En los cinco primeros meses de 2020 han fallecido ya 18 sacerdotes en la Diócesis de Ciudad Real, 16 diocesanos y 2 religiosos. El dato es bastante abrumador y el abanico de sus vidas entregadas a Dios, así como a los hombres y mujeres de nuestra tierra, daría para contar tantas historias bellas que han protagonizado sirviendo con sencillez, humildad y entrega en las tareas pastorales que desempeñaron.
Esas vidas cuentan y han sido enormemente fecundas, no sólo ante Dios, a quien y por quien entregaron con alegría sus vidas a la Iglesia desde su ordenación sacerdotal, sino también para esa historia que hacen los cronistas, los periodistas, los escritores y los historiadores profesionales. Me consta que alguien tan sensible para la vida de sus hermanos presbíteros como don Juan Castañeda Hueso, tantos años director espiritual en el Seminario y después párroco de San Pablo en la capital, tiene su personal archivo de notas necrológicas de sus hermanos sacerdotes fallecidos. Esa sensibilidad también pueden ejercerla quienes tienen en su mano tejer historias y relatos que hagan visibles las vidas de los curas que se nos fueron, cuya memoria ha de quedar viva en los anales de nuestra historia.
Se diría que el presbiterio y la propia Iglesia Católica practican una especie de pudor institucional a la hora de contribuir a que esa memoria de los sacerdotes fallecidos adquiera el relieve que realmente se merece, llegando a fusionarse con la historia local de cada pueblo en los que dejaron su trabajo, sus amistades, su servicio y tantas cosas buenas que recordar. No se trata de ocultar los errores que como humanos también pudieron cometer, pero sí de observar cómo los pueblos normalmente agradecen la memoria de sus curas, aunque no acaben de apreciar el don inmenso que recibieron en cada uno de ellos, en la medida que pasaron por sus vidas. La galería de personajes que configuran los 18 sacerdotes fallecidos en lo que va de año, varios a causa del Covid-19, presenta un plantel de evangelizadores y servidores natos entre los que había misioneros en Latinoamérica, poetas, cantautores, canonistas, docentes en la enseñanza pública, cazadores, amantes de la cultura popular y su religiosidad, buenos conversadores, historiadores, filólogos y compositores, fieles servidores de la vida parroquial y otros servicios diocesanos que les pidieron los sucesivos obispos a los que obedecieron.
Alguno pensará que no soy el más indicado para reivindicar la fecundidad de esas vidas, pues pertenezco al gremio, pero a muchas personas que aprecian la inmensa labor social que realizan los sacerdotes les hierve la sangre cuando comprueban que la generosidad vital de tantos curas de bandera no suscita entre los jóvenes -y menos jóvenes-, las vocaciones que estamos necesitando. La llamada de Dios que un día oyeron esos curas sigue viva y está esperando respuestas generosas de corazones que se abran al don de la vocación sacerdotal. Todos estos sacerdotes fallecidos amaron apasionadamente al Seminario Diocesano, verdadero corazón de la Iglesia Diocesana; muchos animaron a chicos y jóvenes a ingresar en el Seminario Menor o a discernir una posible vocación al sacerdocio en personas más adultas. Ese sería el mejor homenaje que podríamos rendirles a estos curas nuestros que han sido llamados a la Casa del Padre durante estos meses tan duros, tristes y dolorosos.
A un mes vista del cursillo de Ingreso en el Seminario Diocesano de Ciudad Real, que se celebrará los días 4 y 5 de julio próximos, ¿no podríamos ser altavoces de la llamada vocacional al sacerdocio entre los chicos que acaban la Enseñanza Primaria en sus colegios, o entre los que cursan ya la ESO y el Bachillerato, en sus Institutos? Todos podemos ayudarles a plantearse si el Señor no les está llamando a una vida fecunda en el sacerdocio, como lo ha sido la de estos curas queridos que se nos han ido y a los que hemos apreciado tanto. Ojalá desde el Cielo nos echen una mano, ahora que pueden más ante Dios, porque estamos necesitando esa ayuda para reflotar la vida de nuestro Seminario Menor y Mayor, tras el confinamiento que ha marcado el final de este curso académico 2019/2020. Nuestro Presbiterio en gestación, como llama felizmente don Lorenzo Trujillo al Seminario, cuenta con nosotros: ¡no le defraudemos!
Este artículo del sacerdote Fernando García-Cano Lizcano se publicó en
La Tribuna de Ciudad Real el pasado 6 de junio de 2020.
Por Fernando García-Cano Lizcano
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