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Hacia la herencia eterna
domingo, 31 de julio de 2016
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Por
Juan Sánchez Trujillo
En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. El le respondió: ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.
Les dijo una parábola: Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha? Y dijo: Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea. Pero Dios le dijo: ¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán? Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.Lucas 12, 13-21
San Lucas, preocupado fuertemente por los pobres a lo largo de su evangelio, ante la propuesta hecha a Jesús de intervenir en la partición de una herencia, aprovecha este incidente para destacar la dificultad de los ricos para vivir la vida comunitaria del Reino, tratando de convencer a sus lectores de los peligros que encierra el uso del dinero. Precisamente Jesús no pretendía inculcar en sus oyentes el miedo a una muerte repentina e individual que acabaría con todas sus esperanzas. En realidad, la muerte de la que se tata aquí ser refiere a la catástrofe final y al juicio que ha de seguirle. La lección, pues, que se debe sacar es evidente: querer apoyarse en sus riquezas precisamente cuando tan solo el apoyarse en Dios podrá salvar a los hombres, es una actitud insensata .
Lucas no condena a los ricos por ser ricos: el dinero ni es bueno ni es malo; solamente el uso que se haga de él puede ser bueno o malo. La equivocación del rico insensato está en servirse de sus riquezas como si estuviera él solo sobre la tierra. El rico es insensato, porque piensa que ha sido él solo por sí mismo quien adquirió las riquezas, como si no hubiera heredado nada de sus padres, como si no hubiera recibido nada a causa del trabajo de sus obreros, como si sólo existiera él y no los demás.
Nuestro pobre rico hombre, “hombre viejo” todavía, ha puesto el corazón en las cosas y por eso acumula. No es aún un “hombre nuevo” , enriquecido de Cristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a los pobres; y es por esto por lo que aún es codicioso y todavía no puede, ni sabe ni quiere compartir las cosas de que dispone con sus hermanos, los pobres…. Cuando nuestro pobre rico hombre desmonte el ídolo del tener, y se sirva del dinero para servir a Dios y a los hermanos, empezará a ser rico ante Dios, ante los hombres y ante sí mismo, con ese tipo de riqueza interior que sólo se logra dando más importancia a dar que a recibir, no reteniendo ni acumulado sino compartiendo prodigándose a los demás al haber degustado que es muy importante exportar hacia todos lo mejor que uno es y lo mayor que uno tiene.
Ojalá que la riqueza de la misericordia de Dios llene el vacío de nuestros pobres ricos hombres. Quiera Dios que nuestras comunidades cristianas sean y se muestren desprendidas, y así puedan decir al mundo dónde está la verdadera riqueza. Ojalá que los responsables de la economía sepan crear riqueza y distribuirla justamente., renunciando a la codicia, matriz, raíz y mantenimiento de nuestras crisis financieras y económicas. Ojalá que renunciemos con coherencia bautismal a poner el dinero como suprema aspiración de la vida para que no se apodere de nosotros la fiebre insaciable de poseer más y más.; que pasemos por los bienes temporales sin perder los eternos; que los valoremos con criterios evangélicos aspirando a los bienes de arriba. Que no caigamos en la idolatría del dinero, que tanto metaliza el corazón de los posesos más que poseedores del dinero. Que estimemos la comunicación de bienes más que miles de monedas de oro y plata. Que valoremos a las personas no por lo que ganan sino por lo que dan; no por lo que tienen sino por lo que son. Que, conscientes de que quien a Dios tiene, nada le falta, podamos y queramos cantar con profunda fruición y desbordante alegría: Tú eres mi Señor, ningún bien tengo sin Ti.; Tú eres mi Seño , no hay felicidad fuera de Ti, no hay felicidad fuera de Ti….
Sólo así los hombres sacaremos mucho de todos nuestros trabajos y de los afanes con que trabajamos bajo el sol, gracias a que , resucitados con Cristo, despojados de la vieja condición humana y revestidos de la nueva condición, hacemos creíble, anticipándola en esperanza, la Herencia de las herencias que Dios Padre nos tiene a todos reservada por su gratuita, generosa y entrañable misericordia.
¿Mío o nuestro?
Por
Miguel Esparza Fernández
"En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: Guardaos de toda clase de codicia. Porque, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has cumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios" (Lc 12,13-21)
"Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia". Esta petición nos parece lógica: al fin y al cabo, lo que es de un hermano (por herencia) lo es, a partes iguales, de todos los hermanos. Es tanto como pedir: Dile que me de lo que me corresponde. Repito: son hermanos. ¿Por qué no trasladamos esto a todos nuestros bienes, refiriéndolo a todos los hombres? Dicho de otra manera, ¿por qué nos extraña que se nos pida repartir lo nuestro con los demás? Porque no estamos convencidos de que lo que tenemos no sea nuestro. Pues, aunque nos parezca lo contrario, eso que llamamos nuestro no es nuestro. Por lo menos, a partes iguales, es nuestro y de nuestros hermanos (que son todos los demás).
Nos falla considerarnos hermanos de todos. Y por eso no nos duele la situación en que muchos de ellos se encuentran, mientras nuestros bolsillos están bastante y muy bien repletos. Sin darnos cuenta de que, por lo menos, eso que les falta y nos sobra a nosotros se lo estamos quitando. Les estamos privando de lo suyo, aunque digamos que defendemos lo nuestro.
Y no es cuestión de limosna. Como no es cuestión de tener, en un momento especial, un arranque de generosidad y ser magnánimo y dadivoso con los necesitados. Con toda la razón del mundo, tantos y tantos hermanos nuestros, que se encuentran en verdadera y, en ocasiones, escandalosa necesidad, nos gritan: Reparte conmigo la herencia; dame lo que me corresponde; entrégame lo que es mío.
Hay una frase que siempre me ha impactado (y creo que os la he dicho alguna vez). Es esta: "Quien atesora, roba; y quien no reparte, mata".
Cuando, además, si somos sinceros, estamos acumulando y guardando de manera innecesaria. Primero, porque lo que atesoramos no salva. Es un fundamento falso e inestable para nuestra vida, que necesita otro cimiento. Y, segundo, porque, en realidad, nos sobra y no necesitamos utilizarlo: si nos desprendiéramos de ello, no lo notaríamos. Hemos montado todo en un "por si acaso", en un "quién sabe el día de mañana", en un "a saber lo que puedo necesitar"... Y, mientras tanto, los demás... que se las arreglen como puedan... y, si no comen, peor para ellos,,, y, si enferman, que otros se preocupen... y, si mueren, pues qué le vamos a hacer... "Necio, esta noche te van a exigir la vida".
La riqueza no se compagina con el convencimiento de un cristiano, ni el atesorar codiciosamente... Porque sabe que, en eso, no está la felicidad. Porque orientar así la vida es tanto como desconfiar del Señor... Porque instalarse en el dinero es recortar el horizonte de la esperanza... Porque retener los bienes de manera egoísta es faltar gravemente a la caridad...
Si entendiéramos un poquito el planteamiento de Jesús de Nazaret, muchos de nuestros armarios se vaciarían inmediatamente, muchas de nuestras cuentas corrientes se anularían, muchos de nuestros bolsillos se abrirían... y muchos de nuestros hermanos lo notarían. ¿Te animas?
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