Creo en la resurrección de los muertos

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    La Palabra de Dios de este domingo es la realidad más importante para un creyente: la Resurrección. Para un creyente en Cris­to, la muerte no se puede entender como el final de todo, como el aquí se acabó todo. Un seguidor de Jesús sabe y cree que después de esta vida aquí en la tierra, existe otra vida mu­cho más plena y feliz, que nuestro destino último no es la muerte sino la vida, la resurrección.

    Esta Palabra nos habla de dos rea­lidades que el mundo actual se niega admitir y se niega a pensar y creer: la muerte del ser humano y la vida después de esta muerte terrena.

    El ser humano actual es alérgico a pensar en la muerte como el hecho más cierto de su vida. Más tarde o más pronto nos llegará el día de en­frentarnos con esa realidad dura de la muerte, de la terminación de la vida aquí en la tierra. De tal manera se resiste a pensar en la muerte que vive su vida como si nunca le fuera a llegar este momento.

    Por otra parte el ser humano ac­tual se niega a pensar que la muerte humana no es el final de todo, sino que tendremos una vida eterna, mu­cho más plena, en la que ya no es po­sible ni el llanto ni el dolor, sino que será la paz y la felicidad de la que gozaremos para siempre si somos ca­paces, de vivir nuestra vida desde lo que el Señor nos pide.

    El ser humano actual cree en lo tocante y sonante, en lo que se pue­de palpar, en lo que se puede expe­rimentar, pero se resiste a creer en aquello que no puede ver, que no puede palpar, de lo que no tiene una experiencia.

    Muchos, incluso cristianos, tienen una fe en la resurrección por un por si acaso, porque tal vez sea verdad, que algo tiene que haber después de esta vida, pero sin estar demasiado convencidos y por lo mismo no tiene peso en su vida, porque su fe en la resurrección no es tal.

    Podríamos decir que al ser hu­mano actual le cuesta creer en la Resurrección, porque le cuesta la fe en Dios, porque ha puesto su fe y su confianza en otros valores o en otras cosas, y no en Dios.

    La primera lectura nos ilustra cla­ramente sobre la fe de aquellos sie­te hermanos y su madre, que creían en las leyes de sus antepasados y las guardaban escrupulosamente, creían en el Dios de sus padres y querían ser fieles a lo que Él mandaba. Por eso, no les importa la muerte terrena, porque están seguros en que el Rey del universo los resucitará a esa otra vida que no se acaba, por ser capaces de morir por guardar sus leyes.

    En el Evangelio Jesús confiesa cla­ramente que la Resurrección de los muertos es una realidad que todos debemos creer. No podemos expli­carnos como será esa otra vida, por­que va a ser muy distinta de la de aho­ra, pero que los muertos resucitan, ya lo testi­monia Moisés, cuando invoca a Dios como Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

    Cristo es el primer muerto que ha resucitado, venciendo así el poder de la muerte sobre el hombre, para siempre, y hacernos partícipes a to­dos de la gloria de la Resurrección. Él es quien pone las condiciones para poder resucitar con Él: Creer en Él, porque el cree en Él, «aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mi no morirá para siempre».

    Tenemos que pensar que el Señor un día nos pedirá cuentas de nues­tra fe y si hemos vivido nuestra vida aquí en la tierra desde los paráme­tros y valores que Él nos pide, recibi­remos el premio de la da eterna.
    Vivamos, pues, nuestra vida des­de el mensaje de Jesús y con la fe puesta en él, para que un día pueda decirnos a todos: «Venid benditos de mi Padre y heredad el reino que os tenía preparado, porque habéis trata­do de encarnar el vosotros la exigen­cias de mi vida».

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