¿Cuándo te encuentras mejor, Zaqueo; ahora, con menos cosas y más hermanos; o antes, con mayor hacienda y sin corazón fraternal? ¿A que tú mismo te sientes ahora como nacido de nuevo? ¿A que, por haberte extraído tu corazón metálico, notas que otro ser superior palpita en ti; que es ya otra tu identidad; que hay una diferencia abismal entre el que eres y el que eras? Se diría que te han trasplantado el corazón de Dios.
Evidentemente, la explotación y la comunicación de tus bienes han sido el precio bien pagado para la adquisición del corazón de oro que ahora tienes, de ese corazón de hermano que ahora gozas, corazón que antes era de piedra y ahora es corazón de hombre redimido.
Tu nuevo ser, Zaqueo, empezó cuando quisiste ver a Jesús. Y, sobre todo, cuando Jesús te vio y empezó a creer en ti. Él sabía que tu principal riqueza no estaba en tu tener sino en tu ser; no en tu almacenar sino en tu distribuir. Y por eso, Zaqueo, te quiso Jesús visitar para que, al hospedarlo a Él, empezaras también a alojar en tus cuentas corrientes a los desheredados del mundo. Fue tanto lo que te quiso Jesús, y tanto lo que con su amor puso en ti, que de usurero y epulón te convertiste en pan universal y en iglesia de comunión. Y es que viste a Jesús, que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a los pobres. Por, a partir de aquel encuentro, disminuidas las riquezas y aumentados los amigos, todos podrían descubrir en tu persona a Cristo viviente, como más tarde lo verían también los discípulos de Emaús al partir con ellos el pan.
Ojalá, Zaqueo, que los más favorecidos de la vida, ojalá que nuestro occidente “cristiano” en especial, empiece a disfrutar de una mayor y mejor salud y salvación, gracias a que, alojando a Cristo en sus estructuras y personas, hagamos justicia al mundo pobre y seamos solidarios con los que con de una forma u otra explotados y excluidos.
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