El hombre actual es alérgico a pensar en la otra vida, huye de pensar que esta vida se termina, aunque lo está viendo y sufriendo cuando a su lado mueren nuestros seres más próximos y más queridos y otros más lejanos que nos importan menos.
Fruto de esta alergia de pensar en la otra vida, es que muchos de los seres humanos actuales solo piensan en aprovechar la vida actual como si fuera la única, como que aquí se terminara todo y la aprovechan pensando en ella solo como una oportunidad para pasarlo bien, para disfrutar de los placeres terrenos, desechando todo lo que suponga sacrificio y sufrimiento.
Este objetivo de vivir la vida como un completo y continuo placer, aunque se tenga que olvidar de Dios y de los demás, o queriendo ignorar lo que sucede a su alrededor, le hace luchar solo por aquello que le permitirá disfrutar de la vida: el dinero, los bienes materiales, la comodidad y, en definitiva, la persecución de una felicidad terrena y pasajera.
El evangelio de hoy nos enfrenta con dos caminos a elegir: el del rico glotón y el del pobre Lázaro; el camino que conduce a la muerte y el que conduce a la vida verdadera, aunque tenga que pasar por determinados sufrimientos.
Es llamativa la petición de aquel rico sin nombre, que pide la compasión de Abraham para que avise a sus hermanos y que no les suceda lo que le ha sucedido a él; mientras que el pobre con nombre Lázaro goza de la verdadera felicidad, porque vivió su vida sin perder de vista a Dios, sin olvidarse de que un día se encontraría con el Señor y Él premiaría todo lo que había sufrido por ser fiel a lo que el Señor le pedía.
El rico reconoce que se ha equivocado, que vivió banqueteando, que se olvidó de Dios y de los sufrimientos de los demás, que pensó solo en sí mismo, sin importarle lo que les estaba sucediendo a los que junto a él sufrían y no tenían para vivir con dignidad. Por eso ahora está sufriendo las consecuencias de su egoísmo, de su búsqueda de la felicidad efímera y pasajera, olvidándose de todo lo demás y de todos los sufrimientos de los que tenía a su lado, dedicándose únicamente a satisfacer sus apetencias.
El evangelio de hoy nos enfrenta con dos caminos a elegir: el del rico glotón y el del pobre Lázaro
Cuando está sufriendo esta situación se acuerda de que tiene otros hermanos, que en la vida terrena están siguiendo el mismo camino que él en la tierra y le pide a Abraham que mande a alguien a sus hermanos para advertirles de lo que les espera, pero Abraham le contesta: «Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen».
Este mensaje que el Señor nos está transmitiendo con esta parábola es que es aquí, en esta vida, donde se juega nuestra libertad de tomar la decisión correcta y que el egoísmo y la riqueza nos ciegan para ver los sufrimientos de los demás y dedicarnos a satisfacer nuestra sensualidad, nuestros anhelos de pasarlo bien, olvidándonos de Dios y de que Dios nos ha puesto en este mundo para que vivamos en él tratando de mejorarlo, pero sin olvidarnos de que un día le tenemos que dar cuenta de lo que hemos hecho.
El Señor no fuerza a nadie, simplemente hace una llamada
y nos anima a entrar por la puerta estrecha, a que vivamos desde el estilo que Él nos propone
No podemos decir que nadie nos ha advertido, o que no lo sabíamos. El mismo Jesús nos lo dijo hace unos domingos: hay una puerta ancha que lleva a la perdición y una puerta estrecha. La puerta estrecha por la que el Señor nos dice que pasemos es el mismo Cristo y su mensaje, que supone querer cargar con la cruz, vivir el estilo de vida que Cristo nos propone y que es su propio estilo y que, a veces, supone sacrifico, sufrimiento, abnegación. Tenemos que elegir. El Señor no fuerza a nadie, simplemente hace una llamada y nos anima a entrar por la puerta estrecha, a que vivamos desde el estilo que Él nos propone, pero si nosotros no queremos… es nuestra libertad, pero en el ejercicio de nuestra libertad nos estamos jugando una vida de felicidad eterna.
+ Gerardo
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