Se celebró la XXV Marcha de Adviento

La localidad de Herencia acogió el pasado 30 de noviembre la Marcha de Adviento, una jornada que reunió a cerca de cuatrocientos jóvenes de toda la diócesis.

[Puedes ver un vídeo de la actividad en este enlace]

El lema Al menos, ámame tú, en referencia al Corazón de Jesús, fue el hilo conductor de todas las actividades, que comenzaron por la mañana a unos kilómetros de Herencia. Desde allí, tras la acogida y la oración, los jóvenes caminaron hasta la población.

La primera actividad formativa fue en torno a la Teología del cuerpo, dirigida por Álvaro Quesada y Carla Restoy, dos jóvenes con una presencia significativa en las redes sociales.

Por la tarde, tras la comida, comenzaron los talleres que enseñaron a los jóvenes, explica el delegado de Pastoral de Juventud, Marcos Sevilla, «cómo el Señor se hace presente en corazones concretos, por ejemplo en la pobreza, en la pastoral penitenciaria, en las hermanas adoratrices y su trabajo con las mujeres».

Después de los talleres y la cena comenzó el acto central de la Marcha de Adviento y, a la vez, el momento más esperado por los participantes en cada edición, la vigilia de oración.

Presidida por el obispo, don Gerardo Melgar, la vigilia contó con testimonios de jóvenes y reflexiones en torno al Corazón de Jesús.

Tras la proclamación del Evangelio, don Gerardo se dirigió a los jóvenes centrando su mensaje en el «corazón de Cristo, un corazón que nos ama y nos ama de corazón, que quiere que nosotros también lo amemos a Él y amemos a los demás como Él nos ama». Insistió en que Cristo «nos ama con todo su corazón, hasta el punto de entregar su vida por nosotros» y, amándonos de este modo, «manifiesta su amor infinito y misericordioso» que se da a todos «a pesar de nuestros pecados».
 

«Dejemos que su corazón entre en el nuestro y transforme nuestros egoísmos, en generosidad, nuestras enemistades, en amor, nuestros rencores, en perdón y misericordia»


En este sentido, el obispo explicó a todos los jóvenes que «el amor del corazón de Cristo es entrega y encuentro, es donación a cada uno de nosotros». Viviendo este amor «nos volvemos capaces de relacionarnos entre nosotros de un modo sano y feliz, construyendo en el mundo un reino de amor y de justicia», dijo.

Además, pidió a Cristo que «tenga compasión de este mundo herido, que derrame los tesoros de su luz y de su amor para que el mundo, dividido por guerras de egoísmos, pueda recuperar lo más importante y necesario: su corazón».

Lamentó que hoy nos cueste confiar a causa de que «nos han lastimado tantas falsedades, agresiones y desilusiones», pero dijo esperanzado que, en medio de las dificultades «escuchamos la voz del Señor, que nos susurra al corazón: Ten confianza. A su lado no tenemos nada que temer».

Continuó explicando que, en la vida, «hay momentos y situaciones en las que nos parece que todos nos ignoran, que todas las puertas se cierran, que a nadie le interesa lo que nos pasa, que no tenemos importancia para nadie». Es en esos momentos cuando se cumple la promesa de Cristo, que «abre la ventana de su corazón, que nos presta atención y nos dice: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré [...]. Encontraréis descanso en vuestras almas, porque mi yugo es llevadero y mi carga es ligera».
 

«Danos un corazón semejante al tuyo, para amarte a ti de todo corazón y a nuestros hermanos con el mismo amor con que tú nos amas»


Desde la paz y el sosiego que produce en amor de Cristo en nosotros, don Gerardo animó a los jóvenes a atreverse «a contar a los demás nuestra experiencia gozosa de encuentro y del bien que nos hace el amor de Jesús».

Este amor es regalado, lo que llama la atención, manifestó, en un mundo y en un tiempo en el que parece «que todo se compra y todo se paga». Frente a este modo de vivir mercantilista, «el corazón de Cristo es un corazón de entrega, de amor gratuito, que no pide nada a cambio, solo dejarnos querer».

Además, dijo que «todos soñamos con un mundo nuevo, un mundo mejor, y a todos nos gustaría contribuir a construir ese mundo nuevo y mejor en el que las desigualdades se terminaran, donde las guerras no tuvieran sentido, donde el hambre no fuera una realidad». Solo podemos cumplir este sueño de la humanidad, continuó, «si entendemos el amor que el corazón de Cristo nos da y el amor que nos pide que demos nosotros a los demás».

«Dejemos que su corazón entre en el nuestro y transforme nuestros egoísmos, en generosidad, nuestras enemistades, en amor, nuestros rencores, en perdón y misericordia», deseó. Solo así «lograremos hacer ese mundo nuevo que todos ansiamos en nuestro corazón».

Invitó a los jóvenes a rezar ante la presencia del Señor en la adoración eucarística «recordando nuestra historia de relación con Dios, para ver que ha sido siempre una historia de amor, de lo mucho que nos ha querido y nos quiere».

«Descubramos que en Él hay un corazón tan lleno de amor que nunca se agota y que no deja de amar. Incluso a los que no le corresponden. Fijemos nuestros ojos de nuestro corazón en Cristo, presente en la custodia. Después, digamos al Señor, presente sacramentalmente en ella: Señor, gracias por tu amor, por tu perdón. Danos un corazón semejante al tuyo, para amarte a ti de todo corazón y a nuestros hermanos con el mismo amor con que tú nos amas», concluyó.

Después de las palabras del obispo, la vigilia continuó con la adoración al Santísimo, unos minutos de silencio total, solo roto por las canciones de la coral diocesana para ayudar a la oración.

Después de la bendición con el Santísimo, el delegado de la Delegación diocesana de Pastoral de Juventud, se dirigió a los participantes para agradecer el trabajo de todas las personas e instituciones que hicieron posible la marcha.

Sobre la una de la madrugada del domingo, con un chocolate que ofreció la parroquia de Herencia, concluyó la vigésimo quinta Marcha de Adviento.