Rafael Torija de la Fuente, «el azucar de Dios»

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El día 2 de marzo de 2020 hace un año del fallecimiento de mi tío, don Rafael Torija de la Fuente, siendo obispo prior emérito de Ciudad Real. Me gustaría recordar muy brevemente algunos rasgos biográficos y su huella como pastor de la Iglesia.

Nació el 18 de marzo de 1927 en Noez (Toledo), siendo bautizado el 24 de marzo de ese mismo año. Allí creció, rodeado de su familia y de su gente: sus padres, Rufino y Faustina; sus hermanos, Patricio, Julia y Mario, ya fallecidos todos ellos; sus primos, sobrinos, etc. Ya se adivinaba desde pequeño que iba a ser especial y que tendría una conexión también especial con Dios. Sus maestros, entre ellos, en especial, doña Dona, y los párrocos de aquellos años (de 1927 a 1940), don Rufino Esteban y don Francisco Cabestani, se interesaron por él e influyeron para darle la oportunidad de estudiar en el Seminario de Toledo, en el que ingresó a los 13 años, en 1940, con el gran apoyo incondicional de su familia.

Su madre murió el mismo año en el que ingresó en el seminario, en 1940; siendo su hermana Julia, mi madre, la que en esos momentos le prestó a él, a su padre y hermanos un gran apoyo, cariño y ayuda, así como el resto de la familia, y que se mantuvo a lo largo del tiempo. También recibió un gran apoyo de su prima Julia, la cual permaneció con él hasta casi cuando esta falleció. La verdad es que siempre recibió un gran apoyo y cariño de toda su familia y nosotros también de él. Este fue el primero de los siguientes pasos que tomó para ser ordenado sacerdote el 7 de junio de 1952, celebrando su primera misa solemne en su querida iglesia parroquial de Noez, el 11 de junio de 1952. Seguidamente ejerció como párroco en Castilléjar, pueblo de Granada; y en Riópar, Albacete. Después fue enviado por el cardenal Plá y Deniel a estudiar a la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde se licenció en Teología y en Sociología.

De vuelta a Toledo fue nombrado capellán de la Fábrica de Armas y coadjutor de la parroquia de Santiago el Mayor, a la vez que impartía clases como profesor en el seminario y a los aprendices de la fábrica, desarrollando una gran labor como consiliario diocesano de los movimientos de la JOC, HOAC, JEC, etc.; acompañando siempre a todos en su promoción humana y cristiana. El cardenal Plá y Deniel lo nombró vicario episcopal de Pastoral y, posteriormente, el cardenal Tarancón lo nombró vicario general de Pastoral, cargo desde el que organizó el Consejo Presbiteral de la diócesis.

¡Qué buen ejemplo de vida humana y cristiana hemos tenido en nuestra familia, en su querido pueblo de Noez, al que, casi hasta el final de su vida, acudía siempre que tenía oportunidad y, sobre todo, a la celebración de la festividad del Santísimo Cristo de la Salud, al que tenía especial devoción!

Fue nombrado obispo titular de Ursona (Osuna) y auxiliar de Santander el 4 de de noviembre de 1969, siendo consagrado el 14 de diciembre del mismo año en la Catedral Primada de Toledo. En 1972 es nombrado obispo consiliario nacional de Acción Católica, publicando en 1974 el libro El Apostolado seglar en España, de ediciones BAC, siendo autor de otros muchos escritos y documentos pastorales.

El 2 de octubre de 1976 es nombrado obispo titular de Dora y prior de las Órdenes Militares con residencia en Ciudad Real, tomando posesión el 6 de noviembre del mismo año, hasta que en 1980 pasó ya a ser nombrado obispo titular de la diócesis de Ciudad Real, junto con el título de prior de las Órdenes Militares, desempeñando también otros cargos y funciones dentro de la Conferencia Episcopal Española.

En 2003 pasó a ser obispo emérito por motivos de edad. Fue nombrado en 1971 hijo predilecto de su pueblo natal, Noez, y en 2005 hijo adoptivo de Ciudad Real. A pesar de obtener esas distinciones, él siguió siendo humilde, bueno, cercano; en fin, uno más, un pastor bueno, un obispo «con olor a oveja», como dice el papa Francisco.

¡Qué buen ejemplo de vida humana y cristiana hemos tenido en nuestra familia, en su querido pueblo de Noez, al que, casi hasta el final de su vida, acudía siempre que tenía oportunidad y, sobre todo, a la celebración de la festividad del Santísimo Cristo de la Salud, al que tenía especial devoción, como también tenemos todos los noeceños; y de los demás entornos y lugares de los que estuvo en las distintas etapas de su vida, y en su querida diócesis de Ciudad Real, en donde desarrolló finalmente su gran y fructífera labor pastoral!

Le doy gracias por haberme enriquecido tanto como persona y en mi labor como profesor, maestro y catequista. Damos gracias a Dios por su ejemplo como sacerdote y persona buena; entusiasmado y comprometido con los valores evangélicos, por los pobres, los necesitados, los trabajadores; sensibilizado con los problemas sociales de cada momento, y por haberle tenido entre nosotros durante tantos años.

Hay muchísimas vivencias y anécdotas en su larga y fructífera vida en las que sobresale su grandeza humana y cristiana, siempre tan cercano y dado a los demás, con su «amplia sonrisa bonachona», que no perdió ni siquiera en sus últimos años, en los que estuvo bastante delicado de salud, dando siempre palabras de alivio, ánimo y esperanza a todos. Era el «azúcar de Dios», ciertamente. Por último, me atrevo a plasmar aquí unas bonitas palabras suyas, cogidas de su testamento espiritual: «Que tu Espíritu realice en mí lo que tantas veces le he pedido: lava lo que está sucio, riega lo que está seco, sana lo que está herido, dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está torcido,…Me pongo, Señor, en tus manos. Tú eres mi Padre».

Desde la casa del Padre, donde habitas, ayúdanos e intercede por todos nosotros.

 

Por Alfredo de la Fuente Torija, sobrino de rafael Torija

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