Hace ya muchos siglos que se instituyó una fiesta de la eucaristía –el Corpus Christi–, con la insistencia puesta en el pan y el vino, en la presencia real de Jesucristo resucitado en las especies eucarísticas. Siglos después, el papa Francisco ha instituido un domingo para la Palabra de Dios, esa otra dimensión del pan eucarístico de la que habla el Concilio Vaticano II.
Cuando Jesús habla del «pan de vida» en la sinagoga de Cafarnaum (Jn 6) se refiere, al final, a los dones eucarísticos; pero, al principio, en la mayor parte del discurso, se refiere a su palabra, a lo que él nos comunica de parte de Dios. Cristo es el pan vivo venido de Dios para que nos sirva de alimento, como palabra y como carne. Escuchamos y comemos: ese el misterio de la eucaristía. Si teníamos un domingo para el Pan y la Sangre hacía falta, por tanto, un domingo para la Palabra.
La iniciativa del papa Francisco está relacionada con el sínodo del año 2008 sobre la importancia de la Palabra de Dios. Por otro lado, el año 1964, el Concilio Vaticano II publicó uno de los documentos más interesantes de la historia de la Iglesia, Dei Verbum (Palabra de Dios), sobre la divina revelación y su transmisión. El concilio, el sínodo, el domingo de la Palabra: hitos en la historia reciente de la Iglesia para subrayar que el Espíritu nos está pidiendo un mayor acercamiento a Jesús de Nazaret y su Palabra.
Son numerosos los creyentes, pero muchos de ellos se pierden el domingo como lugar de encuentro con el resucitado y su comunidad.
Domingo y Palabra de Dios, dos realidades clave que hacen posible el cristianismo. El objetivo es claro: fomentar la celebración del domingo y crecer en el contacto directo con la Palabra.
Son numerosos los creyentes, pero muchos de ellos se pierden el domingo como lugar de encuentro con el resucitado y su comunidad. Son numerosos los que hablan bien de la Biblia, pero son bastantes menos los que se atreven a leerla detenidamente y rezar con ella.
Es un acto primordial de la catequesis conducir al domingo y propiciar la compra de biblias y el uso de las mismas.
Primero, la vida; luego, la explicación. Primero, celebrar el Día del Señor; luego, ir penetrando en su sentido. Primero, leer la Biblia; después, ir comprendiendo poco a poco su misterio. No podemos esperar a comprenderlo todo para empezar a leer y escuchar: la dinámica es la contraria; es necesario empezar, ya, a leer: de ahí irán surgiendo los interrogantes que tratamos en la formación.
Sería importante relacionar ambas realidades, domingo y Palabra de Dios:
- El domingo debería ser también el día de la Palabra, buscando un momento —en familia, en comunidad, o personalmente— para leer el texto y orar.
- Por otro lado, la lectura de la Biblia debería conducir al domingo; como los discípulos de Emaús: la Palabra en el camino los condujo a la fracción del pan y a la comunidad.
Un ejercicio muy interesante sería meditar durante la semana las lecturas que se proclamarán el domingo siguiente; se fomentaría, de esta manera, una espiritualidad dominical, bíblica, eclesial, eucarística; una espiritualidad genuinamente cristiana.
Un ejercicio muy interesante sería meditar durante la semana las lecturas que se proclamarán el domingo siguiente
Otro ejercicio muy revelador podría consistir en hacer una medición comparativa: el tiempo que dedicamos a la semana a visionar cosas en el móvil, aunque sean religiosas, y el tiempo dedicado a leer y orar con la Palabra. Es más importante escuchar a Dios que leer o ver cosas sobre Dios, aunque tengan música preciosa de fondo.
«¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!»: podríamos pedir prestadas al niño Samuel estas palabras, cada domingo, para que se pueda realizar el milagro de nuestra fe.
Por Manuel Pérez Tendero. Rector del Seminario y profesor de Sagrada Escritura
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