Es propio de los niños poner en acción toda su ilusión para escribir la carta a los Reyes en estas fechas.
Hoy quiero yo dejarme llevar por mi corazón de niño y dejar que fluya la inocente ilusión de ese corazón, y que el niño que llevamos todos y cada uno dentro saque a flote esos sueños que lo llenan, aunque a veces les ahoguemos con nuestras preocupaciones y materialismos.
Me gustaría que para el año que hemos comenzado, la lacra del hambre desapareciera del mundo, que todos lucháramos para que los recursos de la tierra, que son más que suficientes para alimentarnos a todos, no le faltaran a nadie, especialmente a ningún niño, a ningún ser humano que los necesite. Me encantaría que el único hambre que existiese en el mundo fuera el hambre de amor, de paz, de justicia; hambre de un mundo más humano, en el que todos nos sintiéramos a gusto, nos respetáramos y fuéramos generosos los unos con los otros, hambre de Dios y de su mensaje.
Quisiera que Dios no fuera el gran desconocido, ni el gran ignorado para nadie, que tuviera un hueco y un lugar importante en el corazón de cada una de las personas. Me gustaría que todos le descubriéramos como el que puede dar sentido a todos los momentos de nuestra vida, buenos y malos, porque por encima de todos ellos sabemos que a nuestro lado camina ese Dios que nos quiere, que nos perdona, que nos da gratuitamente su amor por encima de todas nuestras deficiencias y miserias, que nuestro Dios es un Dios capaz de compadecerse de nuestras miserias y pecados, porque nos ha rescatado precisamente, no a precio de oro o de plata, sino a precio de la sangre derramada por nosotros, de su Hijo Jesucristo. (Cfr 1 Pe.1,18).
Sueño con ver a los matrimonios unidos, demostrándose su amor en todo momento, sabiendo perdonarse cuantas diferencias existan entre ellos; sueño con unas familias en las que todos sus miembros se sienten a gusto y crecen armónicamente, porque en su familia reina un ambiente de amor, de entrega, de generosidad, de preocupación y cariño de unos por otros; sueño con unos padres que transmiten su fe a los hijos; que enseñan con su ejemplo y cariño a rezar a Dios a sus hijos y a tenerle presente siempre en sus vidas; sueño con unos hijos que tienen su primer experiencia cristiana en la familia cuando todos juntos se acuerdan y rezan al Dios en el que creen; sueño con la familia como lugar privilegiado para el cultivo del amor, del respeto, de la preocupación de unos por otros.
Me gustaría encontrar un mundo y una sociedad en la que se respeta a los débiles, a los indefensos, a los no nacidos, a los más desfavorecidos de la misma, a todas esas personas que tienen su rostro desfigurado por el dolor y el sufrimiento y que aunque resulte más difícil reconocer en ellos el rostro de Cristo, precisamente por estar desfigurado por el sufrimiento y el dolor, sin embargo en ellos está y con ellos se identifica el mismo Cristo y de ellos nos dice: «Lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo» (Mt 25, 45).
Me ilusiona pensar en un mundo más grande en el que quepamos todos, cada uno con nuestras peculiaridades, pobres y ricos, niños y viejos, hombres y mujeres; un mundo en el que no reine el egoísmo materialista que nos impide pensar y respetar a los demás; un mundo en el que pensemos menos en nosotros mismos y mucho más en los demás; un mundo en el que sepamos vivir con los ojos no tan pegados en el suelo, para elevarlos mucho más al cielo en el que nos encontremos con el rostro de Dios que nos mira con cariño y está pendiente de nosotros; un mundo, en definitiva, que concuerde mucho más con el sueño y el proyecto de Dios creador, en el que todos seamos hermanos y todos nos aprovechemos de la sangre de Cristo derramada por todos, y vivamos como hijos de Dios, como hermanos entre nosotros y como verdaderos miembros de la gran familia de los hijos de Dios que somos todos. Seguro que todos hemos soñado alguna vez en un mundo así, pero hoy no puede ser solo un sueño, debe ser un compromiso de todos y cada uno de los que lo formamos, de poner cada uno de nosotros, por nuestra parte, todo aquello que sea necesario para que realmente este mundo llegue a ser realidad.
Si de nuestro mundo hay muchas cosas que no nos gustan, no podemos echar la culpa solo a los otros. Todos somos responsables, todos hemos colaborado a hacerlo así y todos debemos comprometernos en hacer que cambie. Dios no ha huido de este mundo. Dios sigue presente y quiere lo mejor para todos.
Digámosle que, junto a nuestro sueño, le ofrecemos nuestro compromiso para hacer entre todos que cambie y se parezca mucho más al mundo en el que Él, como creador, soñó siempre y que nosotros nos hemos encargado de deshacer.
+ Gerardo
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