El evangelio de este domingo nos habla de la fe, de las dudas y de las dificultades que tenemos para mantener viva esa fe.
En nuestra vida cristiana tratamos de vivir nuestra fe, pero a veces está mezclada con toda una serie de dudas y dificultades que no nos be¬nefician para vivir con autenticidad nuestra fe y nuestra confianza en el Señor.
No es raro encontrarnos con cristianos que quieren hacer coincidir los planes de Dios con sus propios planes y, cuando no coinciden, desconfían del Señor.
Otros tratan de vivir su fe pero, ante un ambiente adverso a la misma, van notando que su fe cada día es más débil.
Hay quien dice que tiene mucha fe pero, ante una enfermedad, un hecho doloroso en su vida, piensa que Dios le ha abandonado y que le está castigando por sus pecados, y entonces echa la culpa a Dios de lo malo que le está sucediendo.
Otros hacen una lectura catastrofista y apocalíptica de cuanto está sucediendo en la vida de la humani¬dad. Son todos los que, ante una pandemia como la que estamos viviendo de la COVID-19, ven un castigo de Dios a esta humanidad descreída y materialista.
Así podríamos poner situaciones y situaciones que, cuando la fe no es una fe auténtica, fuerte y madura, se llena de dudas y falsas interpretaciones de lo que le sucede en su vida y se comienza a pensar que el Señor nos ha abandonado.
Esta es la situación que viven los apóstoles: Jesús se ha quedado en tierra y ellos han ido en la barca adelantándose, se habían alejado mucho ya de tierra y aparecen las dificultades: La barca es sacudida por el viento y comienzan a tener miedo, a temer por su vida, porque Jesús no está físicamente con ellos.
Inmersos en el temor y las dudas, aparece Jesús andando sobre las aguas que le dice: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro, tan espontáneo como siempre, le dice: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». Pero, al estar andando sobre las aguas comienza a hundirse y una vez más aparece la duda, y le dice a Jesús: «Señor, sálvame». Jesús tiene que decirle: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?»
Nosotros, como cristianos, no tenemos una fe fuerte y madura para que, por encima de las dificultades que encontramos, sepamos seguir creyendo de verdad en el Señor, que no nos abandona, sino que está continuamente pendiente de nosotros. Por eso, cualquier cosa importante para nosotros o menos importante nos hace dudar, nos hace desconfiar del Señor que nos ha dicho y nos dice cada día: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días».
En ningún momento Jesús dijo que los creyentes
no íbamos a tener dificultades para perseverar en la fe
y crecer y madurar en ella,
lo que sí que nos dijo es que Dios
no es ajeno a nada de lo que vivimos
y que nos ayuda siempre
Tener fe en el Señor no quiere decir que no podamos tener dificultades, quiere decir que, conociendo las dificultades, el verdadero creyente sigue teniendo fe y confianza en el Señor, porque sabe que Él no le abandona nunca, sabe que le va a ayudar a superar las dificultades que le van surgiendo, aunque su ayuda a veces no coincida con lo que nosotros queremos. Pero nos ayuda y está a nuestro lado y quiere lo mejor para nosotros, aunque no coincida con lo que nosotros consideramos lo mejor, de eso debemos estar seguros.
En ningún momento Jesús dijo que los creyentes no íbamos a tener dificultades para perseverar en la fe y crecer y madurar en ella, lo que sí que nos dijo es que Dios no es ajeno a nada de lo que vivimos y que nos ayuda siempre y nos acompaña en nuestras luchas y dificultades. Por lo tanto, hemos de tener confianza y fe siempre en este Dios que quiere lo «mejor» para nosotros, aunque ese «mejor» a veces no coincida su criterio de lo mejor con el nuestro.
Seguro que vamos a tener momentos en la vida en los
que parece que se tambalea nuestra fe, que parece que no
logramos nada de lo que nos proponemos y todo se nos
viene abajo. En esos momentos surge de nuestro corazón
esa súplica al Señor: «Sálvame».
Seguro que vamos a tener momentos en la vida en los que parece que se tambalea nuestra fe, que parece que no logramos nada de lo que nos proponemos y todo se nos viene abajo. En esos momentos surge de nuestro corazón esa súplica al Señor: «Sálvame». Pero con una gran confianza en que el Señor está ahí y que me ayuda y ayudará como Él sabe que lo necesito sobre todo. Lo importante es que permanezcamos fieles y sigamos teniendo confianza y fe en Él, porque el Señor no defrauda nunca.
+ Gerardo Melgar
Obispo prior de Ciudad Real
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