Casi seguro que muchos de nosotros hemos oído decir a algunas personas estas frase: «Yo creo, pero no practico». Tal vez, incluso, algunos de nosotros puede que la hayamos dicho y más de una vez.
Con esta frase se quiere decir que «creer, creer, sí que creo, pero yo eso de ir a misa, de practicar los sacramentos, es algo que no entra en mis proyectos».
La vida cristiana no es una ideología. Es una vida, un estilo de vida que hay que vivir, que tenemos que hacer realidad en nuestra vida los que nos decimos seguidores de Cristo. La vida cristiana consiste fundamentalmente en dos actitudes que tenemos que tener y desarrollar en nosotros. Por un lado, vivir personalmente lo que el Señor me pide, que está contenido en los mandamientos de la ley de Dios, en las bienaventuranzas y en el mandamiento nuevo.
Si no vivimos el estilo de vida que Jesús nos pone en el evangelio no podemos decirnos cristianos. En esto consiste, digamos, el primer momento de la fe de un cristiano. Pero no solo consiste en vivir nosotros en nuestra vida estas actitudes y este estilo que Jesús pone para sus seguidores, sino que, además, se nos pide que eso que tratamos de vivir personalmente lo comuniquemos a los demás, seamos testigos de Jesús en la Iglesia y en el mundo.
Ni la vivencia personal de la fe, ni el ser testigos de Jesús donde quiera que nos encontremos y con quien quiera que vivamos es algo que resulte fácil de hacer y de vivir y, mucho menos, en un momento como el de la sociedad actual, en la que se valora lo material como la razón de todos los esfuerzos personales y muy poco la fe y la importancia que Dios debe tener en la vida de cada uno de nosotros.
La fe es una vida que cada uno debe preocuparse por alimentar, porque si no, lo mismo que sucede con la vida humana física, termina por enfermar y morir.
Nuestra vida de fe la hemos de alimentar para que sea una fe cada día más fuerte, porque precisamente en esta sociedad actual en la que nos ha tocado vivir, los creyentes tenemos que vivir nuestra fe luchando contracorriente, y para eso tenemos que estar fuertes, que nuestra fe sea una fe madura.
Para alimentar nuestra fe tenemos que poner en ejercicio unos medios muy importantes: la oración, porque necesitamos estar en contacto con el Señor y que Él sea alguien realmente importante en nuestra vida, y para ello tenemos que estar en contacto continuo con el Señor, dándole gracias por todo lo que Él nos regala en cada momento, y pidiéndole que su gracia y su ayuda supla nuestra fragilidad, que nos hace quedar tantas veces a la mitad del camino.
Necesitamos alimentar nuestra fe en la eucaristía dominical, porque en ella, en la Palabra de Dios que se proclama, nos marca el Señor el camino que hemos de recorrer. Comulgando el Cuerpo de Cristo, el Señor fortifica nuestra fe y nos da las fuerzas que necesitamos tanto para vivir nuestra fe, como para ser sus testigos en medio del mundo. Porque es el Señor el que nos da el verdadero pan del cielo, sin el cual no podríamos responder a las exigencias de nuestra fe.
No podemos decir «yo creo, pero no practico»; sino «yo creo porque practico», porque alimento mi fe y trato de vivirla en mi vida, precisamente porque la alimento con la práctica cristiana.
+ Gerardo
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