En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: Está cerca de vosotros el Reino de Dios.
Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo. Lc 10, 1-12. 17-20
El hombre ansía la paz desde lo más profundo de su ser. Pero a veces ignora la naturaleza de tal bien que tan ansiosamente anhela; y los caminos que sigue para alcanzar ese bien de la paz no son siempre los caminos de Dios. Por eso necesita y debe aprender en qué consiste la búsqueda de la verdadera paz, y oír proclamar por Dios en Jesucristo el don de esta verdadera paz. Así se aprestará el hombre a mejor recibir y a mejor dar la paz.
La paz, o felicidad perfecta, don de Dios y apetencia del hombre, gracia divina y mérito humano, en la Biblia es sinónimo de bienestar, el bienestar de la vida cotidiana, el estado del hombre que vive en armonía con la naturaleza, consigo mismo, con Dios. Es algo más que el “pacto” que permite una vida tranquila, o el “tiempo de paz” por oposición al “tiempo de guerra”. Es sinónimo asimismo de salud física y espiritual, de concordia fraterna, de confianza mutua, de justicia compartida… , bienes éstos connotados en el “buenos días”, en el “adiós”, en el shalom, con que el creyente judío formula y desea a la persona saludada los mayores y mejores augurios de bonanza y de dicha plena y total.
Paz ésta que, asumida, purificada y trascendida, formulará y nos dará Cristo con la donación de su Espíritu vivificador y gratificante. Paz de Cristo, con la que el Señor resucitado saluda, sana, salva, vivifica, plenifica y “felicita” a los creyentes en Él. Paz que los discípulos de Cristo, desbordados por ella, portan, proclaman y ofrecen a la casa y en la casa de sus hermanos como la mejor oferta que Dios puede hacer y el hombre recibir y percibir, creer y celebrar, testimoniar y difundir. Paz de reconciliación y conciliación humano-divinas, de filiación compartida, de fraternidad universal, de conspiración común y singular… ¡Paz brotada de las ubres abundantes e inundantes de Dios Padre, del pecho traspasado del corazón de Cristo, del Surtidor inagotable de su Espíritu convertido y vertido hacia los hombres como río desbocado de paz y como un torrente en crecida!
¡Ojalá que “la paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos” nosotros gracias a que puestos e impuestos en Cristo, Camino verdadero y vivo, y libres del miedo a los lobos, llamemos a las puertas de los hombres con las marcas del Cordero crucificado y el cayado glorioso del Pastor resucitado!
Unas casas se abrirán a la paz del Señor, de otras recibirá el Señor portazos y cerrazón, pero vosotros mantened la calma y la esperanza en la Paz eterna, sabiendo y saboreando que de todos modos está cerca el Reino de Dios. Alabad y bendecid al Señor, porque os llama a la alegría de su fiesta, a la Jerusalén luminosa, su ciudad santa, su Iglesia, su comunidad; a Él, que sale al encuentro de toda la humanidad invitándola a entrar en la casa paterna donde tiene preparada a todos la comida que celebra e instaura la reconciliación universal, y en donde os saciaréis de Dios y apurareis las delicias de la paz y del gozo desbordantes. Mientras tanto, seguid gozando la dicha ser y de ser llamados Hijos de Dios por ser pacíficos guerreros de la paz, tan distinta de la del mundo, que Cristo, Siervo y Rey de la paz, vino a traernos.
Por Juan Sánchez Trujillo
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