Jesús conocía la grandeza de la misión que había dejado en manos de sus seguidores y conocía también la debilidad y flaqueza de los mismos, por eso sabe que solos los discípulos no íbamos a poder cumplir con tan sublime misión de llevar su mensaje salvador al corazón del mundo para que los hombres entren en contacto con él, le admitan en su vida, se conviertan y se salven. Por eso a los apóstoles les promete el envío del Espíritu Santo, que será quien les dará fuerza, quien les defenderá ante los ataques del mundo y quien les infundirá el valor necesario para hacerle presente a los hombres de todos los tiempos.
Es el Espíritu que Cristo enviará desde el Padre, es el Espíritu quien les hará entender todo cuanto Jesús les había comunicado mientras estaba con ellos. Es el Espíritu quien dará testimonio de Cristo y quien hará que ellos, los apóstoles y nosotros, seamos también sus testigos en medio del mundo. Es el Espíritu quien les guiará hasta la verdad plena porque recibirá de lo suyo y se lo comunicará.
Este mismo Espíritu que Cristo envió y que derramó sobre los apóstoles es el mismo que ha estado siempre y sigue presente en la Iglesia a través de los siglos, y es el que ha hecho que, a pesar de las dificultades y peligros por los que la Iglesia ha pasado a través de los tiempos y de los siglos, sin embargo, siempre haya salido a flote e incluso reforzada después de cada crisis, porque el Espíritu Santo ha estado presente en ella.
Cada uno de nosotros recibimos este mismo Espíritu el día de nuestro bautismo, porque fuimos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Este mismo Espíritu es el que recibimos todos y cada uno de nosotros de manera singular en el sacramento de la confirmación.
Es este Espíritu el que nos ayuda a vivir comprometidamente nuestra fe, y quien nos impulsa a dar testimonio de Jesús en medio de nuestro mundo.
Jesús nos había prometido que no nos dejaría huérfanos. Él nos envía al Espíritu, que nos acompaña siempre, que suscita en nosotros todas las obras buenas, que nos ayuda a superar las dificultades y nos hace vivir el compromiso de ser seguidores del Señor y ser sus testigos en medio de nuestro mundo.
La realidad de la presencia del Espíritu Santo en la iglesia y en cada uno de los que la formamos es algo que hemos de vivir como un auténtico regalo que Cristo nos ha dado, es el don del espíritu que nos ayuda, no solo a entender toda la verdad que Cristo nos ha querido transmitir, sino quien nos da su gracia para que vivamos los compromisos de nuestra identidad como seguidores de Cristo en nuestra vida de cada día.
Para que el Espíritu produzca sus frutos en nosotros hemos de ser dóciles a sus inspiraciones, dejarnos llevar por Él y contar siempre con él a la hora de vivir nuestros compromisos bautismales, nuestra fe, porque sabemos lo pobres y débiles que somos, que solos no seríamos capaces de vivir nuestra fe como una fe viva que inunda toda nuestra vida y que nos hace comprometernos en la vivencia del estilo de vida que Jesús nos enseñó.
Necesitamos la fuerza del Espíritu para ser valientes en medio de nuestro mundo
Necesitamos la fuerza del Espíritu para ser valientes en medio de nuestro mundo, para que seamos capaces de ser auténtico testimonio para cuantos nos vean vivir y actuar, para no ser cristianos acomplejados ante un ambiente adverso como el que vivimos en el mundo actual.
La vivencia de nuestra fe, hoy más que nunca, nos está pidiendo ser verdaderos testigos de Jesús y de su mensaje salvador en medio de nuestro mundo. Para ello, hemos de abandonar todos los miedos y complejos que a veces nos paralizan y que la gracia del Espíritu Santo nos capacite para ser sus testigos de Cristo y su mensaje donde quiera y con quien quiera que vivamos.
Para ello, hemos de pedir todos los días al Espíritu ser dóciles a sus inspiraciones y dejarnos guiar por Él y por donde Él nos sugiera, porque solo desde Él e inspirados por Él estaremos seguros de ser unos buenos creyentes y unos auténticos testigos del Señor y de nuestra fe en el mundo en el que vivimos.
El Espíritu Santo y su infusión en los apóstoles les transformó, de ser unos apóstoles llenos de miedo a ser los apóstoles valientes que, sin miedo a nada ni a nadie, anunciaron a Jesús y su mensaje y la salvación que él había ganado para todos los hombres con su muerte y su resurrección.
Este mismo Espíritu será quien nos quitará a nosotros todos los miedos y complejos que a veces tenemos y nos hará verdaderos y valientes testigos de Cristo en este mundo que nos ha tocado vivir, si contamos con Él y le dejamos que entre en nuestra vida y nos conduzca con su gracia.
+ Gerardo
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