Vicente Elipe, trinitario: «No he renunciado a nada»

Hace ochocientos veintiocho años san Juan de Mata tuvo una visión: Cristo sosteniendo, por un lado, a un hombre negro y deforme; con la otra mano, a un hombre blanco y muy delgado. En un mundo de cruzadas, donde cristianos y musulmanes se apresaban unos a otros, la visión fue una llamada a la redención de todos los cautivos, unos y otros; todos quedarían liberados. Poco tiempo después, unos ermitaños retirados en oración siguieron a Juan de Mata casi sin saber cuál era el proyecto. Nacía la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos. En los años ochenta del siglo XX, un niño de Membrilla escuchó hablar a unos de esos religiosos trinitarios en el colegio y quedó impresionado. Hoy, con 55 años, va cada día a la cárcel para «liberar» a los cautivos. Hablamos con Vicente Elipe, religioso trinitario que habla con pasión de su trabajo en la prisión e insiste en que no ha renunciado a nada.

Si los primeros trinitarios no conocían muy bien el proyecto de san Juan de Mata, a Vicente Elipe le pasó algo parecido: «Tenía diez u once años, se acercaron unos frailes a clase y nos hablaron de su vida y de lo que hacían. A mí me impactó mucho porque decían que ayudaban a la gente. No los entendía mucho, yo era un niño, pero dejaron una pregunta en mí: ¿y si yo fuera uno de ellos?»

Vicente participaba en la parroquia, en el movimiento Junior, y dejó pasar algunos años mientras la pregunta continuaba en su cabeza: «Unos años después se lo conté a mi padre. Cogió el coche y nos vinimos a Valdepeñas —está actualmente en la comunidad trinitaria de esta población— porque yo solo recordaba que los trinitarios estaban aquí, no sabía nada más».

Vicente entró al Seminario Menor en Alcázar de San Juan, hizo el noviciado en Córdoba y Filosofía y Teología en Roma. En 1990 profesó los votos religiosos en el Santuario de la Virgen de la Cabeza y en 1991 se ordenó sacerdote en Alcázar de San Juan.

Los votos religiosos

Explica cada voto rápido, como una lección que se sabe por experiencia, que apasiona porque se vive. Se siente a gusto aclarando términos que hoy están en desuso y jalona cada definición con el término «libertad».

«Saber compartir y saber que los bienes no son una propiedad tuya, sino que todos los bienes, no solo los materiales, sino toda tu vida, es una vida compartida con los demás», dice sobre la pobreza.

— ¿La castidad es libertad?
— Exacto. Es amar más, amar a más y amar mejor. A través de ese voto yo soy capaz de tener unas relaciones de amor con libertad a más gente y a más personas, abriendo el mundo afectivo a los demás.

Antes de pasar a hablar de la obediencia, Vicente interrumpe para explicar que nunca le ha gustado escuchar que los religiosos renuncian: «No he renunciado a nada». Prefiere explicar su vida en clave de elección: «He elegido un estilo de vida que conlleva unas características que me hacen feliz, pero no he renunciado, no vivo mi vida en clave de renuncia».

Para hablar de la obediencia habla de Cristo, obediente al Padre. «En este voto lo que vemos es la acción de Dios en la vida a través de las personas. Somos totalmente libres porque hace que nosotros seamos personas totalmente disponibles», dice, subrayando que su propia misión es la misión de otro, «la misión de Cristo reflejada en un carisma concreto».

En el caso de los trinitarios hay un cuarto voto en el que se comprometen a «vivir desde la humildad y la sencillez, se trata de no pretender. Vivimos en una sociedad en la que no es nadie quien no tiene un título o una situación social elevada. Nosotros queremos evitar, con nuestro estilo de vida, transformarnos en eso».

El encuentro con una santa

Durante su tiempo en Roma, como estudiante y formador de estudiantes, Vicente participaba en varias actividades pastorales, una de ellas con las Misioneras de la Caridad. En la casa en la que atendían a los más pobres de Roma, se hospedaba en sus visitas la Madre Teresa de Calcuta, a la que recuerda como «un modelo viviente porque respiraba santidad, desde la pobreza, desde la humildad. Era grande para Dios, eso se nota». En uno de los encuentros, la madre Teresa se acercó a él y le regaló una estampa con un Cristo muy llagado con la leyenda: Busqué a alguien que me confortara y no lo encontré. «Ella escribió a mano: Be the one (sé tú)».

«Parábola de fraternidad en un mundo herido»

En lema de la jornada de la vida consagrada este año es La vida religiosa, parábola de fraternidad en un mundo herido. «Yo creo que la vida religiosa es una vida de frontera. Cada congregación, instituto, desde su propio carisma está allí donde otros no quieren estar. Desde mi experiencia, es saber mirar con los ojos de Dios al hombre y, sobre todo, al hombre que sufre».

Vicente repite lo de «mirar a los ojos al otro» durante toda la conversación. «El trinitario está llamado a la libertad y a vivir desde su propia persona la libertad. Hoy lo podemos traducir como vivir en contra de las persecuciones, de la falta de dignidad de las personas, sin mirar su clase social, su religión. La visión de Juan de Mata es clara: liberar a cristianos y musulmanes, incluso canjeando a unos por otros. El lema de la orden es Gloria a ti, Trinidad, y a los cautivos, libertad. Tenemos casas de acogida de inmigrantes, de reclusos, trabajamos en cárceles, con cristianos perseguidos, en colegios, parroquias marginales. Donde vemos las cautividades de hoy día. Estamos llamados a ir donde otros no quieren ni pisar».

— ¿Trinidad y liberación unidas?
— Nosotros intentamos llevar la vida de tanta gente que sufre en un mundo herido, a la oración. La oración no es solo una relación personal del religioso con Dios, es trinitaria. Además, en la oración están, como decía san Juan Bautista de la Concepción, el religioso, Dios y el pobre. Intentamos que en la oración estén los problemas y las esclavitudes que se viven, viviéndolas como propias y pidiendo a Dios por ellos.
— Parábola de fraternidad en un mundo herido no es solo una historia que contar, sino una historia por hacer.
— Por eso el tema de este año viene muy bien, porque la vida religiosa entronca muy bien aquí. Hay muchas heridas en nuestro mundo, vemos el sufrimiento. La vida religiosa intenta dar esperanza a tanta gente porque nuestra misión es mirar con los ojos de Dios, con ojos de misericordia, de amor.

Liberando cautivos en el siglo XXI

Una de las voluntarias que participa con él en la pastoral penitenciaria dice que lo primero que piensa al recordar a Vicente es «en la canción de las primicias, que se cantaba en la misa de Herrera de La Mancha. La letra dice: “para Dios todo lo mejor”. En la prisión me hace ver a Vicente como una persona que se entrega a los demás porque pertenece a Dios». Otra voluntaria se refiere a él como «el que lleva la misericordia de Dios a la cárcel. Él está ahí para cuidar heridas y nunca falla, lo más importante con los presos es estar con ellos, y él siempre está».

«Vente un día a la cárcel». Es lo primero que dice Vicente al sacarle el tema de la prisión, de la que habla con un entusiasmo que solo se puede calificar como fervor trinitario por los cautivos. A la vez, define la cárcel como «un mundo oculto lleno de dolor».

— ¿Hablar con el otro libera?
— A mí me libera en el sentido de que yo voy en nombre de la Iglesia, no en nombre propio. En nombre de la Iglesia llevo un mensaje de esperanza. Ahí está la Iglesia, tiene que llegar a todos estos hombres y mujeres, con esa tarea de anunciar la buena noticia de Jesús para que el preso se libere. En la cárcel se junta la miseria del hombre y la misericordia de Dios. Podemos llegar a cometer delitos infames, pero uno descubre también la misericordia de Dios».

Aunque no menciona ninguno, se percibe que Vicente recuerda el nombre de todos los presos a los que ha mirado a los ojos: «En la cárcel, una de las cosas que más se pierde es la estima. Se ven señalados, algunos han cometido delitos muy feos, se sienten basura. Cuando llegas y eres capaz de tratarlos como a cualquier otra persona les das mucha luz, porque ven que pueden cambiar su vida. Hay que mirar la vida hacia adelante, no teniendo la mano en el arado y mirando atrás. El pasado no puede ser una losa, hay que reconocerlo, pero hay que reconciliarse con el pasado y con las víctimas». El religioso trabaja también para esta reconciliación con las víctimas que, «aunque se trabaja muy despacio, a veces se consigue».

 Vicente se despide invitando de nuevo a la eucaristía en la cárcel y con un consejo para toda vocación: «Que cualquier estado de vida que vivamos no lo vivamos como renuncia, sino en términos positivos. Desde la libertad, la felicidad, dando sentido a la vida».

Y ahí sigue, mirando cada día a los ojos, sin renunciar a nada, cumpliendo el mandato de la letra menuda de una anciana santa sobre una estampa: «Sé tú».