La pandemia en las residencias de mayores

Las nuevas viviendas, la forma de vivir y el envejecimiento de la población han propiciado el aumento del número de residencias en los últimos años, algunas de ellas en manos de la Iglesia. En estos meses, estas instituciones han sido noticia por el número de fallecidos a causa de la COVID-19, son los lugares en los que el virus ha sido más letal. Hablamos con José Manuel Llario, sacerdote que dirige dos residencias de mayores en Miguelturra.


En 2019 empezamos a oír hablar del coronavirus, en enero y febrero de 2020 recibíamos noticias alarmantes y en marzo conocimos la verdad, ¿cuándo se dio cuenta de que se empezaba a enfrentar a algo nunca visto en los últimos tiempos? ¿Cómo se vivió en el lugar más crítico? 

Al principio se hablaba de la ne¬cesidad de tomar medidas de pro¬tección. Después nos adelantamos cerrando, primero ciertas visitas, luego todas. El problema vino cuando aparecieron los casos. Parecía que las protecciones no eran suficientes, que los medios que poníamos no eran eficaces. 

Los mayores se quedaron en sus habitaciones haciendo un tremendo esfuerzo para llevarles la comida caliente, estar cercanos a ellos, identificarnos para que nos conociesen detrás de «trajes de astronauta»… fue terrible. No salieron de sus habitaciones, para nada, durante meses. Las videollamadas calmaron un poco la distancia. 

Los síntomas de la enfermedad los fuimos aprendiendo, pues un simple dolor de cabeza o un trastorno puntual acababa siendo motivo de derivación. 

En varias semanas los trabajadores fueron cayendo con el virus. No había personas suficientes para sustituir las bajas… Nunca bajó la atención a los mayores, pero el es-fuerzo que han hecho los trabajadores ha sido heroico y nunca será suficientemente agradecido. El desgaste físico y emocional sigue todavía presente. 

Había una idea equivocada en la población sobre las residencias, se pensaba que eran lugares medicalizados, pequeños hospitales, ¿ha faltado atención en los meses de pandemia? 

Las residencias son hogares. ¿Alguien quiere ir a vivir a un hospital? El problema viene cuando se descarga la responsabilidad y queremos servicios «de bajo coste» con exigen-cias clase club. 
En el principio de la pandemia todo el mundo estaba desbordado, la diferencia es que algunos podían maquillar con el teletrabajo y otros no. El cuidado de la persona siempre será presencial. 


Los ancianos han visto como muchos de sus compañeros, amigos y familiares han fallecido, ¿cómo es ahora el día a día en las residencias? ¿Qué ha cambiado? ¿Cómo se vive ahora después de meses tan duros? 

De ser la casa donde familias y residentes entraban y salían sin problema a ser lugares donde, todavía, están encerrados. Van para cinco meses sin que se les deje salir a la calle. Están desesperados. 
Los centros están divididos entre los que lo han pasado y los que no. Hay colores y demarcaciones que separan comedores y actividades. Es algo distinto. Les está costando entender la separación de sus amigos. 

Seguro que los recuerdos no son buenos, pero ¿qué es lo mejor que ha vivido en este tiempo? 

La aceptación de los mayores, la entrega de los trabajadores y la solidaridad de mucha gente. 


¿Qué aporta a los ancianos una residencia de la Iglesia? 

Un modelo de atención que pone en el cuidado a la persona el eje de todo. La acogida de los más vulnerables es seña de identidad. Lo que se hace por Dios no buscará compensación humana.