Evangelizar es «contagiar el amor que Dios nos tiene»

El Seminario de Ciudad Real acogió el 12 de mayo la convivencia sacerdotal por la fiesta de san Juan de Ávila, patrono del clero secular español.

La jornada, que se celebra todos los años el 10 de mayo, se trasladó este año al lunes 12 de mayo para poner acoger un mayor número de sacerdotes. La misa, acto central de la convivencia, reunió en esta ocasión a cerca de cien presbíteros de toda la diócesis, a los que acompañaros los seminaristas mayores y la comunidad de religiosas Franciscanas del Buen Consejo.

El obispo, don Gerardo Melgar, presidió la misa, en la que se homenajeó a los sacerdotes que este año celebran veinticinco y cincuenta años desde su ordenación.  

«El Señor nos congrega a todo el presbiterio diocesano para la festividad del patrono de los sacerdotes seculares, san Juan de Ávila, con un doble motivo: por una parte para honrar, admirar y tomar ejemplo de San Juan de Ávila […] y, por otra parte, para unirnos a la alegría y a la acción de gracias de estos hermanos nuestros que celebran sus bodas sacerdotales de cincuenta y veinticinco años de sacerdocio, en fidelidad y entrega al Señor y a los hermanos», dijo el obispo al iniciar su intervención.
 
Una vida entregada al Evangelio

En la homilía, don Gerardo destacó el testimonio de san Juan de Ávila como modelo de sacerdote entregado, coherente y apasionado por Cristo. Recordó que su vida fue un auténtico canto al amor de Dios, vivido especialmente desde la cruz y en los momentos de mayor dificultad: «Juan de Ávila percibe y siente dentro de su corazón, cuando contempla la pasión de Cristo, que Cristo le ha amado profundamente […]. Al experimentar el dolor y la dificultad de la cruz pastoral en su ministerio sacerdotal. Es cuando mejor ha entendido y comprendido lo mucho que Cristo le ha querido y le quiere, lo profundamente que le ha amado para entregar su vida por Él en la cruz. Toda su vida va a ser un auténtico cántico, un canto al amor de Dios por los hombres», afirmó.

Esta percepción, explicó el obispo, se convierte en una fuente de inspiración para todos los sacerdotes, testigos del amor de Cristo en sus propias vidas: «Cristo ha sido y sigue siendo para nosotros un Dios de amor, un Dios de perdón, un Dios de misericordia. Somos lo que somos, no por nosotros mismos […], sino por el amor que Él nos ha tenido y nos tiene, por su presencia continua en nuestra vida y en nuestra tarea y en nuestro ministerio».

Se alegró de celebrar el aniversario de la ordenación sacerdotal de varios sacerdotes, ejemplo de que «Cristo cumple en nosotros su promesa de estar todos los días con nosotros hasta el fin del mundo, y sigue a nuestro lado, curando nuestras heridas y renovándonos cada día». Dirigiéndose a todos los sacerdotes, los invitó a agradecer a Cristo el ministerio: «Hoy queremos decirle al Señor, juntamente con los compañeros que cumplen veinticinco y cincuenta años de sacerdocio: Gracias, Señor, porque nos mantienes fieles e ilusionados, con ganas de responderte cada día mejor y más plenamente, porque sigues acompañando nuestra pobreza y nuestra miseria y sigues renovando tu llamada en nosotros para seguir entregándonos día a día a la misión que tú nos has encomendado».

El celo apostólico

El obispo dedicó una parte central de la homilía a resaltar las claves espirituales del sacerdocio según san Juan de Ávila: el amor a Cristo, el amor al pueblo confiado y la coherencia de vida. Subrayó que estas claves son imprescindibles para que el ministerio sacerdotal tenga fruto y pueda responder a los desafíos del presente: «Evangelizar no es otra cosa, decía Juan de Ávila, que contagiar el amor que Dios nos tiene, desde nuestra experiencia personal de amor con Él», dijo.

Desde esta experiencia, lanzó una llamada a fortalecer la fraternidad entre sacerdotes, un valor que el santo de Almodóvar del Campo vivió con intensidad: «La misión evangelizadora solo se entiende en comunión con los demás. La fraternidad es un signo clave de nuestra credibilidad como ministros del Evangelio», advirtió, añadiendo que «Cuando luchamos en solitario, nos sentimos solos, cansados y sin rumbo. Pero cuando nos ven unidos y queriéndonos entre nosotros, nuestra misión cobra todo su sentido».

Acción de gracias por los años de entrega

Uno de los momentos más significativos de la jornada fue el reconocimiento a los sacerdotes que cumplen este año sus bodas de oro y de plata sacerdotales. En concreto, los sacerdotes Benito Huertas, Evaristo Moya y Vicente Ramírez de Arellano, fueron homenajeados por sus cincuenta años de sacerdocio; mientras que Vicente Díaz-Pintado, Amador González, Antonio Ruiz, Juan Serna, Juan Carlos Torres y Manuel Pablo Olivares, celebraron los 25 años de servicio ministerial.

El obispo pidió a todos una oración de gratitud, con la intercesión de san Juan de Ávila, «para que nos ayude a vivir nuestra vida sacerdotal en las mismas claves que san Juan de Ávila, unas claves que Él vivió y que a nosotros también se nos ofrecen para que de verdad seamos sacerdotes según el corazón de Cristo […]. Que el Señor nos conceda que seamos capaces de encarnarlo también en nuestra vida y que nuestra llamada tenga realmente el fruto que debe tener, precisamente porque coincide vida con teoría y mensaje con vida», concluyó.
 
Gracias, perdón y gracia
 
Al final de la misa, don Gerardo Melgar entregó una estola a los sacerdotes que celebran cincuenta y veinticinco años de sacerdocio.

Después, Benito Huertas dirigió unas palabras a todo el presbiterio en representación de los que cumplen cincuenta años. Habló de «gracias, perdón y gracia». Gracias por «la vida y por hacernos presbíteros de la Iglesia. Gracias a nuestras familias. Gracias al Seminario, a los formadores, a los obispos y gracias al pueblo y a la gente que nos ha hecho crecer y que en algunos momentos nos ha zarandeado para que seamos fieles al Ministerio». Pidió perdón «por nuestras infidelidades, incoherencias, por nuestros pecados. La misericordia de Dios es muy grande y es lo que nos salva». Por último habló de la gracia de Dios, pidiendo «que el Espíritu de Dios, que la fuerza de Dios, que el soplo, que el hálito, que el viento de Dios nos siga protegiendo».

Después de Huertas intervino Juan Serna en representación de los sacerdotes que celebran sus bodas de plata: «Todos queremos dar gracias al Señor por estos años de ministerio y también daros las gracias a todos vosotros, empezando por don Gerardo, por vuestro homenaje y por vuestra oración». Explicó que siempre vivió «esta jornada sacerdotal de san Juan de Ávila con un sentimiento de profunda admiración por los hermanos que año tras año van pasando por aquí para celebrar sus bodas de oro y de plata. Esta admiración que hoy también expreso para Benito, Evaristo y Vicente, para los que están ya en el cielo y también para mis compañeros de veinticinco años».

Añadió que el sacerdocio de todos se ha ido construyendo día a día, con «cada oración que hemos hecho y la que, por desgracia, no hicimos. Cada minuto que hemos pasado con alguien que necesitaba ser escuchado o ser consolado. Cada esfuerzo por estudiar y por descubrir a los cristianos la verdad del Evangelio. Cada decisión que hemos tomado por vivir la fidelidad a Jesús, cada acto de fe en medio de las dificultades o las incomprensiones, la satisfacción de saber que el Señor ha seguido viniendo al mundo gracias a nosotros». A pesar de las limitaciones, «todo esto nos va haciendo sacerdotes», dijo. Concluyó dando las gracias a todos «por la cercanía. Deseo que esta celebración fomente en nosotros la inquietud por promover las vocaciones. Que esta celebración también ayude a los seminaristas y que, como verdadero presbiterio, vivamos la alegría de unos como gozo y alegría de todos».

El último en intervenir fue Manuel Pablo Olivares, sacerdote del Opus Dei que se ordenó en Madrid en el año 2000. Desde entonces ha estado en la diócesis de Ciudad Real. Agradeció a todos los sacerdotes la acogida: «Os doy las gracias a cada uno de vosotros, también a los que han muerto, al obispo don Gerardo, también a don Antonio, a don Rafael, a todos. No tengo otra cosa que decir nada más que gracias a cada uno de vosotros».