de muchos años.
Hemos de animarnos y, sobre todo, hemos de estar dispuestos a ofrecer nuestro tiempo, nuestro saber, y nuestro compromiso al servicio de la pastoral familiar, del acompañamiento a todos los miembros de la familia en las distintas etapas por la que atraviesa la familia. El modo ya le iremos viendo a lo largo del curso.
+ Gerardo
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